Bienvenida

La vida es irónica:
Se necesita TRISTEZA para conocer la FELICIDAD, RUIDO para apreciar el SILENCIO y AUSENCIA para valorar la presencia

Etiquetas

Arte (1) Concursos (1) Entrevistas (8) Eventos (17) Libros (15) Periodismo (44) Poemas (111) Reflexiones (77) Relatos (5)

domingo, 19 de marzo de 2017

Igual que el mar recuerda a sus ahogados

No he corregido las mayúsculas de cada renglón por pereza. Disculpen las molestias. 


Cómo dudar que nos queremos
Que somos dispersión en lo concreto,
Cartas náuticas en Tierra del Fuego
Mar que como el sueño en su vientre recoge
Los frutos prometidos de las luces del puerto.

Cómo creer cuántas estrellas hay en el cielo
Tendidas sobre el velo que la ciudad envuelve
Y en su espejo voluble solo yo padezco el frío:
Sol que lento expira, granizo y cosas mismas
Mil veces repetidas en el poeta que del amor conoce la desdicha.

Cómo estar muriendo de gris y no oír
Los últimos destellos del muelle Heredia
La única nota que el dolor toca al violín
Donde brota una mañana de misa y de deseos
Que de la noche nos negamos a dejar ir.

Cómo morir y no saberlo y engañarnos
Como la luna engaña la percepción del tiempo
Como el ser y estar se confunde. Ya no solo en inglés.
Yo te quiero en universales, en esencias, existenciarios,
Como no debería de quererte te amo
Igual que el mar recuerda sus ahogados.



 Teresa Velasco Castillo

domingo, 5 de marzo de 2017

Los colores del alma

El problema que se me plantea cuando me enfrento al color de un cuadro, además de mi ignorancia absoluta, es el polvo de experiencia que cubre las cuerdas del alma. Es lo que llamamos “propiedades obvias”, una evidencia sujeta a nuestro proceso de socialización y adoctrinamiento. ¿Existen sentimientos preconcebidos, como ideas preconcebidas existen? ¿Puedo rebelarme contra lo que se supone que ha de transmitirme cada color?

A mí, que me tocó vivir entusiasmo por el concepto de “empatía” en las escuelas, el negro no me recuerda a la muerte, sino a ese niño del que abusan en los recreos, mientras que el blanco en su silencio profundo y lleno de posibilidades se alza como líder de masas.

El amarillo, cuya violencia puede ser dolorosa y agresiva, es el titiritero de turno para el que la risa de unos cuantos justifica cualquier acto de crueldad sonora. No sé cómo lo escucharía Kandinsky, pero me recuerda al silbido agudo de la flauta cuando el aire escapa a los dedos que la cubren. Su unión con el azul lo hace más calmado, de ahí que el profesor los ponga juntos en todos los trabajos, porque el azul, ya se sabe, es el color que todos eligen en el parchís.
Mi hermano es de color azul. Un príncipe, corrompido por el poder de la belleza, que todas las chicas de rojo  se disputan, soñando  con convertirse en púrpura algún día.

Al fondo de la clase se sienta él con el pegote amarillo y su colega el verde, un tipo que vive de la esperanza, esperando que todos hagan las cosas por él. En mi país, incluso en zonas de sequía, son mayoría absoluta, si bien con el tiempo se hacen marrones y obstinados.

Sigo sin entender por qué nos pintan las emociones, por qué nos representan los dioses, y los libros y los personajes que como estos que describo no tienen otro horizonte más allá de la mente y el alma de cada individuo particular. Mi corazón me lo pregunta y yo no puedo más que darle la razón.





Teresa Velasco Castillo