Me gusta perder el tiempo acariciando noches en blanco. Pintando
melodías vacías de sonido con palabras desahuciadas del diccionario. Porque
también tienen derecho a existir aquellas que la aristocracia de la cultura
catalogó de fuera de serie, como si
acabar con toda la tinta sirviese acaso de impedimento para seguir imprimiendo
nuestro silencio en cada representación artística.
No hace falta estar rodeado de libros. Me basta con vivir
como un arrecife lleno de imágenes que fui tomándote cuando tú ni reparabas en
mi existencia. Como ese algo que nunca
he escrito porque mi propia tempestad lo ahogó en grito y llanto. Un monólogo
sin moraleja, como tantas vidas separadas por el mal uso de la sangría.
Hoy, a final de año, me paro a tu busca, error tras error,
sigo sola en mi isla, detenida en la parábola de los días, monocárpica y
ausente, pero viva en el hombre más guapo que mis ojos vieron. He ahí la
moraleja, cuando el amor se olvida, la custodia de palabras se reparte: unas
permanecen en la memoria y otras son desahuciadas, obligadas a compartir albergue
con proyectos que se marchitaron.
Pero a mí no me importa perder el tiempo con ellos y
saborear sus experiencias una y otra vez, buscando entre párrafos mi propia
historia. Ellos encuentran un sitio en que dormir y yo una excusa para seguir
soñando.
Teresa Velasco Castillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario