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La vida es irónica:
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sábado, 30 de enero de 2016

Universos paralelos: Me como el mundo

Hoy los astros se han alineado y las lluvias me han dejado escribir este poema. Quiero dedicarlo a tod@s los especialistas, como yo, en tropezar con la misma piedra y regocijarse en la herida. También a los filósofos, sobre todo a los seguidores de Lao Tsé y sus ideas sobre la armonía del macrocosmos y el microcosmos y los polos opuestos y... en fin, espero que lo disfruten. 



Podría estar toda la noche despierta
viendo como la luna se repliega en estrella
soleándose  conforme la ley inherente a la entelequia
para engendrar este epigrama de experiencias muertas.

¿Y si existiera un universo de posibilidades
Sin santos mensajeros de un cielo en crisis,
Ni filósofo rey yuxtapuesto a la ley de tú y yo sin terceros?

Tu ausencia destila mi tiempo.
Sobre la almohada mullida,
la adrenalina de caminar lento,
durante toda la noche,  despierta.

Mis pasos siguen tirados por el suelo, expuestos,
mientras los transeúntes pisan cabeza y cuerpo de mi sombra,
alfombra dispuesta a que tus pies lleguen lejos,
en un camino definido para el hombre.

Todo ello, fundamentado gastrológicamente
cuando digo “me como el mundo”
y el macrocosmos se ríe a carcajadas, en mi mente,
porque al día siguiente no me muevo, por si llamas.

Teresa Velasco Castillo


domingo, 24 de enero de 2016

Cuando cumplas tus quince


Aunque much@s estarán esperando el relato de la semana, hoy he optado por volver a los viejos tiempos y escribir uno de estos poemas sencillos con una pequeña dosis de moralina sin moral. Todo pensando en mis hermanos pequeños. Espero que les guste.


Cuando sea vieja a la luz de tus ojos y tú, en cambio,
necesites documentos que avalen tu existencia,
recuerda los versos de Neruda y no te dejes morir lentamente.

Ama con certeza y sin razón a la menos indicada para ti,
nunca evites la pasión, mas conserva el brillo de tu alma  joven,
que ya se encargarán los viejos, como yo, de abrirte los ojos.  

Las nubes viajarán desde tu ombligo hasta el plano sagital de tu cabeza,
 y puede ser que el sol de vez en cuando se afane en volverte loco.

Cuando mi cuerpo se arquee y mire cabizbaja al suelo,
tú habrás de respirar salud con la mente dispuesta a que mire y reciba.
El timonel de tu barco dará vueltas, mas la brisa será la mejor que tengas.

Recuerda; vivir deprisa es tejer la muerte desde la sombra del ahora,
morir despacio es amar  en defensa propia.
Cronifica la enfermedad de la vida a través de la noche,
lleva tus fantasías, no las  mías, a sus más altas cumbres,
y no dejes que el sol enquiste los sueños de tu infancia.

Que la naturaleza te enseñe a arrepentirte y que nadie salvo tú
perdone tus pecados, que habrá tiempo de saborear la tierra.

Allá arriba, en la altura, qué importa lo que te diga la gente,
solo cuando tu cuello pierda su tersura, podrás decir
que tienes suficientes experiencias para empezar a vivir.



 Teresa Velasco Castillo

miércoles, 20 de enero de 2016

Universos paralelos IV: Utopía

Diego vivía en un futuro no muy lejano al 632 después de Ford, si bien la vida poco se parecía al utópico desgobierno que Huxley vaticinaba. Después de siglos de guerra y sangre, la sociedad había logrado estabilizarse en un subgénero liberal que los ortodoxos habían denominado neo-anarquismo.

 Había países que se extinguieron tiempo atrás y que apenas se consideraban en los e-book historiográficos de los niños y niñas de secundaria. Tal era el caso de Palestina o Venezuela, de la cual estaba prohibido siquiera mencionar sus colores.

También desaparecieron los funcionarios de la seguridad, sustituyéndose estos por la política del “ojo por ojo” el mismo día que se legalizaron las armas en toda la Comunidad del Nuevo Orden. El mercado había crecido enormemente junto con la “economía del consumo” que aseguraba un continuo flujo de dinero en las bolsas. La “prima de riesgo” había quedado enterrada en los primeros y más livianos temas de la historia de la Antigua Europa.

Entre todo aquello, la familia de Diego había conseguido  lo necesario para vivir honradamente, si bien, la insatisfacción del joven no había dejado de aumentar desde que éste tuviera uso de razón. A veces deseaba narcóticos contra el olvido tales como los que tomaban sus compañeros de aula para los exámenes. Otras veces, la nueva taser juvenil con la que los niños ejercían su “ojo por ojo”.

 Un buen día, decidió por su propia voluntad salir de casa con lo puesto y recorrer errático toda la ciudad en busca de un buen refugio hasta instalarse en un nuevo hogar. Eran las tres de la mañana y la luz de las farolas era un oasis invernal y pálido cuya procesión de trazos luminosos se perdía entre las calles. Cuando ya no pudo andar más, Diego se sentó junto a una de estas farolas hasta quedar dormido a la intemperie. Una vez despierto, como era de esperar en una ciudad sin ley, estaba desnudo y sin nada para defenderse, por lo que no tuvo otra que volver a su casa. Su color era el de un cadáver, pálido y fantasmal con el único matiz rojizo en las extremidades más expuestas al frío. Salió corriendo como pudo hasta tropezar de bruces contra un tipo enorme que vestía con pasamontañas.

-        -   ¿Qué haces por aquí a estas horas Diego? –preguntó una voz de ultratumba.
-        -   Eh…eh… esto, voy a casa… ¿y usted?, ¿cómo ha adivinado mi nombre?, ¿eres tú Sergio?
-        -   Soy tu única sombra, y esto es un sueño, pero puedo devolverte tu ropa, tu casa y a tu familia o concederte la vida que siempre has deseado, ¿qué te parece mi propuesta? Yo te proporcionaré todo lo que deseas siempre que me pagues tu deuda con la salud de los tuyos. ¿Quieres una taser? Le costará una gripe a tu madre.

Diego pensó por un largo rato en que su piel paso de un blanco casi perfecto a un tono violáceo que poco distaba de la muerte. Finalmente aceptó la propuesta y despertó. Volvió a casa y allí tenía lo que quería: sus narcóticos y su táser reunidos en la mesilla de noche. Bajó aún con el pijama a desayunar, pero no quedaba café.

-         -  Buenos días Diego –dijo su hermana pequeña - Mama aún no ha despertado, dice que se encuentra mal.  Está en la cama con el termómetro puesto.

Efectivamente, sus caprichos habían costado una gripe, pero a Diego le pareció un mal menor para el beneficio de su petición, así que hizo una lista con las cosas que siempre había deseado. A fin de cuentas, la salud podía recuperarse y la mayoría de lo que pretendía encargar podía durar hasta toda la vida: armas, vacunas de conocimiento y habilidad, videojuegos, etc.

A la mañana siguiente de rellenar su solicitud y dejarla en el mismo mueble en que aparecieron la taser y los narcóticos, encontró una nota donde especificaba el tiempo que se requería para cada objeto y un sello oficial bajo el que debía firmar el demandante del acuerdo. No leyó la letra pequeña y garabateó el folio sin pensarlo.

Sus notas mejoraron enormemente gracias a la vacuna, que apenas costó una fractura de muñeca a su hermana pequeña y, con sus nuevas armas se había convertido en el más popular de la clase. Hasta que un día interrumpieron en el aula para comunicarle que sus padres estaban en el hospital por un accidente.

-        -   Diego acaban de llamar del policlínico, tus padres están estables, pero nos han dicho que vayáis a casa de vuestra tía Marta por unos días.

Diego levantó la mano con expresión solemne, pero rápidamente se arrepintió de su impulso y volvió a sus labores académicas con la cabeza gacha. Bien por acaparar algo de atención, bien por cortesía o más sinceramente, todos sus compañeros tuvieron palabras para él en algún momento de la mañana.

A las dos en punto la sirena sirvió de cierre a una semana que se antojaba algo turbia para la familia Mendez. Diego fijó la mirada a sus pies y con paso ligero devoró el camino, contestando monosilábicamente las preguntas de su hermana pequeña.

-        -   Pero, ¿cuándo volveremos a casa?,¿podemos ir a ver a mama y papa? ¿mañana vendremos solos al colegio o nos trae la tita?
-       -    No sé, ya se verá.

El edificio de Marta estaba al sur de la ciudad, en el pedregal del ala este de Málaga. Era una casa moderna, de dos plantas, construida sobre uno de los garitos al que más gente asistía en las noches de verano para contemplar la iluminación del paseo. El balcón de la casa asomaba a la playa y, junto a la barandilla, había dos maceteros con jazmines un tanto descuidados. Desde que los primos de Diego se independizasen, las habitaciones más espaciosas y cómodas habían quedado vacías y, aprovechando la ocasión, fueron ocupadas por los dos hermanos.

Pasaron un par de semanas hasta que les dieron el alta a sus padres, si bien Diego y su hermana permanecieron algo más de tiempo en aquella casa,  mientras sus padres lograban valerse torpemente por ellos mismos. Afortunadamente, las secuelas fueron leves; un diez por ciento de pérdida de movilidad ósea en el brazo y alguna cicatriz en la frente.

Del otro lado, Laura, la hija menor de los Méndez, ya se había recuperado de su fractura y volvía a retomar sus actividades extraescolares, lo que hacía que Diego pasase las tardes solo en su habitación. Éste comenzó a sentirse vacío conforme tachaba días del calendario sin esperar ninguna fecha en especial y la llamada del consumo volvió a ser la única voz que acabó por escucharse en su cabeza.

Le llevó un tiempo volver a pedir uno de sus deseos. Esta vez lo meditó con esmero y llegó a la conclusión de que lo mejor sería un viaje a la nieve con sus compañeros de aula. Desde luego era una de estas experiencias que no se volvería a repetir, teniendo en cuenta que era su último año antes de entrar en la universidad.

Su deseo fue concedido sin reveses y el dinero apareció como por arte de magia bajo su almohada. Para su asombro, además, su familia no había salido afectada en esta ocasión, lo que le dejaba la conciencia tranquila.

-         -  ¿De dónde sacaste el dinero si yo no te di la paga este mes? –preguntó su tía y posteriormente sus padres.
-         -   Nos lo concedieron a unos cuantos que colaboramos como voluntarios en la semana cultural del cole. –Mintió Diego satisfecho.

Durante el viaje, Diego apenas se acordó de llamar a casa. Estaba ensimismado con el contraste de rutinas que exigían las actividades: por la mañana esquí, a la tarde juegos y por la noche fiestas. Un día tras otro en que hasta las costumbres más simples le deslumbraban.  Cada mañana, como un gran vigilante, querido a la par que temido, se levantaba el Pica d’Estats evocando viejas leyendas de Dioses que tenían la nieve por escenario.

El último día Diego, en la estación, se quedó sin batería, por lo que no pudo ver las numerosas llamadas perdidas que había recibido desde los servicios de emergencia de su ciudad. Fueron hasta ocho horas de viaje mal contadas, pero por fin los chicos y chicas pudieron estirar las piernas al llegar a la estación de trenes del Vialia.

Sobre la convergencia de emociones característica de las estaciones poco queda que decir. Todas las emociones posibles confluyen en estos laberintos de maletas y puertas de embarque donde todos los sentidos parecen estar puestos en superar el trance de un presente que para la mayoría se hace eterno. Pero después de la tensión del regreso vienen los abrazos y los besos y ese puñado de momentos que Diego deseaba enormemente y no llegó a recibir.

Una vez comunicado, después de un número ingente de llamadas a familiares cada vez más alejados de sus padres y hermana, supo que lo único que una vez tuvo lo había perdido. Toda la familia Méndez había muerto en su suceso de adversidades propias de la ciencia ficción.



Teresa Velasco Castillo



sábado, 9 de enero de 2016

Universos paralelos III: "Mi hija, una maleducada"

A continuación dejo mi tercer relato de esta serie. Espero que les guste, porque hasta el sábado que viene como mínimo no podré subir otro, ya que me voy una semana a Lleida y no podré escribir. He pensado, que para los próximos relatos, pueden ustedes proponer temas, bien comentando aquí abajo, bien a través de facebook y twitter. Entre todos seguro que es mucho más divertido.


Universos paralelos III: "Mi hija, una maleducada"

Justo en ese momento, me di cuenta de que todo lo que había invertido en educación para ella no había servido de nada: las clases particulares, los cursillos intensivos de idiomas y la casi inasequible matrícula universitaria por la que tuvimos que vender el coche.
Todos reían mientras separaban el pescado de las espinas tan cuidadosamente que pareciese que fuésemos a envenenarlos.

No faltaba de nada. Había jamón, queso curado y semicurado, canapés de calabacín a la crema, de salmón y huevos de codorniz, saladitos de atún para los niños y las croquetas clásicas de la abuela. Nada tenía que ver con la infancia de mis padres, donde la basura de los ricos era el único bálsamo para el llanto del hambre. Y ni eso. Había días en que la olla estaba vacía y las mujeres de la casa se las ingeniaban para hacer caldos con restos de ausencia.

Fue en ese momento en que ella entró por la puerta. Llevaba un vestido a media pierna con la parte delantera cruzada y un escote provocativo que desafiaba  la mirada de cualquier hombre. Caminaba con una seguridad incongruente respecto a sus 20 años recién cumplidos, sobre unos tacones Boyce de estampado beige y amarillo con manchas negras que intentan torpemente imitar la piel de un guepardo.

-         -  Hola, mi niña –dijo su abuela dirigiéndose hacia ella con el cuello erguido para alcanzar a la mejilla de su nieta.

Mi hija apenas torció su airado gesto de niña adulta y prosiguió hasta mí para interrumpir nuestra cena de Nochevieja.

-         -  Mama, Sebas me está esperando abajo. ¿Puedes prestarme 50 euros para la cena?
-          - Cógelos tú misma, el monedero está en mi habitación, donde siempre.

Y hasta ahí nuestra última conversación del año. Poco después de aquello una llamada al portero nos desveló a su padre y a mí.

-         -  ¿Quién es? –pregunté mientras observaba como Felipe miraba extrañado por el visillo
-         -  Parece un mendigo.
-         -  ¿Qué quiere? No tenemos nada para darle, es muy tarde, es mejor que se vaya.
-          Su hija está en el hospital.

El mendigo alzó una foto en para que pudiéramos verla. En ella aparecía posando con un grupo de vagabundos como el que llamaba esa noche a la puerta.Con ademán brusco abrimos la puerta para escuchar lo que aquel hombre tenía que decirnos.

-        -   La vi entrar aquí a por el dinero. Su hija me ha dado los mejores años que he tenido desde que vivo en la calle. No sé qué podría hacer sin ella.

Durante un rato nos contó todo lo que había hecho por él y por aquel grupo de personas en esos últimos meses, hasta que se dobló sobre sí mismo y, llorando amargamente, casi con estertores dijo:

-          - Un joven que conducía borracho la atropelló cuando volvía a casa. No pude identificar el coche. Todo estaba oscuro y se fue muy rápido. La llevamos entre unos cuantos al hospital más cercano y pedimos ayuda. Tenga, esta es la dirección.

Los tres salimos corriendo hacia el hospital y fue entonces, desde el espejo del retrovisor, que comprobé la terrible distancia que separaba mi universo de los demás.




Teresa Velasco Castillo




lunes, 4 de enero de 2016

Porque yo sé que no puedo perderte

Aquí comparto un poema recién salido del horno. Tengo que admitir que ha quedado muy "Neruda", y aún así me encanta. 





Porque nos hemos cambiado mil veces
 entre nosotros, por fuera y por dentro,
como en un cuento con distintos finales,
tú siempre existes donde no te encuentro.

Y  peor, donde no te buscan,
mis pies cansados en largas errancias, tropiezan,
caen y se remuerden en los cauces de mi lejana infancia.

Desde el fondo de ti, yo solo quiero,
 fusionar nuestras vidas, sin que nada nos sujete.

Tengo que amarte porque, aunque no lo diga,
algo muere de mí, si no te miro y sin embargo,
puede  que el destino enferme
y se quede sin fuerzas para volver a unirnos.

Porque por cada estrella hundida en el nimbo,
voy echando raíces vacías de ti y así,
terminará el camino interponiendo
su planta oscura entre mi boca y la tuya.

Yo no pido que me des explicaciones ,
solo espero que un día llegues y te quedes
que no me falten tus besos mañana
y que la piel que me envuelve sea la tuya,
porque yo sé que no puedo perderte.



Teresa Velasco Castillo

sábado, 2 de enero de 2016

Universos paralelos II: Lucas y Braulio

De nuevo un intento por perfeccionar la técnica en la redacción de relatos. Dije que subiría una historia semanal y ya me he adelantado, pero no se acostumbren que ya mismo vuelven las responsabilidades y comienzo a eludir mis compromisos como escritora. 



 Lucas y Braulio

Durante los últimos días de clase, los chavales parecían ausentes, con la mirada empañada de azul oscuro y fija en los planes de Nochevieja. Los más previsores ya tenían entradas para un local desde hacía meses, los más descuidados se conformaban con deambular por las calles serpenteantes de Málaga.

Era invierno y el sendero de vuelta a casa era oscuro y húmedo, cubierto por unas hileras de árboles rojizos que se hacían más pequeños conforme Braulio y Lucas alzaban la mirada hacia el fondo.
-          - Estas navidades me voy a hinchar de comer y dormir – dijo Lucas, el menor de los dos hermanos.
-          - Comer no sé, pero de beber no voy a parar hasta amortizar los 40 euros que me costó la entrada a la Sala Gold.

Los dos jóvenes dejaron caer al unísono las pesadas mochilas al entrar en casa y corrieron a la cocina a devorar la compra de casi un mes. Sus padres no llegaban hasta la tarde, después de trabajar, así que ambos se echaron a dormir la siesta tras saciar su apetito.

Lucas empezó a soñar enseguida. En el primero de sus sueños discutía larga y encarnizadamente con su hermano, pero no lograba saber el porqué de aquella disputa. Su mente repetía reiteradamente una escena de tensión en la que Braulio acusaba a su hermano de algo y Lucas levantaba las manos en señal de inocencia.

De pronto, como sucede en casi todas las pesadillas que tendemos a recordar, el escenario cambió por completo tornándose oscuro e incomprensiblemente familiar.  Lucas aparecía en un estudio rodeado de libros que habían estado trabajando los últimos meses en clase. Entonces su hermano llegaba y le destrozaba todos sus trabajos cuidadosamente elaborados, mientras él permanecía en una esquina con la mirada fija en un reloj de cocina que siempre marcaba las ocho en punto.

Después de un rato incalculable con los ojos como platos,  la pared pasó de gris a blanco roto haciendo que el contorno del reloj pareciese recortado sobre el color blanquecino que lo rodeaba.

 Al darse la vuelta, el paisaje cambió radicalmente de aires, convirtiéndose esta vez en un puente colgante sin principio ni fin. Su hermano le agarraba fuertemente del cuello tratando de lanzarle por el borde del puente, hincándole las uñas hacia el interior de la clavícula.

 Lucas reaccionó y sin saber cómo ni cuándo clavó un cuchillo en el costado de Braulio. Una, dos, tres, y hasta cuatro veces apuñaló a su hermano mayor y solo al ver la muerte en sus ojos grises despertó.

Se desperezó durante unos minutos en que su mente comenzó a hacer borrón y cuenta nueva. Cuando llegó a la cocina, sus padres le esperaban para desayunar, pero Braulio no estaba.

-          - Buenos días. ¿Qué tal has dormido? –preguntó  su madre.
-          - Bien, he soñado y todo, estaba muy cansado. ¿Braulio aún no se ha despertado?
-          - ¿Braulio? ¿A quién te refieres?


Lucas abrió su boca de asombro, pero se controló antes de preguntar, al ver que Braulio no aparecía en ningún portafotos de la casa. Fue solo entonces  cuando comprendió que había matado a su hermano mayor. 





Teresa Velasco Castillo