Pido disculpas si no
fui lo que esperabais. Si la búsqueda del cuerpo conforme al camino de la
eternidad, no es más que el cuerpo mismo. Sí. La vida a veces es banal o así de
tonta la concibo, y lo siento si hice ver que tenía la respuesta.
La erudición como retórica amable, discúlpenme, no es más
que pedantería y, si de paso me sirven mis destrezas, eso que gano en la cama o
en la cartera.
Sepan que el ejercicio de las letras se hará patente mucho
más tarde que el de las piernas y hagan sus propios cálculos si creen que es
tarde para invertir en libros. Los gimnasios no implican, sin embargo la
ignorancia. Me van a tener que disculpar que los defienda, pues me declaro fan
absoluta de esa forma de establecer metas a partir de cifras.
Y pido perdón, porque no soy poeta, ni maldita. Porque el
arte cuando muere, hasta se ahonda, y yo ahora mismo, lo siento, estoy más con
los vivos que en quehaceres literarios enfocados a la muerte.
No fumo “pensativos cigarros”, tan solo observo fumar a ese
hombre, que nunca logro conservar más de una noche. Y no bebo de ese whisky en
el que flotan tantas historias que morirán con sus borrachos. No seré yo quien
las escriba, pues prefiero seguir narrando mi propia historia en vivencias.
Me aburre la “intertextualidad”, el discurso explicativo con
propósito estético. Se aburren hasta mis ojos del sexo y alcanzan el olvido
antes de tiempo. En fin, esos momentos de exaltación sensorial son lo más
cercano que siento hacia la vida. Son banales, pero no más que las noticias que
deberían configurar mi discurso.
Tampoco me reconozco ya en la lectura. Al fin y al cabo,
cuando uno ha vivido, busca esa vida también en los libros, cosa que rara vez
yo encuentro. No sé ustedes, pero cuando yo despliego las páginas de cualquier
publicación espero que me llenen tanto como la agonía del ácido láctico
subiendo por mis piernas. Y poco puede compararse a esa sensación de adrenalina
que produce el café en exceso o al calor perverso de unas manos agarrándote el
trasero.
Algo tendrá la demagogia cuando los gobiernos populistas se
perpetúan. Algo tendrán los argumentos infundados de la religión, cuando siguen
sumando adeptos. Y digo con esto, que no creo que sea tan grave protestar por
el Gobierno sin un análisis geopolítico, morfosintáctico, literario y
científico que respalde mi opinión. Total, al final quedará descatalogada en
algún lugar de alguna memoria de alguien cuyo nombre no recordaré.
Pido perdón, sobre todo a mi familia, porque sé que
esperaban una buena chica y al final voy a ser tan mala como el resto. O peor.
Al final va a suceder que hasta el Facebook lo actualizo y, quien sabe, si
algún día cometeré faltas de ortografía o escribiré a partir de jaculatorias
seudopoéticas frases del tipo “hoy es un buen día, para que sea un buen día”.
Pido perdón y despido así el año con la conciencia
tranquila. Ni tan arrepentida, ni encantada como diría Sabina. Sencillamente
feliz y agradecida de tener una familia que no he merecido, merezco ni creo que
llegue a merecer.
Teresa Velasco Castillo