Hasta ahora no había considerado la necesidad de señalar
algo tan obvio. Estamos en crisis.
Cada vez que bajo a comprar, subo a un autobús, paseo por
los escaparates del centro o recibo una carta de Vodafone, veo como vuelan los billetes. Incluso los auriculares
del chino parecen romperse antes.
Crisis. Crisis es la palabra con que llaman a este tipo de
sucesos en la prensa y los telediarios.
Crisis entendida como recesión. Crisis entendida como el cambio necesario. Como
el paso previo a nuevos propósitos.
Y es que hace ya más de un siglo que vivimos estancados
en un mundo de apariencias y estética.
Un planeta corrompido por aquellos que pretenden conservarlo. Una sociedad de
masas en que todo vale a cambio
inmediata gratificación.
Estereotipos. Prisa. Consumo. Crisis, en definitiva ¿Estamos mejor con cien canales que con dos?
¿Somos culpables por elegir? ¿Escogemos realmente o es la libertad otra forma
de engaño?
Tal vez sí. No lo sé. Sobre el cine poco hay que decir.
Crisis. Todo parece tener relación con lo mismo. Crisis de ideas. No se inventa.
Reinventan. Cada vez son más las novelas históricas que triunfan. Cada vez más
miramos al pasado como si de algún modo éste quisiera repetirse. Luego, los
nuevos tecnicismos nos recuerdan el vertiginoso compás al que baila el
presente.
Somos unos ilusos. Se vende más o menos lo mismo por más o
menos los mismos precios, envasado de
modo distinto. Y esto último nos da la sensación de haber encontrado algo único
en medio de la semejanza. No se lo
crean. Yo no lo creo así.
No hace falta más que
echar un vistazo a la cartelera. Adaptaciones de ruidosa vulgaridad y estulticia.
Batman, Spiderman, los Aliens y alguna que otra comedia lineal e
intrascendente. A lo que se añaden las
cada vez más demandadas películas para niñ@s. Cuentos clásicos a los que se les
cambia el final para hacer estos algo
menos previsibles.