Como consecuencia de las felicitaciones de todos los que estuvisteis ayer en la presentación de mi primer libro, y de aquellos que por uno u otro motivo no pudieron asistir, adjunto a continuación el discurso con el que di paso a este proyecto, que como ya dije, es de todos.
Buenas tardes. En primer lugar agradecer el enorme esfuerzo
de todos los presentes, familiares, amigos y más amigos, especialmente a Paco
y a Jorge por tan magnífica presentación.
Como puedo observar la mayoría sabéis de qué va esto de
escribir, pero para los que aún no lo tienen muy claro, me dispongo a hacer
públicos los ingredientes, hasta ahora secretos, de el poema.
No hará falta que tomen nota, porque posiblemente esta
receta no sirva ni siquiera para mi misma una vez que salga de esta sala. La
literatura, como la vida, no está hecha de fórmulas matemáticas como me hubiese
gustado de pequeña. No, lo más cercano a la vida es la poesía y, si me apuras,
el atletismo: una carrera de fondo con obstáculos arbitrarios que cada uno
salva según su circunstancia y sus posiblidades.
El primer ingrediente que tienen que asegurarse de comprar
es la intención. Llamémosle ganas, interés, constancia e incluso cabezonería.
Yo diría que en mi caso obsesión por
metas tan inalcanzables como las de hoy.
No voy a mentir y a contar la historia del niño que soñaba
que escribía, porque no es así. Solo una profesora, y no está aquí, es
consciente de lo que digo: mi agenda estaba llena de sus firmas cuando cursaba
primaria. Mi pasión eran, como dije antes, las matemáticas. Exactas y concisas.
Pero pronto, descubrí los renglones torcidos de Dios y me di cuenta de que
aquello tenía de todo menos sentido.
El desencadenante de
aquella metamorfósis fue una cinta de Sabina, aparecida un sábado de
limpieza general. En seguida me enamoré de su voz ronca, sus canciones, sus
letras, su persona y su personaje y, como dije antes, lo llevé a la misma
obsesión.
No tenía ni 12 años, no me gustaba leer y, de pronto, me
encantaba. Deboré todas las biografías habidas y por haber antes de que a mi
padre le diese tiempo de leer el prólogo de un libro, que compró para él. Y,
por supuesto, como buena periodista me documenté a fondo de todas las
influencias de este autor, leyendo uno por uno todos los libros que
recomendaba, escuchando las canciones a las que aludía en sus canciones, los
autores con cualquier tipo de relación…
Y hasta ahí el primer ingrediente. El segundo yo diría que
poca gente lo tiene. Son unos padres como los míos. Ellos han aguantado mis
dudas antes de que existiera wikipedia, ellos se han sacado dos veces primaria,
dos veces secundaria, dos veces bachiller,dos veces el First de
Cambriadge, una carrera de periodismo,
un primero de TAFAD y, en este momento, están repitiendo 3º y 5º de primaria
con mis hermanos.
Es más, ellos han aguantado el más duro de los ingredientes
para estos poemas: el desequilibrio.
Todo iba de maravilla hasta que llegó Baudelaire y sus
poemas malditos y las influencias negativas del mundo del periodismo.
Empecé copiando a toda prisa los rótulos de cada noticia,
madrugando para leer el twitter, y aprovechando cada minuto para poder entrenar
duro por las tardes y lograr mi otro gran objetivo: las olimpiadas. Sí, soy
experta en objetivos inalcanzables y este es uno de ellos.
Pronto dejé de comer, de relacionarme, y, en definitiva, de
vivir. Y todo ello lo soportaron mis padres, en primera persona del singular y
del plural.
Llegado ese punto, algo me decía que necesitaba escribir y
así hice. De esa época tengo poemas como el espejo que no creo que pueda
escribir ahora ni nunca. La muerte como un hecho anecdótico, más o menos
presente a lo largo de muchos poemas. La muerte es algo con lo que toca
convivir y da miedo, pero no por ello hay que achantarse, por eso escribí, más
recientemente, este poema a mi abuelo, porque nunca he aceptado los eufemismos
con los que se anuncia la muerte a un niño.
Pero no nos centremos en lo malo, la inspiración, también es
cierto, llega trabajando. Y trabajar es, como decía Balzac, plantar el culo en
la silla y escribir y leer y volver a leer y escribir hasta que salga algo que
entredientes pueda aprobar pasajeramente. En eso sí se asemeja la ciencia a la
literatura: ningún poema es definitivo, siempre es suceptible de ser refutado.
Para ello, se sobre entiende, hace falta unos padres que te
mantengan económica y literalmente. También vale una pareja como la que tenía
Vargas Llosa hasta hace poco.
Y ya, la última pizca de sal la ponen el conjunto de
capullos que salieron conmigo y, en algún momento, destrozaron mi vida para que
yo pudiera construirla con versos.
No solo ellos hacen los poemas de amor. También la
imaginación, mucha imaginación y amores platónicos como el del poema Amor Secreto
Con esta última intervención me despido y animo a todos y
todas los jóvenes y no tan jóvenes a escribir. Pero, por favor, no sazonen en
exceso sus poemas, recuerden que la claridad, como dijo Ortega y Gasset, es la
cortesía del filósofo.
Teresa Velasco Castillo.