Cuelgo esta vez un reportaje de hace ya algunas semanas sobre el corresponsal David Jiménez y su reciente obra "El lugar más feliz del mundo" que recomiendo con hincapié.
Cuando Kim
Jong-Hun, político, militar y máximo mandatario de la región norcoreana se alza
sobre una población homogénea para anunciar su discurso, aquí, en occidente,
nos reímos conscientes de la paradoja: El
lugar más feliz del mundo. Así denomina el cuarto y último hijo de Kim
Jong-il a su país y así se titula la nueva obra de David Jiménez, todo un
acopio de reportajes “directos al corazón” que hacen posible la conexión con el
mundo oriental.
Todo empezó hace un par de
décadas, cuando aún quedaban minas
cargadas de memoria por explotar en oriente medio. Entonces, David Jiménez, escritor,
periodista y viceversa, se presenta solo en el despacho de Pedro J.
Ramírez y le propone dar voz a todo un
continente abandonado y sujeto a los clichés de la industria cultural. El Mundo, por aquellos días no contaba
con reporteros en Asia, de modo que David pudo aprovechar la coyuntura para
fundar lo que sería la primera corresponsalía del diario en la zona asiática.
Pasaron los años, y el joven
corresponsal fue madurando, haciéndose consciente del peligro. Consecuentemente,
fue cargando su mochila de experiencias sin olvidar a quienes esperan su
regreso a casa. En 2004 cubrió el
“Sumatra-Andamán”, un terremoto submarino con epicentro en la costa del
oeste de Indonesia que desató toda una serie de tsunamis devastadores a lo
largo de las costas del océano Índico. “Los desastres naturales son muy
difíciles de enfrentar”, declara en una conferencia a los alumnos de la UMA. Y
es que cuando no queda un edificio en pie, ni una persona con suficiente
aliento para vivir, el trabajo pasa a un segundo plano. En consecuencia,
fotógrafos, traductores y periodistas han de ser ante todo personas: “buenas
personas”, según afirma David Jiménez, y, respetando el oficio, prestar ayuda
al entorno.
El periodismo debe ofrecer la oportunidad de mejorar las
cosas, con independencia, pero dando voz y otorgando los medios a esas personas que necesitan hacer
público su relato. Es por ello que El
lugar más feliz del mundo se construye con reportajes breves, como si se
tratase de pinceladas aleatorias que se
unen para constituir el cuadro.
Hay así, colores alegres que no
por su condición pierden derecho a un espacio en ese marco, pero, por desgracia,
la escala de grises mancha esos paraísos que nos empeñamos en destruir. “Quizás
la guerra sea lo más duro, porque se trata de personas haciendo daño a otras
personas”, admite con razón el autor de la obra.
Una vez constituida la base y
establecidos esos colores, llegan los detalles: esos límites que muchas veces ni el propio pintor sabe donde
trazar. Contar la verdad conlleva perjuicios. Ser honesto está mal pagado hoy
día y, a veces, no queda más remedio que morderse la lengua para evitar que se
la corten a tu traductor.
A pesar de todo, David Jiménez
cuenta con coraje y vocación más que de sobra para seleccionar aquellas informaciones
que apuestan por la calidad y no dejan
de “contarnos a nosotros mismos con nuestros errores y virtudes”.
En Hiroshima tuvo la oportunidad
de recoger los testimonios de las personas que fueron víctima de los ataques
nucleares ordenados por Harry Truman, y, aunque no llevase el logo de la BBC en
su chaqueta, accedió a los lugares más recónditos de la leyenda ignorando los
“prohibido el paso” de muchas parcelas. Muchos comparan este aspecto con
Kappuscinski, testigo de mil batallas en quien pocos no se han inspirado, pero,
David Jiménez va más allá y regresa a ese lugar donde ha sido feliz, como Juan
Rulfo en Pedro Páramo. Esta vez con un final más justo.
Estaba en quinto de carrera
cuando ya trabajaba. Tal vez el mercado de la comunicación se vea hoy amenazado
en lo que a su modelo de negocio se refiere, pero, si las nuevas generaciones
hacen caso a la experiencia del maestro, no se dejarán aplastar por aquellos
medios que aprovechan la famosa crisis para contratar esclavos en lugar de
trabajadores.
En este sentido, España tiene
mucho que aprender de medios como el New
York Times que, en vez de recortar su plantilla, apuestan por profundizar en
la redacción de los acontecimientos. Porque noticias las hay de muchos colores,
pero ninguna pasa del blanco al negro
sin un contexto que las hile. Se recomienda, por tanto, no solo la lectura de
reportajes como éstos, sino la lectura en términos generales, como pilar del
buen periodismo.
Es importante que sea el propio
periodista quien de importancia a su trabajo si se pretende un futuro para la
profesión. David Jiménez confía en que los estudiantes lo hagan porque las condiciones son
distintas, no peores.
Actualmente, gracias a Internet o por culpa de él, se dispone de una
herramienta de gran poder que da la capacidad para hacer y deshacer un
periódico al antojo del usuario,
comunicar con áreas opuestas o crear una ventana de ilusiones con pulsar un
solo botón. De lo contrario la esencia no se pierde ¿qué ha cambiado realmente?
Quienes de verdad tengan vocación saldrán adelante porque al final los lugares remotos están más
cerca de lo que se piensa y ese carácter único de la prensa no es más que uno y
sus ganas de contar las historias.
El lugar más feliz del mundo no es un lugar, sino las miles de
ciudades que caben en una sola ciudad, un homenaje a cada una de las personas
que dan pie a la evolución del joven aprendiz de pintor que, con el tiempo, ha
llenado nuestros museos de hermosos cuadros.
Existen, sin duda, amenazas, pero
no hay nada que temer mientras queden artistas como David Jiménez y tiempo
suficiente para volver.
Teresa Velasco Castillo Málaga a 24 de noviembre 2013