Me di cuenta de que había dentro de Málaga un verano invencible
con el resto de estaciones a la deriva. Que igual que sucede en el resto del
universo, ninguna de las partículas que agitaban el interior del Paseo del
Parque conocía un estado de reposo como el que yo ahora pretendo.
Descubrí, quizás tarde, que lo mejor que uno puede hacer es
desaprovechar su talento. Respirar. Respirar sin querer ahogar tu angustia en
el proceso y asumir la dinámica de cada entorno que conforma el mundo. Así fue.
Ni mejor ni peor. Llegar a meta, parar el reloj y observar un número con el que
sentirse más o menos identificados. Lo que hay detrás, por supuesto, es
esfuerzo, dolor, constancia y trabajo, pero yo no soy un mero resultado
numérico ¿Cuántas veces, si acaso remotamente, se ajusta el esfuerzo al
resultado?
Es de esperar que causa y efecto vayan de la mano, pero
cuánto daño puede hacer la extrapolación de resultados, y, todos sabemos que a
los corredores, más que a ningún científico, nos encanta extrapolar cada parte
del proceso hacia la meta.
Quiero decir que estoy satisfecha no con mi crono de ayer en la 29 edición de
la Media Maratón de Málaga, ni con la posición “respecto a” que pueda salir en
una lista. Estoy satisfecha por la plena conciencia de saber que no me voy a
enfriar cuando llegue porque allí está mi padre esperando. Estoy satisfecha porque
veo a los demás realizarse y eso me basta.
Estoy satisfecha con saber que soy quien soy gracias a mi
madre, a quien apenas tuve tiempo de felicitar por su cumpleaños. Estoy
satisfecha con mi mundo, porque sin ser muy grande, se está reponiendo continuamente
en su demografía y puede que esa sea la mayor satisfacción que hoy tengo.
Gracias.