Iris siempre llegaba tarde a las reuniones de amigos, citas
improvisadas, aniversarios, cumpleaños sorpresa y planificados, bodas, bautizos
y compromisos familiares. Daba igual que viviese al lado del lugar de encuentro
o a cientos de kilómetros, que comenzase a vestirse con horas de antelación o
saliese recién levantada y con las pupilas aún a estrenar. Hiciese lo que
hiciese, siempre llegaba tarde.
Un día, sus amigos, hartos de la situación, decidieron
gastarle una broma para que así escarmentase y decidieron esconderse todos y ver cómo reaccionaba Iris al otro
lado de la calle. Para que la broma no fuese descubierta, citaron, como
siempre, en el mismo sitio y media hora antes que al resto, a Iris, y pusieron
en marcha su plan.
Efectivamente, Iris llegó media hora después de la acordada
y, sin apenas levantar la vista del teléfono, se sentó en una esquina a teclear
la pantalla de su móvil sin descanso.
Los amigos, algo insatisfechos con la actitud imperturbable de Iris, decidieron
ir más allá y darle plantón toda la tarde. Así que cogieron sus carteras y
móviles y cuidadosamente se dirigieron a la tetería más cercana a Calle de la
Era.
- - No puedo creer que ni se inmute ¿es que acaso no
le importamos?
- - Yo creo que pasa de todo. No sé cómo el novio la
aguanta.
- - Pff, yo es que paso, en serio. Por cierto ¿qué
tal os fue el examen de medios del martes?
La conversación se prolongó durante un par de horas en que
apenas volvió a mencionarse el paradero de Iris. Cuando al fin alcanzaron el
fondo de sus tazas, y pidieron la cuenta, un mendigo se acercó por las terrazas
pidiendo limosnas a cambio de un deseo.
- - ¿De veras crees que nos tragamos eso?- Dijo
Juande entre carcajadas de sarcasmo.
- - Un momento. ¿Y si pedimos que Iris desaparezca?
- - Eso es demasiado, Marta
- - ¡Pero si no se va a cumplir!
- - Está bien-dijeron al unísono- Queremos que
traslades a Iris a un universo paralelo.
El mendigo miró con cierto desasosiego en la luz de sus ojos
y finalmente asintió. Cogió los céntimos que habían reunido los chavales y se largó
con andares vacilantes hasta desaparecer entre las luces de navidad.
Los jóvenes, inquietos por la anécdota de la tarde,
regresaron a comprobar si Iris seguía esperando junto a la puerta del Zara. Efectivamente, allí seguía impasible la
figura de una joven sostenida del teléfono junto a la puerta.
Con voz cada vez más grave comenzaron a gritar su nombre,
pero Iris no respondía. Se acercaron, y la cogieron del hombro, pero aún así no
reaccionaba. Era como si se hubiese convertido en un muñeco de cera.
Mientras tanto, en un espacio entre la gente y esas luces
parpadeando sobre anodinas cabezas atrapadas en los teléfonos, Iris corría de
un lado a otro de las calles, atrapada en el tiempo vacío de su conciencia.
Elaborado por: Teresa Velasco Castillo