Ricardo Senabre lo definía como “un valor seguro” en El Cultural de El Mundo y hoy no puedo
más que revalidar lo dicho tras acabar la lectura de Absolución, la propuesta de septiembre para nuestro grupo de
lectura.
No es la obra más destacada, ni la más rica, ni la más
representativa de Luis Landero, quien se dio a conocer en 1989 con Juegos de la
edad tardía, trabajo que le valió el Premio de la Crítica y Nacional de
Narrativa en 1990. Aquí el autor tiene una presencia más reservada, sin que por
ello deje de impresionarnos con su léxico después de cada párrafo. Es como una
de esas películas de Clint Eastwood que pasan desapercibidas sin ser por ello
menos que otras interpretaciones.
Todo recurso parece estar escogido después de un largo
periodo de reflexión, sin dejar así nada al azar. La acción, por consiguiente,
va in crescendo en torno a las tres
partes fundamentales en que se divide externa e internamente el libro:
Una primera parte donde más que una novela, pareciese que
estamos ante un ensayo de carácter filosófico sobre el devenir, la
contingencia, el carácter innato del ser humano y los caprichos del destino. De
hecho, al inicio no imaginé que la acción fuese más allá del punto de partida,
quedándose en un conjunto de reflexiones previas al momento de la boda de Lino,
el protagonista de la obra.
En la segunda parte ya hemos llegado a ese “presente” desde
el que se enlazan los tiempos pasados en anteriores fragmentos y, los
acontecimientos empiezan a sucederse paulatinamente, llegando hasta el momento
justo antes del desenlace.
Las últimas cien
páginas nos llevan a explorar en nuevos personajes que, sin tener previa
conexión u aparición en la historia, se convierten en sujetos clave para
comprender las diferentes perspectivas ante las que nos sitúa el autor de la
obra. Especial valor tienen aquí Gálvez
y Olmedo, quienes encarnan una forma desentendida y noble de vivir en
consonancia con la naturaleza y el choque generacional que representan las obras
del pueblo. Dos personajes que hacen cuestionarse a Lino más aún cuál es su
lugar en el mundo.
El señor Levin, más presente durante todo el relato, también
es un pilar fundamental en tanto que, sin ser como Lino, comprende la postura
de éste como consecuencia de un antiguo amor al que espera con un
convencimiento más cercano a la fe que a la realidad.
El final no es impresionante, ni sorprendente, ni
previsible. Es como la vida misma. El protagonista deja de huir y la vida sigue
“como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. Solo queda claro, tras los
constantes cambios de rumbo, la razón de ser de la novela: contingencia. De
este modo, nos seguimos planteando ¿Habrá encontrado Lino su lugar?, conseguirá
ser al fin un hombre feliz? Y todo ello puede trasladarse, salvando las
distancias, a nuestra vida.
El constante andar errático e insatisfecho y ese narrador
omnisciente, que pareciese en ocasiones el mismo protagonista, me hacen
recordar obras como la de Salinger y su Guardián
entre el centeno, donde todas las cuestiones surgen en torno al camino y
los personajes que “se aparecen” ante el protagonista.
Desde luego, se trata de un autor cuyo lenguaje servirá a
buen seguro para enriquecer el vocabulario de sus lectores y, en consecuencia, abrir los márgenes de nuestro pequeño mundo
Muy interesante tu resumen. No había caído en la relación de la historia con EGEC de Salinger. Una buena reflexión..
ResponderEliminarMuchas gracias MMar, la verdad es que se puede relacionar con más de una obra escrita o cinematográfica. A mi me evoca en algunos fragmentos al cine español de la transición que relatan las desventuras de jóvenes perdidos y sin rumbo fijo.
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