El problema que se me plantea cuando me enfrento al color de
un cuadro, además de mi ignorancia absoluta, es el polvo de experiencia que
cubre las cuerdas del alma. Es lo que llamamos “propiedades obvias”, una evidencia
sujeta a nuestro proceso de socialización y adoctrinamiento. ¿Existen
sentimientos preconcebidos, como ideas preconcebidas existen? ¿Puedo rebelarme
contra lo que se supone que ha de transmitirme cada color?
A mí, que me tocó vivir entusiasmo por el concepto de “empatía”
en las escuelas, el negro no me recuerda a la muerte, sino a ese niño del que
abusan en los recreos, mientras que el blanco en su silencio profundo y lleno
de posibilidades se alza como líder de masas.
El amarillo, cuya violencia puede ser dolorosa y agresiva, es
el titiritero de turno para el que la risa de unos cuantos justifica cualquier
acto de crueldad sonora. No sé cómo lo escucharía Kandinsky, pero me recuerda
al silbido agudo de la flauta cuando el aire escapa a los dedos que la cubren. Su
unión con el azul lo hace más calmado, de ahí que el profesor los ponga juntos
en todos los trabajos, porque el azul, ya se sabe, es el color que todos eligen
en el parchís.
Mi hermano es de color azul. Un príncipe, corrompido por el
poder de la belleza, que todas las chicas de rojo se disputan, soñando con convertirse en púrpura algún día.
Al fondo de la clase se sienta él con el pegote amarillo y
su colega el verde, un tipo que vive de la esperanza, esperando que todos hagan
las cosas por él. En mi país, incluso en zonas de sequía, son mayoría absoluta,
si bien con el tiempo se hacen marrones y obstinados.
Sigo sin entender por qué nos pintan las emociones, por qué
nos representan los dioses, y los libros y los personajes que como estos que
describo no tienen otro horizonte más allá de la mente y el alma de cada
individuo particular. Mi corazón me lo pregunta y yo no puedo más que darle la
razón.
Love it, thank you for sharing, such a fun way for kids to learn English, as parent we have no excuse to teach our kids!
ResponderEliminar