Pues nada. Parece que el mundo se empeña en seguir. Más bien
es el principio de otro año lo que se acerca y no ese final hacia el que
nuestro instinto de supervivencia nos empuja a mirar.
Son muchos días los que llevo sin escribir en el blog, liada
con asuntos de prensa y con canciones, más o menos actuales, que por algún
motivo nos llegan al alma y nos quitan la voz.
He tenido tiempo, por tanto, de pensar en las cosas simples
que se piensan cuando se deja de pensar, y he pensado que si tuviera tiempo
escribiría y, probablemente, saldría a correr. Igual que ahora, que “no tengo
tiempo”, me dedicaría a contar historias verosímiles, tal vez con menos datos
que los que se exigen a un trabajo.
Si mañana se acaba el mundo, lo más seguro es que la muerte
me encuentre haciendo “series de mil”, o paseando de la mano de cualquiera por
los bares de Pedregalejo.
Es seguro que no tendría tiempo de despedirme de mis amigos,
enemigos, familiares, conocidos... Pero es que a mí, especialmente, no me
gustan las despedidas ni los regalos. Ni los reyes, ni “Papa Noel”, ni todos
esos compromisos que terminan a la larga por no ser más que compromisos.
He tenido tiempo también de pensar en términos cuantitativos
¿Alguien ha reparado en los kilómetros que llevan nuestras piernas? Y lo que es
más típico, pero a la vez digno de mención: lo que hay detrás.
Que no suela decirlo
no quiere decir que no lo piense. Porque tras cada podio hay un padre haciendo
fotos, y una madre pendiente de recibirlas.
Y en cada curva siempre hay alguien que grita para dar fuerzas a quien encara la última y más “jodida” de las rectas.
Lo mejor ¿saben qué? A “ese alguien” no
le importa que el primero entrase hace rato.
Y, cómo no, gracias a
ese chófer que recorre cientos de kilómetros para una prueba o ese otro que da
mil viajes para evitar un autobús. Gracias también (ya que estamos) a esas
personas que cuentan chistes por los que vale la pena vivir.
Pero ahora en serio. De verdad de la buena, ¿nadie se ha
parado a pensar qué haríamos sin ese profesor que nos tiene “manía”? Sería
horrible. Andaríamos más perdidos que los estadounidenses tras la caída de la URSS.
Desviaríamos nuestro punto de referencia
y habríamos de enfocar nuestros males a
otro enemigo único.
¿Y si el presidente hablara Inglés? ¿A qué “sociedad”
culparíamos de nuestra ignorancia? Yo siempre he coincidido con el refrán: “que
cada palo aguante su vela”. O el más comercial “yo me lo guiso, yo me lo como”,
aunque tal como está el panorama parece que toca repartir culpas y trabajos…
¡Malditos, benditos trabajos en grupo!
En fin, que he pensado que no está tan mal como lo pintamos
el futuro. Siempre podremos emigrar a otros países y conocer gente que cuente
chistes por los que vale la pena vivir.
(Málaga a 24 de diciembre 2012 Teresa Velasco Castillo)