¿Cuántas veces, coincidiendo con la sobreabundancia de lo
idéntico, no se repiten los días sin una pregunta que nos haga partícipes de
nuestra propia vida?¿Cuántas historias he escrito y cuántas he dejado que sean
escritas por mis manos de forma autómata y distante?
“La herida se cierra por cansancio” y, después de haber
conocido ese cansancio, no de hastío, sino el agotamiento extremo de no poder
poder más, me doy cuenta de la necesidad de más autores que piensen como
Byung-Chul Han.
La sociedad del cansancio, que paradójicamente
comencé a leer para saciar mis horas de aburrimiento con “información útil”, es
un libro a recomendar para todos y, a mi juicio, de obligada lectura para las
nuevas generaciones víctimas de una sociedad donde el pensamiento crítico
brilla, cada vez más, por su ausencia.
Resumen
Byung-Chul Han, en su libro, nos enfrenta dos paradigmas:
uno inmunológico, correspondiente al siglo pasado y, el paradigma neurológico
bajo el cual nos encontramos.
En el siglo XX, paradigma inmunológico, la sociedad
se conforma en torno al otro y se sustenta sobre un lenguaje basado en el
ataque y la defensa, en las enfermedades externas que se introducen a modo de
enemigo en nuestro organismo. Es OTRO el que nos impone qué debemos hacer. Esta
sociedad es la que Foucault comprendía como la sociedad disciplinaria, un
modelo de actuación que trabaja bajo la vigilancia de un explotador externo. Es
una sociedad del NO poder, basada en el DEBER impuesto por un jefe, un profesor,
un padre o unos valores se exteriorizan a través de escuelas, hospitales y
psiquiátricos.
El resultado extremo de esta forma de pensamiento, según el
autor, degenera en locos y criminales.
Frente a ello, el paradigma neurológico parte de una
sociedad extremadamente positivista, esto es, basada en el PODER y no en el deber, donde “todo debe poderse”.
Así, surge lo que el filósofo surcoreano denomina la “sociedad del rendimiento”, sustentada en la autodisciplina, el
autocontrol y la autoexplotación. El mismo sujeto es ahora trabajador y jefe,
explotador y explotado. El neoliberalismo ha alcanzado su más alta expresión
superando los límites de la imposición a través de una libertad paradójica
donde nos creemos dueños de nuestras propias acciones, cuando se trata más bien
de todo lo contrario.
Y, si anteriormente los valores de un estado se veían
reflejados en escuelas y hospitales, estos pasan a un segundo plano frente al boom
de bancos, gimnasios y oficinas donde proyectos y “motivación” reemplazan la negatividad
de la prohibición y la obligación.
Esta sociedad genera fracasados y depresivos y significa así
una regresión hacía la supervivencia animal. Vivimos permanentemente alerta, en
un presente prolongado, y no nos molestamos en interrogar ese tropel de
estímulos con el que cada día nos despertamos. Pensamos, pero no reflexionamos.
Llenamos nuestro vacío de tareas para permanecer constantemente en la potencia
del HACER, obviando la necesidad del
NO-HACER sin sentirnos culpables por ello.
De ahí que este tiempo venga caracterizado por la
sobreabundancia de lo mismo. El hecho de que no exista un tiempo para
“aburrirse” conlleva al rendimiento sin rendimiento que reproduce y agita lo ya
existente sin nuevas aportaciones.
Nos manejamos en ese vértigo “multitarea” que, si bien nos
permite realizar muchas funciones, nos impide ir más allá de la superficie en
ninguna de ellas. En ningún momento llegamos a la esencia misma, a la
profundización o concentración plena en aquello que hacemos.
La sociedad del positivismo procura nuevas formas de
violencia, menos evidentes que en el anterior paradigma, y, por consiguiente,
más dañinas. Enfermedades como el TDAH o el trastorno bipolar son consecuencia
del hiper de la hiperactividad que se da en
una masificación de positividad como la que vivimos.
Han señala que “si jugásemos más y trabajásemos menos” los
resultados nos sorprenderían a bien, o al menos harían más flexible el
pensamiento que, encasillado en dar con lo “original” revierte continuamente en
lo mismo. Su solución, en cambio, y como sucede en la mayoría de las obras de
carácter filosófico, no deja de ser una utopía inalcanzable para una sociedad
donde el mismo individuo se esclaviza mediante el trabajo.
Conclusión
Decía Sócrates que “una vida vivida sin reflexión no vale la
pena”. Hoy la reflexión se hace urgente si queremos evitar caer víctimas de la
autoexplotación y el autoengaño.
Si Byung-Chul Han nos muestra la necesidad de aprender a
decir NO para salvar nuestra cara más humana, desde mi punto de vista, y
queriendo ir más allá, diría que es tiempo de desaprender valores insertados
para alcanzar el verdadero autoconocimiento desde el cual construir.
No sabría dar una solución concreta a una sociedad
mercantilista que dibuja la felicidad como un objeto o estado de plenitud
posible, cuando no entiende las emociones más básicas que rigen nuestra
conducta. No podemos hablar de un estado emocional sin darnos tiempo a sentir.
Ser más autónomos y
poder brindar por los derechos individuales es el gran avance del siglo XXI,
donde la ideología y el sacrificio por el bien del Estado se han suplantado por
bienes y derechos individuales que, considero, son esenciales. El problema
surge cuando dejamos que el ego nos fragmente, cuando identificamos la hiperactividad
con la libertad. Ser libre, en esencia, es la armonía con nosotros mismos.
Conocernos, aceptarnos y, realizarnos sin obviar nuestros derechos y deberes
para con el entorno.
Si algo saco de este libro es que a cada solución, si no se
forja ésta desde la raíz, le siguen una serie de problemas que requieren de
nuevas normas. Para la continuación de un proyecto de sociedad que no incurra
en los mismos errores, no se trata de mirar al pasado, sino de cómo hacerlo.
¿Dónde acaba lo accesorio y prescindible de una doctrina?, ¿dónde empieza lo
sustancial e inmutable de un pensamiento?, ¿qué cabe “rescatar” de cada teoría?
El coste de la autodisciplina frente al deber impuesto del
anterior paradigma, si bien nos hace libres del “otro”, nos arroja hacia la anarquía
del autocontrol. No hay nadie “por encima” del individuo y ello, en lugar de
llevarnos a cuestionar los valores tradicionales, nos ha conducido a su
extinción más absoluta. Lo que después cada uno haga con esa “aparente
libertad” es una cuestión bien distinta que abarca desde una juventud
irrespetuosa con el entorno, hasta la automedicación en busca del máximo
rendimiento y autocontrol.
Es innegable, en cambio, la tendencia hacia los valores del
rendimiento individual y el culto a la imagen, no solo reflejada en el cuerpo,
sino de la superficialidad con la que, antes señalábamos, se cumplen las
funciones.
En el paradigma inmunológico, las drogas de mayor éxito
servían para la evasión. En el paradigma actual cada vez cobran más importancia
aquellas sustancias estimulantes que nos facilitan permanecer “despiertos”
durante las horas. En ningún caso encontramos un modelo satisfactorio de
articular nuestra forma de vivir.
Se hace evidente la aplicación de nuevas soluciones a los
nuevos problemas que se plantean principalmente desde la formación y que va más
allá de los conocimientos curriculares. La inmediatez y la digitalización nos
plantean nuevas estructuras educativas que contemplen los riesgos y ventajas
que suponen, por ejemplo, los videojuegos online.
En resumen, Byung-Chul Han nos recuerda que en tiempos de
acción permanente es necesario volver a aprender a mirar nuestro entorno,
limitar los impulsos desde el autoconocimiento y, sobre todo, no dejar nunca de
interrogar (e interrogarnos) en busca de soluciones que realmente casen con los
problemas de esta sociedad del cansancio.
Por: Teresa Velasco Castillo