Texto:
Su vida era activa y no contemplativa, huyendo
cuanto podía de no tener nada que hacer. Cuando oía eso de que la ociosidad es
la madre de todos los vicios, contestaba: «Y del peor de todos, que es el
pensar ocioso». Y como yo le preguntara una vez qué es lo que con eso quería
decir, me contestó: «Pensar ocioso es pensar para no hacer nada o pensar
demasiado en lo que se ha hecho y no en lo que hay que hacer. A lo hecho pecho,
y a otra cosa, que no hay peor que remordimiento sin enmienda». ¡Hacer!, ¡hacer!
Bien comprendí yo ya desde entonces que Don Manuel huía de pensar ocioso y a
solas, que algún pensamiento le perseguía.
Así es que estaba siempre ocupado, y no pocas
veces en inventar ocupaciones. Escribía muy poco para sí, de tal modo que
apenas nos ha dejado escritos o notas; mas, en cambio, hacía de memorialista
para los demás, y a las madres, sobre todo, les redactaba las cartas para sus
hijos ausentes.
Trabajaba también manualmente, ayudando con
sus brazos a ciertas labores del pueblo. En la temporada de trilla íbase a la
era a trillar y aventar, y en tanto,
aleccionaba o distraía a los
labradores, a quienes ayudaba en estas faenas.
(…)
Iba también a menudo a la escuela a ayudar al
maestro, a enseñar con él, y no sólo el catecismo. Y es que huía de la
ociosidad y de la soledad. De tal modo que por estar con el pueblo, y sobre
todo con el mocerío y la chiquillería, solía ir al baile. Y más de una vez se
puso en él a tocar el tamboril para que los mozos y las mozas bailasen, y esto,
que en otro hubiera parecido grotesca profanación del sacerdocio, en él tomaba
un sagrado carácter y como de rito religioso. Sonaba el Ángelus, dejaba
el tamboril y el palillo, se descubría y todos con él, y rezaba: «El ángel del
Señor anunció a María: Ave María...». Y luego:
-
Y ahora, a descansar para mañana.
-
Lo primero -decía- es que el pueblo esté contento, que estén todos
contentos de vivir. El contentamiento de vivir es lo primero de todo. Nadie
debe querer morirse hasta que Dios quiera.
-
Pues yo sí -le dijo una vez una recién viuda-,
yo quiero seguir a mi marido...
-
¿Y para qué? -le respondió-. Quédate aquí para
encomendar su alma a Dios. […]
Con aquella su constante
actividad, con aquel mezclarse en las tareas y las diversiones de todos,
parecía querer huir de sí mismo, querer huir de su soledad. «Le temo a la
soledad», repetía. Mas, aun así, de vez en cuando se iba solo, orilla del lago,
a las ruinas de aquella vieja abadía donde aún parecen reposar las almas de los
piadosos cistercienses a quienes ha sepultado en el olvido la Historia.
Miguel de Unamuno.
Comentario:
San Manuel Bueno,
mártir no pasa de moda. Cada nueva generación de lectores debe saber que ninguna
de sus páginas le resultará insípida.
Incluso si se trata del instituto. Hay lecturas cuyo marco, por el motivo que sea,
coincide con el nuestro cincuenta, sesenta y hasta cien años después.
La narrativa de Unamuno llega a reunir en esta ocasión todas las
dimensiones de la identidad, lo que confiere a esta obra cierto valor de
psicoanálisis, una relación más o menos estrecha con la sociología, y, cómo no,
con la filosofía hermenéutica. Se trata
asimismo de una crítica y una experiencia. Y como toda experiencia, a mi
juicio, ha de ser vivida.
He querido rescatar este fragmento y su comentario porque creo que valen la
pena. Creo que a día de hoy, y tal vez más que nunca, me identifico con este texto y
con el hecho de trabajar, entrenar o salir sin otro móvil que no sea la
necesidad de autorrealización.
Comenzaré, como siempre, con brocha gorda. Pintando los aspectos más
generales, familiares o menos sorprendentes.
El tema aquí
es el enfrentamiento entre la vida activa y contemplativa. La conciliación
entre ambas una solución de lo más razonable y evidente ¿Por qué nos obligamos
a elegir?
Durante el siglo de las luces, el optimismo generado por los
grandes avances de la edad moderna, ya sea en ciencia, filosofía, política
o literatura, dan lugar al hostigamiento
de la vida activa. Este pensamiento
se ve reflejado en autores como Rousseau, cuya frase “Todo ciudadano ocioso es
un bribón” lo dice todo. Por su parte Voltaire, a través de uno de sus personajes,
ratifica que el trabajo nos libra de los
tres grandes males de la vida: el aburrimiento, el vicio y la indigencia.
También Nietzsche encajaría
aquí. El dicho que en este fragmento encontramos (“A lo hecho pecho”) hace
referencia a esa ilusión de jugar a la
vida propia de la infancia.
Los niños tienen todo por descubrir y se entretienen creando y destruyendo
a su antojo, como el Dios Dionisos o el Superhombre de Nietzsche, quienes con
su afirmación de la vida terrenal contribuyen a los argumentos que favorecen la
vida activa.
Respecto al plano contemplativo
buscaremos apoyos en la filosofía y religiones orientales.
El budismo es un claro
ejemplo de acto contemplativo. Se trata de una filosofía de vida que intenta, a
través de la meditación, alcanzar un estado de no sufrimiento (Nirvana) que no puede ser
descrito con palabras.
Actualmente los medios de
comunicación y las nuevas tecnologías nos han convertido quizás en personas demasiado activas a pesar de impulsar estilos de vida
sedentarios.
Esto es, si antes bastaba con una conversación liviana para pasar
el tiempo, ahora resulta prácticamente
impensable. Cada vez dependemos más de la multiplicidad de relaciones sociales y atendemos a distintas tareas sin
prestar verdadero interés a ninguna en concreto. Claro está, que también nos
acerca al sedentarismo pues todas las innovaciones buscan la máxima comodidad
del consumidor, lo cual nos lleva a tener acceso a todo desde un mismo sitio,
generalmente el sofá o la cama.
No me considero, desde luego, apocalíptica
ante las nuevas tecnologías, pero considero que a veces una conversación que
deja espacio para lo intrascendente es mucho más profunda y completa que
aquella en que solo atendemos a nuestras cartas. A veces anticiparse al
adversario requiere pararse a contemplar. En cualquier caso nadie tendrá tiempo
de hacerlo.
(Málaga a 9 de septiembre 2012 Teresa Velasco)