Informativos que “aturden”
No se trata de qué te cuenten, sino de cómo lo cuenten. Sin
duda, José María Calleja sabe “agarrar por la solapa” a su público. Lo comprobé
ayer mismo. Harta de invitados que recitan, como pasajes de biblia, los
manuales y códigos deontológicos del periodismo, esta vez me vi sorprendida
desde la primera frase: “La televisión es una creadora de la realidad, es
decir, para millones de personas su visión del mundo es la que ofrece la
pantalla”.
No es algo nuevo, pero el tono de sus palabras me trasladó
de inmediato al debate histórico sobre el perspectivismo planteado por Leibniz.
La reproducción encasillada en cuadriláteros de no sé
cuántas pulgadas viene a ser como las sombras del mito de la caverna: nuestra
única referencia de lo que ocurre en aquellos países que decoran mapas junto a España.
Si soy sincera, no simpatizo al cien por cien con esta idea,
pues el mundo de cada uno lo configuran multitud de factores de los que apenas
tengo conocimiento.
Sin embargo, bastó el
ejemplo del atentado contra las torres gemelas para poner en jaque tal
afirmación. ¿Estuvimos allí para verlo? Dos aviones. Dos enormes edificios
deshaciéndose en el humo. Bomberos llorando como críos y un sinfín de personas
arrojándose por los balcones es, más o menos, lo que recordamos todos. Pensar
en ello asusta. Pensar que la imagen que de la inmigración se tenga en España
pueda depender del gusto, subjetividad, ánimo o tiempo de alguien tan humano
como nosotros, asusta bastante. Aunque, en un principio, no debiera ser algo
negativo.
El problema llega cuando esa modificación de la realidad no
sigue unos criterios de profesionalidad. Peor aún, cuando lo que se pretende no
es informar, sino “aturdir”.
“Los informativos comerciales se han convertido más que en
un modo de conocer el mundo, en una especie de aturdimiento que pretende
enganchar a la audiencia en la pantalla”, dice Calleja.
Y vale que Internet también actúe de sincronizador de la
realidad, pero la televisión sigue siendo la forma más recurrente de estar en
el mundo. Por eso mismo se habla de una “hiperrealidad” y por eso mismo ese
fenómeno que es la frivolización de contenidos preocupa tanto.
Preocupa, por ejemplo, que a día de hoy aún no hayamos
encontrado el relato adecuado para un tema tan serio como la violencia de
género y que arranquemos con esa frase tan fría que habla de “un nuevo caso de”.
Debemos cuidar las palabras, criarlas en nuestra propia cosecha, no tomarlas
prestadas. Mantener vivo el espíritu crítico.
Víctor Klemperer, filólogo alemán de origen judío, analizó
en su obra el vocabulario empleado por los nazis. Una palabra como
fanático, cuya connotación era positiva
en origen, llegó a convertirse en un
término peyorativo debido al uso que de ella se hizo. A día de hoy eso sucede con
casi todo el lenguaje político: progresista, moderado, independentista,
nacional, conservador, etc.
“En el caso del terrorismo también hemos tardado lo nuestro
en hacer un buen relato”, continúa José María Calleja.
Es complicado. Determinadas construcciones solo pueden ser
obras de arquitectos experimentados, y los atentados implican demasiado
trabajo. Para empezar, este tipo de hechos buscan hacer propaganda, salir en
los medios de masas de forma gratuita. En el ejemplo de las torres gemelas el
mismo Matías Prats permanecía perplejo, conmovido al contar lo que estaba
sucediendo. Habían logrado su objetivo. Al no haber espacio entre los hechos y
su relato, el propio informador cae en manos de lo que está viendo. Las
imágenes mandan.
En tal ocasión la magnitud del acontecimiento no daba
opciones a planteamientos previos, si bien el “está pasando, se lo estamos
contando” parece hacerse hueco en nuestras agendas.
Desgraciadamente la tendencia, según responde Calleja,
apunta a que esta frivolización se quede. Las televisiones privadas se rigen
por un criterio de audiencias y las públicas tienen la contrapartida de un alto
grado de manipulación en sus contenidos.
Luego viene el eterno debate de la culpa ¿audiencias o
cadenas? Hay quien argumenta que debemos crear contenidos en base al perfil del
consumidor, pero cuando se ofrece una buena programación la gente también lo
agradece.
Nuestra obligación es
contar lo que pasa, mostrar nuestro compromiso con la libertad de información y
aproximarnos, en la medida de lo posible, a la verdad de cada uno. No hay
fórmulas seguras, solo personas que tratan de hacer bien su trabajo. Las veintiocho
letras de nuestro alfabeto tienen el enorme poder de construir o destruir. Yo
me comprometo a construir ¿ y ustedes?
Málaga a 15 de marzo de 2014 Teresa Velasco Castillo