Moría de ganas por escribir un poema como este que sigue. El resultado nunca es lo esperado, pero al menos he cumplido mi propósito:
De Heráclito aprendí la estrafalaria
manera de exponer el movimiento,
de Lao Tsé a defenderme sin las armas,
de Sócrates a caminar lento.
De Platón la inmortalidad del alma,
de Aristóteles la inmanencia de las cosas,
de San Agustín revelaciones venenosas,
de Descartes a no irme por las ramas.
De Nietzsche la osadía caprichosa,
de Kant ensortijados crucigramas,
de Marx la ignominia ignominiosa,
de Freud a dar vueltas en la cama.
De Locke a actuar con tolerancia,
de Hegel a enclaustrar viejas etapas,
de Wittgenstein el amor por la palabra,
de Ortega a salvar mi circunstancia.
De Moore a hacer más simple nuestro habla,
de Lacan el estadio del maldito espejo,
de Chomsky la amanita de los medios,
De Saint- Exupéry que envejezco sin remedio.
Teresa Velasco Castillo