De los rayos que logran filtrarse hasta el suelo,
solo alzan al vuelo llamaradas azules y hojas color pajizo.
Está amaneciendo domingo, gritando azahar el invierno,
llamando a la puerta la flor más dulce cuán presto para mi
y yo, en vez de contemplar por qué están vivos mis espacios,
los entierro con la arena del reloj que aprieta mi mano.
Especialmente en los días claros, me gusta perderme en la
niebla.
Perderme en mi ombligo y mis papeles, en mi casa y en mi
muerte,
en mi corriente de aburridas retahílas, distraídas de mi
mente y de la vida.
Y si alguna vez la contemplación me alcanza, se queda
atrapada en el espejo
en los pliegues de egolatría que magullan mi cara de años,
en mi cobardía y en los garabatos de mi pulso gitano.
Si al menos supiera reconocerme, el movimiento cobraría un
sentido,
así como aves del agua que prenden de azul este domingo,
pero no, simplemente me muevo, como lo hace un corredor
errante.
La muerte ya no me asusta, solo la vida que me queda por
delante.
Teresa Velasco Castillo
Bello poema. Intenso, luminoso e invernal. "La muerte ya no me asusta, solo la vida que me queda por delante"...Felicidades
ResponderEliminarMarta Postigo
Gracias Marta. La clave está en sentirlo. Para escribir está claro que hay que empaparse de los libros, pero sobre todo hay que empaparse de la vida
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