Han pasado ya seis años desde que Vargas Llosa escribiera
aquel artículo titulado “La civilización del espectáculo” en el diario El País.
Sin embargo, aquella crítica mordaz a los medios parece ahora más vigente que
nunca.
La conquista de la
libertad y, más concretamente, el papel ejercido por el mercado han llevado a
reorientar las funciones de los medios. Hoy se concede especial privilegio a la
diversión, a fin de no perder a las audiencias.
Como consecuencia nos encontramos un panorama donde la
violación a la privacidad, la confusión de valores, así como la degradación de
los niveles culturales y éticos de la prensa son ya un hecho.
Pero…
¿Dónde radica el problema?, ¿es el público lo que lleva a primar realmente el espectáculo?
Es considerable la opinión de este autor que considera una
doble vertiente del problema.
De un lado es la
competencia exigida por los mercados lo que propicia que los medios favorezcan
contenidos demandados, pero no debemos olvidar que en muchas ocasiones la
frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los
medios.
Se trata de un fenómeno creciente alimentado por unos y
otros que lleva a una sociedad donde ya nada escandaliza.
La pérdida de escrúpulos y valores éticos arrastra confusión
y vacía el sentido de esa libertad. Ejemplo de ello es la pérdida de modelos
sociales; antes se salía en televisión por motivo social, intelectual o
científico; hoy son las razones mediáticas las que guían el reconocimiento de
una persona y no sus propios méritos.
Se trata por tanto del predominio casi absoluto de una
filosofía relativista cuyas consecuencias pueden atentar contra los derechos
individuales (como sucede en la confrontación entre libertad de expresión y
privacidad) y, en última instancia, contra el funcionamiento mismo de la
democracia.
Medios absorbidos por grandes grupos (metáfora del pez grande que devora al pequeño) |
Los medios podrán afirmar que “hay comunicación amarillista
porque hay consumidores”, pero la realidad pasa por poner en juego múltiples
factores.
Se trata de admitir que, a día de hoy, el primer poder es la
televisión: lo que no sale en la tele, directamente no existe y eso es un
problema cuya solución no parece sencilla. Debería haber algún modo de legislar
que no incurriese en la censura, pero parece que la tendencia apunta a la
inclusión de este tipo de contenidos donde las fronteras entre lo privado y lo
público ya no existen.
En cierto modo, la responsabilidad parte del profesional, y
el código ético del periodista, así como su honradez puede cambiar este
fenómeno.
(Teresa Velasco 2º Periodismo)