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La vida es irónica:
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viernes, 27 de mayo de 2016

Saltar

Llegué hacia la mitad de septiembre. Después de un viaje interminable creí que al fin pisaba tierra y en medio de aquellas pistas heredadas del franquismo quise poner en pie mi nuevo hogar.
Al segundo mes ya estaba más institucionalizada que el viejo Brooks en Cadena perpetua, solo que al salir de esos muros volvía  mi conciencia y todo se relativizaba. En cualquier caso, echaba y echo de menos las sensaciones de mis primeros días lanzando a canasta bajo la atenta mirada de un sol que hoy completa su ciclo.
Supongo que la esperanza ha terminado por volverme loca y eso me ha mantenido siempre con vida, pero ahora que acaba el año, y por primera vez "tengo algo pendiente", el pabellón resulta más gris y vacío, aun con todo un curso esperando graduarse.
Me doy cuenta de que la tormenta ha causado estragos en mis manos. Tengo las uñas más escondidas que nunca. Desiguales por parejo. Inhabilitadas para deshacer los nudos que se amotinan en mi garganta queriendo salir Dios sabe por dónde.
No puedo culpar a nadie de mi fracaso como atleta, porque por más que me empeñe, mi talón de Aquiles me seguirá doliendo literal y metafóricamente. Pero de haber sido más joven, aún estaría dando las gracias por la oportunidad de ser como el resto, porque en el fondo siempre he querido ser como esos jóvenes que saltan y vuelan con alas en los pies.
En parte sé que nunca podré volar como ellos. Soy mucho más terrenal, mucho más inestable y una completa extraña de mí misma.  Me desconozco tanto que hasta me extraño cuando hago las cosas bien. Y después de cientos de vueltas de vals a la orilla de mis posibilidades, no descarto llegar una mañana de junio y saltar más alto que nunca, pero tampoco creo en los milagros.  

“Largo y escabroso es el camino, que del infierno conduce a la luz” decía Morgan Freeman en una de sus grandes interpretaciones. Pues bien, del infierno se puede salir, así que  el cielo no debe de ser tan difícil de alcanzar. 

Teresa Velasco Castillo

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