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lunes, 26 de marzo de 2018

La sociedad del cansancio


¿Cuántas veces, coincidiendo con la sobreabundancia de lo idéntico, no se repiten los días sin una pregunta que nos haga partícipes de nuestra propia vida?¿Cuántas historias he escrito y cuántas he dejado que sean escritas por mis manos de forma autómata y distante?
“La herida se cierra por cansancio” y, después de haber conocido ese cansancio, no de hastío, sino el agotamiento extremo de no poder poder más, me doy cuenta de la necesidad de más autores que piensen como Byung-Chul Han.

La sociedad del cansancio, que paradójicamente comencé a leer para saciar mis horas de aburrimiento con “información útil”, es un libro a recomendar para todos y, a mi juicio, de obligada lectura para las nuevas generaciones víctimas de una sociedad donde el pensamiento crítico brilla, cada vez más, por su ausencia.

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Resumen


Byung-Chul Han, en su libro, nos enfrenta dos paradigmas: uno inmunológico, correspondiente al siglo pasado y, el paradigma neurológico bajo el cual nos encontramos.

En el siglo XX, paradigma inmunológico, la sociedad se conforma en torno al otro y se sustenta sobre un lenguaje basado en el ataque y la defensa, en las enfermedades externas que se introducen a modo de enemigo en nuestro organismo. Es OTRO el que nos impone qué debemos hacer. Esta sociedad es la que Foucault comprendía como la sociedad disciplinaria, un modelo de actuación que trabaja bajo la vigilancia de un explotador externo. Es una sociedad del NO poder, basada en el DEBER impuesto por un jefe, un profesor, un padre o unos valores se exteriorizan a través de escuelas, hospitales y psiquiátricos.
El resultado extremo de esta forma de pensamiento, según el autor, degenera en locos y criminales.

Frente a ello, el paradigma neurológico parte de una sociedad extremadamente positivista, esto es, basada en el PODER  y no en el deber, donde “todo debe poderse”. Así, surge lo que el filósofo surcoreano denomina la  “sociedad del rendimiento”, sustentada en la autodisciplina, el autocontrol y la autoexplotación. El mismo sujeto es ahora trabajador y jefe, explotador y explotado. El neoliberalismo ha alcanzado su más alta expresión superando los límites de la imposición a través de una libertad paradójica donde nos creemos dueños de nuestras propias acciones, cuando se trata más bien de todo lo contrario.

Y, si anteriormente los valores de un estado se veían reflejados en escuelas y hospitales, estos pasan a un segundo plano frente al boom de bancos, gimnasios y oficinas donde proyectos y “motivación” reemplazan la negatividad de la prohibición y la obligación.

Esta sociedad genera fracasados y depresivos y significa así una regresión hacía la supervivencia animal. Vivimos permanentemente alerta, en un presente prolongado, y no nos molestamos en interrogar ese tropel de estímulos con el que cada día nos despertamos. Pensamos, pero no reflexionamos. Llenamos nuestro vacío de tareas para permanecer constantemente en la potencia del HACER, obviando la  necesidad del NO-HACER sin sentirnos culpables por ello.

De ahí que este tiempo venga caracterizado por la sobreabundancia de lo mismo. El hecho de que no exista un tiempo para “aburrirse” conlleva al rendimiento sin rendimiento que reproduce y agita lo ya existente sin nuevas aportaciones.
Nos manejamos en ese vértigo “multitarea” que, si bien nos permite realizar muchas funciones, nos impide ir más allá de la superficie en ninguna de ellas. En ningún momento llegamos a la esencia misma, a la profundización o concentración plena en aquello que hacemos.

La sociedad del positivismo procura nuevas formas de violencia, menos evidentes que en el anterior paradigma, y, por consiguiente, más dañinas. Enfermedades como el TDAH o el trastorno bipolar son consecuencia del hiper de la hiperactividad que se da en  una masificación de positividad como la que vivimos.

Han señala que “si jugásemos más y trabajásemos menos” los resultados nos sorprenderían a bien, o al menos harían más flexible el pensamiento que, encasillado en dar con lo “original” revierte continuamente en lo mismo. Su solución, en cambio, y como sucede en la mayoría de las obras de carácter filosófico, no deja de ser una utopía inalcanzable para una sociedad donde el mismo individuo se esclaviza mediante el trabajo.

Conclusión


Decía Sócrates que “una vida vivida sin reflexión no vale la pena”. Hoy la reflexión se hace urgente si queremos evitar caer víctimas de la autoexplotación y el autoengaño.
Si Byung-Chul Han nos muestra la necesidad de aprender a decir NO para salvar nuestra cara más humana, desde mi punto de vista, y queriendo ir más allá, diría que es tiempo de desaprender valores insertados para alcanzar el verdadero autoconocimiento desde el cual construir.
No sabría dar una solución concreta a una sociedad mercantilista que dibuja la felicidad como un objeto o estado de plenitud posible, cuando no entiende las emociones más básicas que rigen nuestra conducta. No podemos hablar de un estado emocional sin darnos tiempo a sentir.
Ser más autónomos  y poder brindar por los derechos individuales es el gran avance del siglo XXI, donde la ideología y el sacrificio por el bien del Estado se han suplantado por bienes y derechos individuales que, considero, son esenciales. El problema surge cuando dejamos que el ego nos fragmente, cuando identificamos la hiperactividad con la libertad. Ser libre, en esencia, es la armonía con nosotros mismos. Conocernos, aceptarnos y, realizarnos sin obviar nuestros derechos y deberes para con el entorno.

Si algo saco de este libro es que a cada solución, si no se forja ésta desde la raíz, le siguen una serie de problemas que requieren de nuevas normas. Para la continuación de un proyecto de sociedad que no incurra en los mismos errores, no se trata de mirar al pasado, sino de cómo hacerlo. ¿Dónde acaba lo accesorio y prescindible de una doctrina?, ¿dónde empieza lo sustancial e inmutable de un pensamiento?, ¿qué cabe “rescatar” de cada teoría?

El coste de la autodisciplina frente al deber impuesto del anterior paradigma, si bien nos hace libres del “otro”, nos arroja hacia la anarquía del autocontrol. No hay nadie “por encima” del individuo y ello, en lugar de llevarnos a cuestionar los valores tradicionales, nos ha conducido a su extinción más absoluta. Lo que después cada uno haga con esa “aparente libertad” es una cuestión bien distinta que abarca desde una juventud irrespetuosa con el entorno, hasta la automedicación en busca del máximo rendimiento y autocontrol.

Es innegable, en cambio, la tendencia hacia los valores del rendimiento individual y el culto a la imagen, no solo reflejada en el cuerpo, sino de la superficialidad con la que, antes señalábamos, se cumplen las funciones.

En el paradigma inmunológico, las drogas de mayor éxito servían para la evasión. En el paradigma actual cada vez cobran más importancia aquellas sustancias estimulantes que nos facilitan permanecer “despiertos” durante las horas. En ningún caso encontramos un modelo satisfactorio de articular nuestra forma de vivir.

Se hace evidente la aplicación de nuevas soluciones a los nuevos problemas que se plantean principalmente desde la formación y que va más allá de los conocimientos curriculares. La inmediatez y la digitalización nos plantean nuevas estructuras educativas que contemplen los riesgos y ventajas que suponen, por ejemplo, los videojuegos online.

En resumen, Byung-Chul Han nos recuerda que en tiempos de acción permanente es necesario volver a aprender a mirar nuestro entorno, limitar los impulsos desde el autoconocimiento y, sobre todo, no dejar nunca de interrogar (e interrogarnos) en busca de soluciones que realmente casen con los problemas de esta sociedad del cansancio.



Por: Teresa Velasco Castillo

miércoles, 21 de marzo de 2018

A propósito de Aves de Paso

Porque no está de más admitirlo. Porque muchas veces seguimos cuesta arriba y sin frenos y nos callamos preguntas con las que podríamos cambiar nuestro rumbo. Porque ser "ave de paso" a veces duele, y, a veces, estoy segura, más de uno querría  que esas damas de noche durasen toda la vida.  




A propósito de Aves de paso

Me hice niña mirando hacia la luna,
dorando la piel de largos horizontes.
Me fui cosiendo –tan niña-  con las bridas del camino,
cuesta arriba, sin patines y sin frenos.

Luego, embarcada con lo puesto, salí al mar
a saciar la sed del imbécil con palabras.
Sin patines y sin frenos, cuesta arriba,
a matar el hambre de mi astucia con el pan.

En el desorden de los versos me crecí,
sin frenos, sin patines, cuesta arriba,
al servicio de los besos de algún hombre
dejé mis preguntas suspendidas

¿Cuántas veces esas flores de una noche
quise haber querido más de un día?
¿Cuántas veces, cuesta arriba, no he querido,
preguntar si en su camino me querían?

Pero en el orden de ser niña me hice madre
del que llega intentando hacer poesía,
del que apaga sus impulsos con cualquiera,
del que cierra sus alas, del que es padre

¿Cuántas veces fui a parar con estos huesos
a buscarte en la luz que, enhiesta, se hace ocaso?
¿Cuántas Declinaciones si acaso fuiste eterno
y yo –tan niña- y tan triste ave de paso?


Teresa Velasco Castillo



lunes, 19 de marzo de 2018

Si naciste en el Sur...

Siempre he otorgado un valor excepcional a la familia. Quizás porque he tenido suerte de echar raíces bajo un árbol genealógico de buenas y más buenas personas. Tal vez porque mi padre es el hombre de mi vida nunca seré capaz de escribir un poema a su altura. Por eso y por el orgullo de ser de una tierra que a nadie desprecia, que a todos acoge y que, por lo menos hasta ahora, a su padre respeta. Porque sé que siempre habrá un familiar que haga las veces de pilar cuando todo se hunda, y porque el día que me toque a mi, ahí pienso permanecer a flote. Por todo eso y por este día, felicitar las buenas costumbres del que acostumbra a querer a los suyos: 

Si naciste en el sur sabrás que un adiós nunca pasa de hasta luego,
que cualquier momento es bueno para un café de esos que despierta los sueños.
Sabrás que el mundo está lleno de artistas pequeños, de comerciantes,
de camareros sin idiomas que son la idiosincrasia de nuestras lenguas.

Si naciste donde el sol rara vez da a torcer sus rayos,
donde la lluvia es un milagro que a nadie asusta y la calle
es el hogar de todos, aunque nadie la respete. Si naciste donde yo,
ya sabes que un amigo puede ser el tipo al que pediste fuego
o aquel al que besaste buscando morir una noche por alguien.

Si naciste donde la espera es el ser-ahí del individuo,
sabrás que el camino se hace mejor con herramientas desgastadas,
y andarás de sobra para saber viajar sin levantar tus pies de la arena.
Si eres un vivo reflejo del estoicismo moderno, si no te culpas
por no ser más y más productivo al final del día,
es porque naciste donde aún la gente, aun con estrés, respira.

Sabrás que eres del Sur cuando todos quieran ser tus primos
obviando la genealogía y los impuestos de sucesiones que ello conlleva.
Si naces donde van a parar aquellos a los que su patria exilia
sabes que no puedes contar en exceso con nadie salvo tu familia.

Si eres de donde cada domingo se hace paella
y los mejores profesores, que todo arreglan, son los padres.
Si eres del sabor del mar, sabrás llenar este día inexorable
con un carrusel de horas sin prisa por que se haga tarde.

Si eres andaluz y tienes abuela, dale las gracias por tu padre.
Hoy y todos los días, por cada beso que regateamos,
por cada “te quiero” que nos callamos, por cada gesto
al que dimos la espalda de niños.

Hoy y todos los días, quisiera decirte lo que no puede el verso
en el cálido silencio de este abrazo.

Teresa Velasco Castillo


lunes, 5 de marzo de 2018

Corriendo aprendí

Seguro que más de uno creció corriendo. Yo sigo aprendiendo algo nuevo cada día de este arte de enhebrar zancadas. 


Corriendo aprendí que es cierto aquello
De que Dios da la razón a la constancia
Que el “ser-ante-los-ojos” es mirarse
En el tiempo entre la meta y la nostalgia

Corriendo aprendí a enhebrar los pasos
Con la virtud que me ocupa el ser-contigo
A subrayar con mis versos los caminos
Que desangran su mapa en el ocaso

Corriendo me pronuncio en voz presente
Y ahuyento, a veces, el monstruo de los años.
Ser-corriendo es un disfraz largo de mangas
Que acostumbro a ponerme cada invierno

Porque así, corriendo, me desvelo
En un sordo dolor de verbo hiriente
En los tropiezos que encallecen los talones
En los retos que se fraguan con el alma

Corriendo aprendí filosofía del movimiento
Cursivas de cemento, renglones torcidos
Amigos que dan causa a las fisuras
Entre secuencias de quietud y soledad

Y solo así, corriendo, soy libre
De hacerme en el oficio que entrelaza
Al escultor de sueños, al pintor de infancia

Y al poeta cuyos pies el suelo nunca alcanza. 

Teresa Velasco Castillo