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La vida es irónica:
Se necesita TRISTEZA para conocer la FELICIDAD, RUIDO para apreciar el SILENCIO y AUSENCIA para valorar la presencia

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domingo, 26 de febrero de 2017

Nostalgie de la boue

Digo adiós a mi atracción por lo crudo, desgarrado, degradante, depravado. Digo adiós a la inconstancia (de momento) y paso a estar idiotizada de amor por un tiempo, espero que siempre. 



Nostalgie de la boue

Estas son las confesiones de un poeta en crisis
de una noche triste de final de febrero
donde invenciones como la prisa o el reloj
son ahora anacronismos en lo más hondo del corazón ciego

Esta es la elegía a los poemas que hacían
sudar termómetros contra las paredes.
Resentimiento vivo todavía de la conciencia clara,
de la capacidad de ser valiente en poesías.

Quiero deciros algo.
Solo nos queda esperar sentados
por si vuelve la soledad.

En la melancolía de entonces  me quedará
la presencia de una edad temprana
la Afrodita del amor vulgar.

El sentimiento  tibio de quien besa
sin promesas y con los ojos abiertos
al tiempo que yace en la mirada.

Yo esperaba otra cosa de la vida.
Yo esperaba ser un verbo irregular.

Exposición temporal en el archivo
incapaz de superar los vicios
del corazón infiel y rechazado,
de la estrofa en el francés original.

Pero no solo Sabina se traiciona
también yo me engaño a conciencia,
aparte del sueño,  me engaño
porque el hecho de estar vivos exige algo:

Besar con los ojos cerrados,
abrazar por debajo de la piel
aunque no sea la poesía que buscamos.

La voz de mi poema no es ahora desgracia
penetrada de sudor y de bohemia,
de alcohol,  de drogas y tabaco.

La aleación de tu cuerpo con el mío
torpemente desdoblados en la cama
No será antología en las escuelas,
pero siempre poesía de mi alma.


Teresa Velasco Castillo



lunes, 20 de febrero de 2017

CARTA AL HOMBRE DE MI VIDA



De todos los hombres de mi vida -y en ellos cabe también Miguel Hernández, Baudelaire, Richard Bach o Rafael Alberti- , solo la prolongación eterna de los padres lleva a la vehemencia expresiva de mis pasos.
Zurich Maratón de Sevilla 2017 no habría sido posible sin la admiración que en mi despierta un poeta tan barroco como Góngora o Quevedo, tan puro como  Jaime Sabines, tan desenfrenadamente inconstante y tozudo como el gran Salvador Velasco y su inconsciencia poética. Y hablo de inconsciencia porque, como Neruda, tiene el vicio capital de los poetas, ese vicio romántico que esconde en respuestas cortas.
Y hay que ser, como decía Emil Cioran, de un temple excepcional para dejarse devorar por el dolor… en silencio. Ese es mi padre. Para el que no lo conozca él es el Blue Ray de los príncipes azules, la sangre en el camino de los pobres, sol en el verso, soneto en los gestos del alba que asoma por el décimo kilómetro de mi alma.
Mi padre fue mi manager. Un hombre hacia dentro, enmudecido. Él mismo a solas con aquello que sea que sucede dentro de su ser. Y, en medio de todo ello, una voz que incita a seguir luchando en este espantoso espectáculo bélico que es la vida.
Él me empuja a golpes de calor cuando mis manos están frías y las suyas aún conservan algo de humano. Me tira con guitas y cuerdas invisibles cuando ni siquiera puede verme. Me clava en la garganta anzuelos y me oprime contra la nada cuando en sus brazos no consigo el consuelo de niña mimada que fui.
Él me altera la lengua y me pone los pies en el origen. Una pena suya pesa más que todas las desdichas que me quepan ¿no veis acaso su alegría en mi impaciencia, su lunar en el lunar de mi costado? ¿No parecen sus ojos  mis párpados, su angustia mi carne desgarrada?

Hay y habrá muchos hombres en mi vida. Como un castigo infinito, como lluviosas penas, como parte irrevocable del camino que lleva al kilómetro 42. Solo él será epitafio de mi piel ya vieja. Verdaderamente serio y eterno por dentro. Heredé la fortuna de no contar mis problemas.

PD. No creo que pueda compensar nunca lo que te debo

Teresa Velasco Castillo

sábado, 4 de febrero de 2017

Cuando muera diré a Dios.

Cuando muera le contaré a Dios las veces que nos hundimos en la cama,
preguntaré si acaso oyó el suspiro que habita en las lenguas del desierto.
Le contaré la adrenalina de ser humano y pecado original, el dolor del alma
cuando es tocada por canciones y por olas que pelean un espacio en el lienzo.
Preguntaré por qué no hizo más fuegos artificiales y menos armas de fuego,
por qué puso frenos, bridas, espuelas,
por qué no todos pueden ir a la escuela.
Cuando muera le contaré a Dios el valor de una mirada en el horizonte de tus ojos
como si la arena cortara las venas de un cielo rojo
y preguntaré si no es así el color de la guerra en tantos sitios que no vi.
Cuando muera diré lo que nunca escribí en mi diario.
Pondré voz al sordo que soy cuando solo pienso en mí y mi ombligo
y alas a la cojera del corazón cuando no hay mayor imposible que un contigo.
Le hablaré de la romántica incorregible que en la pared de sus versos choca,
del techo del cielo de tu boca con palabras textuales .
Y estaré muy agradecida por haber tenido tiempo para perderlo
en contar calorías en las cenas, para entregar mi imperfecto cuerpo
a tus pies después de comernos los besos.
Cuando la muerte venga esbozaré la mueca más cargada de ironía
y no hará falta hablar de lo que no se puede decir.
Las células, entonces erradicarán conexiones y  se volverán frías
como las lenguas del desierto cargado de vidas

que no tuvieron la oportunidad de vivir. 


Por Teresa Velasco Castillo.