Cuando muera le contaré a Dios las veces que nos hundimos en
la cama,
preguntaré si acaso oyó el suspiro que habita en las lenguas
del desierto.
Le contaré la adrenalina de ser humano y pecado original, el
dolor del alma
cuando es tocada por canciones y por olas que pelean un
espacio en el lienzo.
Preguntaré por qué no hizo más fuegos artificiales y menos
armas de fuego,
por qué puso frenos, bridas, espuelas,
por qué no todos pueden ir a la escuela.
Cuando muera le contaré a Dios el valor de una mirada en el
horizonte de tus ojos
como si la arena cortara las venas de un cielo rojo
y preguntaré si no es así el color de la guerra en tantos
sitios que no vi.
Cuando muera diré lo que nunca escribí en mi diario.
Pondré voz al sordo que soy cuando solo pienso en mí y mi
ombligo
y alas a la cojera del corazón cuando no hay mayor imposible
que un contigo.
Le hablaré de la romántica incorregible que en la pared de
sus versos choca,
del techo del cielo de tu boca con palabras textuales .
Y estaré muy agradecida por haber tenido tiempo para
perderlo
en contar calorías en las cenas, para entregar mi imperfecto
cuerpo
a tus pies después de comernos los besos.
Cuando la muerte venga esbozaré la mueca más cargada de
ironía
y no hará falta hablar de lo que no se puede decir.
Las células, entonces erradicarán conexiones y se volverán frías
como las lenguas del desierto cargado de vidas
que no tuvieron la oportunidad de vivir.
Por Teresa Velasco Castillo.
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