Que el atleta sea o no castizo es, a mi juicio, cuestión
baladí. Los infortunios del hombre, como ya vaticinaba Pascal, vienen de no
saberse estar quieto ¿Será ese casticismo la sombra de nuestras almas? ¿hasta
qué punto necesitamos las fronteras?
En el fondo mi vida podría resumirse en impulsos momentáneos
de optimismo durante los que entrego mis manos a la ingrata faena de la
escritura, en contraste con ese abismo de incertidumbre que al término de
cualquier ensayo se abre en una mente plagada de erratas. Entonces creo o más
bien necesito de un ensalmo que bautice mi texto bajo el pseudónimo de la
permanencia.
Siento, igual que Machado, una gran aversión a todo lo que
escribo, solo que mi tortura se extiende durante todas las fases del proceso
creativo. Por eso nunca llego a estar cómoda en la silla. De ahí que me dedique
a correr. Porque necesito expresar lo inmediato en lo físico, dividir la
tiranía del azar mediante la construcción imaginaria de un camino.
¿Es éste el origen de las fronteras (abstractas) que el
hombre ha creado?, ¿soy cómplice de las
escenas de guerra que alcanzan occidente ya no solo por la tele?
Si es así, de nada vale mi poesía libre de estados de
conciencia ajenos. La lírica ha pasado de padecer obesidad subjetiva a quedar
raquítica en su plano más sensible para entregarse por completo a su facción
somática. Esto es, ha pasado de ensalzar el amor platónico a entregarse a la
más obscena pornografía.
Solo pido, después de todo, que me dejen morir por asfixia
espiritual antes de arrojarme por los desfiladeros del caos anterior a la
conciencia clara.
Teresa Velasco Castillo