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La vida es irónica:
Se necesita TRISTEZA para conocer la FELICIDAD, RUIDO para apreciar el SILENCIO y AUSENCIA para valorar la presencia

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viernes, 30 de octubre de 2015

¿Qué somos?

Que todas las preguntas de la vida pueden resumirse en "¿qué somos?" es la conclusión primera con qué nos meten a todos algo de filosofía en la cabeza. Lo paradójico es que somos filosofía y no lo sabemos. Este poema tiene mucho de estas ideas y un léxico algo distinto, extraído de un  reciente examen sobre fundamento biológico. Espero que guste o al menos no deje indiferente a nadie. 

¿Qué somos?

Como dice Aristóteles; “somos lo que hacemos repetidamente”:
Somos camino, despedida triste, aquel con quien Júpiter tuvo tal celo
Que de por vida al cielo quiso adolescente.

Somos culpables de no enamorar cada día a la persona que amamos,
Aunque no nos ame.

Para hacerse verdades basta con mentiras
Más o menos terrenales y noches estrelladas y un cuerpo
De acero inolvidable, desprovisto de santos y destinos calculados.

Y, finalmente, somos ilusiones a destajo
Inervadas todas como filamentos de tus ojos verde desierto.

Somos contingencia, estímulo perpetuo, contracción isocinética
Lenta en tu pecho, en los pasos  biselados por la muerte.

A sabiendas somos borrachos y nuestro bebedizo la vida.

Matemática, física, reacciones químicas que no explican
Que siga pensando en ti cuando dejo que mis manos escriban.

Y pienso en soledad y reflexiono a ratos y trato de llevar conmigo
La experiencia deforme de los años, de saberme algo más
Que ese extraño del espejo que me brinda las sílabas impares.

¿Quién vendrá a visitar las líneas huérfanas de mi texto?
¿Quién guardará el fruto de las ilusiones que siembro?

Somos equilibristas a la espera del eterno reposo,
En las hojas temblando la humedad del invierno.


Teresa Velasco Castillo.



domingo, 11 de octubre de 2015

¿Por qué me pides que te escriba?


Este poema se lo dedico desde bien lejos a mi amiga Aicha, quien ya hace más de un año que marchó a Austria de "up air". Siento que cumplo mal y tarde con los poemas que prometo escribir, pero ya sabéis que la poesía no se "encarga", simplemente llega. 


¿Por qué me pides que te escriba?                       

Te mereces alguien que te empuje a la locura
que escriba versos con tu boca omnipresente y,
a la vez esquiva; rosa oscuro y apacible, huracán de incienso,
jurisprudencia de lo bello e inestable, carmín de duda.

Una aldea con sus calles inclinadas
con escalinatas de mármol,
 con nenúfares y peces de colores,
antiguo y pobre, pero auténtico y sincero.
Porque en las grandes ciudades,
¡Ah,  en sus oscuros  rincones!,
Contenedores ahogados en escombros,
escaleras que van a dar al vacío
y este ingente montón de ripios
ímpetu estético finalmente fallido.

¿Por qué me pides que te escriba
si los poetas olvidan escribiendo
sin siquiera la esperanza de una decadencia digna?
¿Por qué, si sabes que mi pueblo está vacío de palabras
desde que no me hablas de los besos que te faltan?
Hemos sido de lo bello y lo prohibido,
un repertorio de promesas fugitivas.
Y ahora que amenazas con quedarte
tan lejos de este pueblo de ancianos,
de lo único que sé que me arrepiento

es de que no te aparecieras antes. 


Teresa Velasco Castillo


sábado, 3 de octubre de 2015

Absolución




Ricardo Senabre lo definía como “un valor seguro” en El Cultural de El Mundo y hoy no puedo más que revalidar lo dicho tras acabar la lectura de Absolución, la propuesta de septiembre para nuestro grupo de lectura.

No es la obra más destacada, ni la más rica, ni la más representativa de Luis Landero, quien se dio a conocer en 1989 con Juegos de la edad tardía, trabajo que le valió el Premio de la Crítica y Nacional de Narrativa en 1990. Aquí el autor tiene una presencia más reservada, sin que por ello deje de impresionarnos con su léxico después de cada párrafo. Es como una de esas películas de Clint Eastwood que pasan desapercibidas sin ser por ello menos que otras interpretaciones.
Todo recurso parece estar escogido después de un largo periodo de reflexión, sin dejar así nada al azar. La acción, por consiguiente, va in crescendo en torno a las tres partes fundamentales en que se divide externa e internamente el libro:

Una primera parte donde más que una novela, pareciese que estamos ante un ensayo de carácter filosófico sobre el devenir, la contingencia, el carácter innato del ser humano y los caprichos del destino. De hecho, al inicio no imaginé que la acción fuese más allá del punto de partida, quedándose en un conjunto de reflexiones previas al momento de la boda de Lino, el protagonista de la obra.

En la segunda parte ya hemos llegado a ese “presente” desde el que se enlazan los tiempos pasados en anteriores fragmentos y, los acontecimientos empiezan a sucederse paulatinamente, llegando hasta el momento justo antes del desenlace.

Las  últimas cien páginas nos llevan a explorar en nuevos personajes que, sin tener previa conexión u aparición en la historia, se convierten en sujetos clave para comprender las diferentes perspectivas ante las que nos sitúa el autor de la obra.  Especial valor tienen aquí Gálvez y Olmedo, quienes encarnan una forma desentendida y noble de vivir en consonancia con la naturaleza y el choque generacional que representan las obras del pueblo. Dos personajes que hacen cuestionarse a Lino más aún cuál es su lugar en el mundo.

El señor Levin, más presente durante todo el relato, también es un pilar fundamental en tanto que, sin ser como Lino, comprende la postura de éste como consecuencia de un antiguo amor al que espera con un convencimiento más cercano a la fe que a la realidad.

El final no es impresionante, ni sorprendente, ni previsible. Es como la vida misma. El protagonista deja de huir y la vida sigue “como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. Solo queda claro, tras los constantes cambios de rumbo, la razón de ser de la novela: contingencia. De este modo, nos seguimos planteando ¿Habrá encontrado Lino su lugar?, conseguirá ser al fin un hombre feliz? Y todo ello puede trasladarse, salvando las distancias, a nuestra vida.

El constante andar errático e insatisfecho y ese narrador omnisciente, que pareciese en ocasiones el mismo protagonista, me hacen recordar obras como la de Salinger y su Guardián entre el centeno, donde todas las cuestiones surgen en torno al camino y los personajes que “se aparecen” ante el protagonista.
Desde luego, se trata de un autor cuyo lenguaje servirá a buen seguro para enriquecer el vocabulario de sus lectores y, en consecuencia,  abrir los márgenes de nuestro pequeño mundo