Cuando el profesor de Técnicas recomendó leer este reportaje, no pensé que fuese a impactarme tanto como para acabar en La Tarde Irónica. No se trata solo de una narración real, imborrable para muchos, sino de un relato de obligada lectura para estudiantes, curiosos, y todo interesado en el arte de contar historias. Pido disculpas de antemano por "la chapuza" de copiar el texto, es posible que aparezcan algunas erratas. Para los interesados, he incluido también el comentario sobre la estructura que debatimos en clase.
ROBERT CHRISTGAUBETH: “BETH ANN Y LA MACROBIÓTICA”
Una tarde del pasado mes de febrero, Charlie
Simon y su mujer, Beth Ann, paseaban por el parque de Washington Square. Los
Simon no salían a menudo, pero cuando lo hacían la gente se fijaba en ellos.
Charlie, delgado y moreno, llevaba una frondosa barba y cabello largo hasta los
hombros, llamativo incluso en el Village.
Beth Ann, pequeña de busto y grande
de caderas, de resplandeciente pelo negro, cara aceitunada y ojos inmensos,
resultaba más que llamativa... era hermosa. Beth Ann y Charlie estaban volados.
Lo estaban por el tiempo, que era claro y tibio. También lo estaban por la
marihuana, lo cual no era nada nuevo. La había probado muy a menudo desde su
regreso de México a finales de 1963. Durante ese tiempo también habían estado
volados gracias al hashish, la cocaína, la heroína, las anfetaminas, el LSD, y
el DMT (Dimetil-triptamina), por no hablar del sexo, la comida, el arte y las
infinitas posibilidades del espíritu humano.
Por desgracia, se habían sentido
también desdichados precisamente a causa de las mismas cosas, y la desdicha
parecía tomar la supremacía. La libertad sexual de su matrimonio tendía a
empequeñecerse un poco. Pensaban en hacerse vegetarianos, sin saber exactamente
el porqué. Hacían objetos artísticos en un chorro impulsivo, aunque sospechaban
que el arte era únicamente una defensa egoísta, una fortificación erigida por
el yo contra sus más amplias posibilidades. Aún así, eran esas más amplias posibilidades,
que desvelaban las drogas, las que les hacían más desdichados, por cuanto
habían descubierto que la experiencia religiosa instigada por los alucinógenos tenía
sus aspectos diabólicos, y el Diablo les había arrastrado en viajes que ellos realmente
no deseaban hacer.
Los Simon atravesaban una depresión, y sabían que iba a
aumentar todavía más. La adicción física no constituía problema; la adicción
era psíquica y social. Rechazar la droga habría significado el rechazo de todo
un estilo de vida. No obstante, aunque parecía imposible, lo intentaban. Habían
conseguido dejar el café y el tabaco, y soñaban con instalarse en el campo y
tener el niño que casi les llegó dos años antes, hasta que Beth Ann tuvo un
aborto. Es probable que al saborear una pizca de Naturaleza en el parque, con
el sol irradiando sus rayos por entre los árboles pelados, estuvieran soñando con
aquel sueño... los dos lejos, en una granja, libres de toda la fealdad y la complicación
del escenario urbano de la droga, con tiempo para meditar, para trabajar, para
desarrollarse. El sueño debió de hacerse casi palpable en el frescor del aire.
Luego la Naturaleza les volvió la espalda y golpeó a Charlie en la cabeza.
Porque la desdicha no era únicamente espiritual, se manifestaba de forma
física. Beth Ann padecía dolores intermitentes en las piernas, Charlie sufría
fuertes jaquecas. Las jaquecas le atormentaban casi diariamente desde años, con
frecuencia hasta cuatro o cinco veces al día. Muchas duraban un par de horas, y
una le asedió durante dos días. Los médicos no podían hacer nada; los
psicoanalistas eran inútiles. De vez en cuando había un respiro —el LSD le
proporcionó alivio durante un mes— pero siempre volvían. Y así,
inevitablemente, en aquel hermoso día de Washington Square, un dardo doloroso
cauterizaba la cabeza de Charlie Simon.
Los Simon vivían en el 246 de Grand
Street, entre Chrystie y el Bowery, donde alquilaron los dos pisos que había
sobre un pequeño snack por 100 dólares. Pero Charlie, con los bolsillos llenos
de pastillas Florinal y Cafergot, decidió buscar alivio en la casa de un amigo
en Bedford Street, en la parte oeste del Village, y al llegar se encontró con
que su amigo le había encontrado algo nuevo que probar. Su mujer había estado
tonteando con la dieta macrobiótica, un régimen ampliamente vegetariano basado
en semillas desarrolladas orgánicamente y la supresión del azúcar, que se
explica en un libro titulado Macrobiótica Zen, escrito por el sedicente
filósofo-científico Georges Ohsawa.
El libro contiene una prolija sección en la
que se prescriben remedios para prácticamente todos los achaques humanos, desde
la caspa hasta la lepra, por ejemplo: «JAQUECA: Dieta n. ° 7 con un poco de
gomasio. Quedarás curado en pocos días. » Charlie se mostró escéptico. Había
comido en el restaurante macrobiótico, el Paradox, seis meses atrás, y no le
impresionó ni la clientela ni la comida. Pero aceptó una cucharada de gomasio,
una mezcla de sal marina y semillas de sésamo, el condimento base de la dieta
macrobiótica. Se la tragó. Y la jaqueca se esfumó al instante. Fue el fin de
toda una vida pasada para Charlie. Para Beth Ann, fue el principio de muchísimo
más.
Charlie y Beth Ann —los amigos se
referían invariablemente a ellos como una unidad— eran algo especial en el
barrio. Ambos tenían 23 años, vivían principalmente del cheque semanal del
padre de Charlie, un próspero aunque no opulento dentista de Clifton, Nueva
Jersey. Aunque el asiduo medio de los cafés podría codiciar semejante arreglo,
vivir de los padres está raramente bien visto entre los artistas en funciones.
No obstante, los artistas en funciones del círculo de los Simon jamás hicieron
preguntas. El carácter místico de la relación de los Simon con la droga
resultaba también fuera de lo corriente. Para la mayor parte de sus amigos de
más edad, la marihuana era un juego, no un estilo de vida, y las demás drogas
debían usarse con una cautela extrema. Pero Charlie y Beth Ann no eran personas
cautelosas, y era eso, más que sus considerables dotes artísticas e
intelectuales, lo que les hacía carismáticamente atractivos para un buen número
de artistas jóvenes sinceros y de moderado éxito. Charlie y Beth Ann eran los
entusiastas, los extremistas, los evangelistas. Si había que probar algo —ya
fuese el jazz o los automóviles Morgan, o las drogas psicodélicas (que expanden
la conciencia) o una nueva receta de cocina—, lo ponían a prueba hasta el límite.
Su compromiso era siempre absoluto. Y siempre volvían para predicar la palabra.
De pronto, la macrobiótica se convirtió en el nuevo evangelio, mientras la vida
de los Simon se transformaba completamente en unas pocas semanas. Abandonaron
la droga, y con cortesía pero con firmeza informaron a los adictos itinerantes
que acostumbraban a pegarse a ellos, que deberían recurrir a otra persona.
Renunciaron al sexo, no permanentemente, se dijeron, sino hasta que llegaran a
adaptarse a la nueva vida. Beth Ann dejó de tomar píldoras anticonceptivas.
Charlie se afeitó la barba y se cortó el pelo. Vendieron libros, discos y el
equipo de alta fidelidad para conseguir un poco de dinero extra y dejaron de
pintar. Y su nuevo tiempo libre se empleó en estudiar, discutir y meditar la
filosofía de la macrobiótica.
La macrobiótica no tiene nada casi que ver con el
Zen. Su concepto fundamental, el ying y el yang, está tomado del taoísmo.
Ohsawa sostiene que todas las enfermedades físicas y espirituales del hombre
moderno resultan de su excesivo consumo de yin (principalmente, potasio, aunque
existen docenas de productos paralelos) o de yang (sodio), pero básicamente de
yin. El grano es el alimento esencial porque contiene la misma proporción
cinco-uno de potasio-sodio que se da en la sangre sana. Quienes practican la
dieta aumentan su consumo de (yang) sal y beben tan poco (yin) líquido como sea
posible. La mayor parte de la fruta (excesivo yin) y toda la carne sangrante
(excesivo yang) deben ser rehuidos, lo mismo que los productos químicos
(aditivos y drogas, casi todos yin, además de «no naturales») y la medicina
occidental. Según Ohsawa, la dieta no consiste simplemente en un medio seguro
de perfeccionar la salud física. Unida a la fe religiosa y la humildad, es
también la senda que conduce a la clarividencia y la salud espiritual. Y, cosa
importante para los Simon, cuyos viajes psicodélicos se habían convertido en
pesadillas, la fuente de la salud no radica en lo profundo del yo, sino en «la
justicia absoluta e infinita sabiduría del Orden del Universo».
Numerosos
especialistas en alimentación consideran esta dieta como peligrosamente
defectuosa. Incluso en su modalidad más liberal no suministra virtualmente
calcio ni vitamina C, y la versión que seguían los Simon, la Dieta n. ° 7, era
cualquier cosa menos liberal, al consistir exclusivamente en grano y té. La
razón por la que eligieron la n. ° 7 fue, desde luego, porque no era liberal;
Ohsawa la proclama como el camino más extremo y más directo hacia la salud.
Como de costumbre, Charlie fue el primero en aventurarse, pero Beth Ann, tras
cierto escepticismo inicial, pronto le sobrepasó en entusiasmo. El entusiasmo
era necesario, porque la Dieta n. ° 7 es difícil. El tercer día significó para
Charlie la prueba más dura, al pasar por un período de «abstención de azúcar»,
que según él fue de todo punto tan violenta como una anterior abstención de
heroína. Después de esto resultó algo rigurosa por un tiempo, y luego se
convirtió en un estilo de vida. Aunque Ohsawa no señala límite de cantidad, los
Simon comían relativamente poco —es complicado hartarse cuando se exige
masticar cada bocado 50 veces— y cada uno perdió 8 kilos en un mes, con lo que
el peso de Beth Ann quedó en unos 44 kilos y el de Charlie en unos 48.
Pero esta
pérdida no les preocupó; de hecho, la tomaron como un signo saludable. ¿Y por
qué no? Se sentían como nunca se habían sentido en su vida. No es que hubiesen
desaparecido únicamente las jaquecas y los dolores en las piernas, sino que todas
las pequeñas fatigas y dolencias, las molestias físicas que toda persona experimenta,
parecían haberse esfumado. Dormían menos de seis horas cada noche. Se sentían
incluso animados con la dieta, con relámpagos espontáneos que parecían más puros
e iluminadores que todo cuanto habían experimentado a través de las drogas. Siempre
ama de casa, Beth Ann se convirtió en una excelente cocinera macrobiótica. Charlie
y ella pasaban la mayor parte del tiempo al aire libre, aunque ocasionalmente veían
a sus viejos amigos y convertían a muchos de ellos a versiones modificadas de
la dieta. Un día gozoso, tiraron a la basura todos los específicos inútiles del
botiquín casero, y luego transformaron su nevera vacía —una hermosa Gibson
Deluxe de 250 dólares— en una obra de escultura pop, con conchas marinas en el
compartimento para los huevos y accesorios artísticos y diversos objetos de
fantasía que llenaban las repisas. Pero una persona al menos no se dejó
impresionar en absoluto: Sess Wiener, el padre de Beth Ann. Un vigoroso
pragmático que había luchado en su juventud contra la pobreza y la
tuberculosis, hasta convertirse en un prominente abogado de Paterson. Lo único
que Sess veía era que su hermosa hija estaba demasiado flaca.
Al contrario de
las drogas, que estaban más o menos fuera de su órbita, la dieta contradecía de
modo directo su propia experiencia, y se opuso a ella terminantemente. Era un
paso en falso más en el camino hacia ninguna parte que su hija había emprendido
el día en que insistió en casarse con uno de los vagos más conspicuos del
Estado de Nueva Jersey, cuatro años antes. Los efectos saludables de la dieta
no consistían, según él, más que en una combinación de auto-hipnosis y medicina
casera. Y, sin duda, nada tenían que ver con la justicia absoluta e infinita
sabiduría del Orden del Universo. El propio Charlie experimentaba
ocasionalmente sospechas similares, pero la fe de Beth Ann en la dieta era
invariablemente firme. Sus únicas dudas se centraban en ella misma. Creía estar
peligrosamente sanpaku, lo cual significa (en japonés) que el blanco de los
ojos se hace visible bajo el iris, lo cual significa (en macrobiótica) que se
hallaba gravemente enferma y predestinada a un trágico fin. Se sentía
avergonzada de lo yang de sus piernas, aún musculadas (la fuerza es masculina,
yang) y cubiertas de vello suave («Si un japonés descubre vello en las piernas
de una mujer, siente hormigueos en su carne», escribe Ohsawa.). Beth Ann atribuía las molestias yang de sus
piernas a la carne, un alimento que siempre había comido pero no a gusto, y
consideraba que la curación completa para ella y para su marido significaría un
largo, muy largo proceso por culpa de las drogas venenosas que sus sistemas
habían acumulado. Su pecado había sido muy grave. No se sentía preparada para
volver a la práctica del sexo. Pero, al cabo de unos cuantos meses, los Simon
se sintieron preparados para el arte. Antes de la dieta, habían equilibrado sus
impulsos mesiánicos con una sensibilidad pop que se complacía en la trivialidad
de una cultura afluente. Esta sensibilidad se atrofió lentamente. La obra de
Beth Ann, cuya tonalidad romántica siempre se vio moderada por una cierta
dureza, se hizo más suave y elusiva. Beth Ann se sentía feliz por ello: todos
sus «aspectos diabólicos», decía, habían desaparecido.
Durante los meses
sucesivos, los Simon estudiaron filosofía oriental, teorías de la
reencarnación, ejercicios respiratorios, astrología, alquimia, espiritualismo y
hermetismo, sintiéndose cada vez más insatisfechos del pensamiento occidental. Hicieron
excursiones por el campo, o fueron a nadar con Irma Paule, directora de la Fundación
Ohsawa en la Segunda Avenida, donde la mayoría de los adeptos a la macrobiótica
de Nueva York compran sus alimentos. A petición de Irma, proporcionaron
alojamiento a un monje Zen llamado Oki. Beth Ann le consideró un impostor: en
un mes no le vieron consumir otra cosa que té y cerveza, y se burlaba de la macrobiótica.
A principios de agosto, llevaron a Oki
de visita a Paradox Lost, un campo macrobiótico de Nueva Jersey. La casa de
verano de los Wiener estaba en las cercanías, y los Simon decidieron ir a
verles. Fue un error. Sess Wiener no había visto a su hija desde tres semanas
atrás, pero lo que vio entonces le dejó aterrado. Beth Ann había perdido peso
otra vez. Su piel mostraba manchas rojas. Se quejaba de dolores en las caderas
y en la espalda, y que sentía dificultades al andar. Charlie tenía, según él,
piedras en los riñones, y a veces sus ataques renales iban acompañados de
jaqueca. Los Simon se dieron un baño, y luego se miraron. Las vibraciones que
de Sess les llegaban eran muy desfavorables. Y se marcharon. Pero Beth Ann
estaba enferma, y empeoró a ojos vistas. Empezaron a hinchársele las piernas, y
el remedio macrobiótico que tomó contra ello, 190 centímetros cúbicos de jugo
de rábano durante tres días seguidos, no dio el menor resultado. Más tarde, al ocurrirle
lo mismo a Charlie, éste siguió su instinto en vez del manual, y tomó tres veces
esa medida diariamente, una cantidad del todo antimacrobiótica. Y mejoró. Irma Paule,
que afirmaba haberse curado, gracias a la macrobiótica, de una artritis cinco
años antes, le dijo a Beth Ann que también había pasado por un mal período
similar. Podía haberle dicho también otras cosas a Beth Ann. Podía haberle
hablado de Monty Scheier, que murió a su lado en Union City el 18 de abril de
1961. O podía haberle contado la historia de Rose Cohen, que murió en el
hospital de Knicker bocker, a principios de 1961, por causa de un envenenamiento
de sal y desnutrición, tras iniciar una dieta macrobiótica unos pocos meses
antes. También podía haberle dicho a Beth Ann que mostraba todos los síntomas
del escorbuto. En vez de eso, le aconsejó a Beth Ann que alternase la Dieta n.
° 7, con vegetales crudos. Hasta donde llegó, fue un buen consejo. La
aprobación que Ohsawa hace de la Dietan. ° 7, en sus obras publicadas en
inglés, resulta un tanto ambigua; aunque la prescribe casi para todos los
enfermos, da a entender también que no es un régimen que se pueda seguir toda
la vida. Wendy, la hermana de Beth Ann, y Paul Klein, su cuñado, que seguían
ambos una dieta macrobiótica más liberal, intentaron hacérselo comprender, igual
que Charlie. Pero Beth Ann no se dejó conmover y en vez de suavizar su dieta,
la endureció aún más... cuatro veces en total de catorce días, en septiembre.
Con cada uno de los saltos parecía mejorar, pero una vez consumada la fase caía
en barrena.
A fines de septiembre se vio obligada a guardar cama, y fue Charlie
quien se encargó de hacerla comida y las faenas domésticas. Nunca intentó
realmente convencer a Beth Ann de que abandonase la dieta, o de que viese al
menos a un médico, aunque tocó el tema varias veces. En ocasiones su voluntad
de continuar la experiencia era aún más fuerte que la de ella. Pero tampoco él
se sentía demasiado bien. El sexo había dejado de ser una posibilidad. La tarde
del 13 de octubre, Sess y Min Wiener fueron a visitar a su hija en Nueva York.
Al verla yacente en un colchón, en una esquina del cuarto, Sess quedó boquiabierto
y se puso lívido. Beth Ann era un esqueleto viviente. Sus piernas ya no eran
yang, eran piel y huesos. Sus ojos, todavía sanpaku, aparecían hundidos en sus
órbitas. Apenas si podía sentarse. No pesaría más allá de 32 kilos.
—Beth Ann, vas a morir —exclamó Sess—.
¿Quieres morir? Con lentitud, Beth Ann se explicó una vez más: —Papá, no me voy
a morir. Me voy a poner bien, y cuando haya eliminado todo el veneno que hay en
mi cuerpo, estaré bien el resto de mi vida.
Durante las dos horas siguientes, Sess
Wiener recurrió a toda su fuerza de persuasión para convencer a Beth Ann de que
viese a un médico, pero fue inútil. Para Beth Ann, esto no era más que otra
variante de la disputa entablada entre su padre y ella desde su matrimonio, e
incluso antes. Ahora le iba a demostrar de una vez para todas que ella podía
hacer las cosas de un modo diferente, y tener razón. Nunca pudo entender lo que
su padre consideraba como valores, basados en el mundo cotidiano que él había
superado con tanto esfuerzo. El mundo cotidiano jamás había constituido ningún
problema para ella, y ahora se creía preparada para conquistar un mundo mucho más
amplio, el mundo interior. Beth Ann había llegado a la antítesis perfecta. ¿Qué
medio mejor para combatir el materialismo que destruir la sustancia misma de tu
propio cuerpo? Mientras aumentaba la vehemencia de su padre, Beth se hacía cada
vez más inconmovible. La escena fue penosa, y no terminó sin que antes Min
Wiener amenazase a Charlie con matarle si dejaba morir a su hija, y que Charlie
amenazase con llamar a la policía por haber amenazado Min con matarle, y que
Sess le conminase a hacerlo si se atrevía, y que Beth Ann decidiese que no
quería volver a ver a sus padres nunca más. Las vibraciones eran excesivas,
sencillamente. Pero Sess Wiener no podía abandonar a su hija.
Al día siguiente consiguió la ayuda de Paul
Klein, quien, junto con Charlie, convenció a Beth Ann de que se instalase
encasa de los padres de Charlie, en Clifton. Ella puso dos condiciones: que
bajo ninguna circunstancia se llamaría a un médico, y que bajo ninguna
circunstancia se permitiría que sus padres la visitaran. Charlie sintió un gran
alivio. Llevaba tiempo pensando que la haría bien a Beth Ann alejarse de la
ciudad, y especialmente de Grand Street cuyas connotaciones eran tan malas para
ambos. Y aunque Beth Ann despotricó y se quejó durante todo el trayecto en ambulancia
hasta Clifton, su ánimo se hizo mejor desde el momento de llegar, y pintó unas
cuantas acuarelas —en posición supina, pues ya no era capaz de sentarse— del jardín
que divisaba por la ventana. Sus padres trataron de verla, pero los Simon insistieron
en su promesa. Beth Ann continuaba con la Dieta n. ° 7, con un suplemento de
sal para neutralizarlo que ella creía un exceso de yin. Había escrito a Ohsawa
para hacerle una descripción de su caso y pedirle ayuda. Unos días después de
su llegada a Clifton obtuvo respuesta: Eres una chica valiente; sigue con la
Dieta n. ° 7. Charlie, mientras tanto, hizo un descubrimiento alarmante: en uno
de los innumerables libros en francés de Ohsawa, se especificaba
terminantemente que nadie debía practicar por más de dos meses la Dietan. ° 7
sin su supervisión personal.
Pero Beth Ann continuó con la Dieta n. ° 7.
Pero no mejoró. Hablaba con sus padres por teléfono casi cada día, pero
insistía en que sus ondas negativas hacían su curación cada vez más difícil. Y
notaba constantemente las ondas negativas de Dorothy Simon por toda la casa.
Así que escribió a Oshawa de nuevo.
Unas dos semanas después de instalarse en
Clifton, Charlie recibió un telegrama de Oki, pidiéndole que le fuese a buscar
en su coche al aeropuerto Kennedy. Durante el trayecto, Charlie tuvo la
repentina premonición de que Beth Ann no saldría con bien de la experiencia.
Nunca había tenido antes tal sensación, por lo que en el aeropuerto le pidió a
Oki, cuya reputación como curandero era reconocida, que le echase un vistazo a Beth
Ann.
Oki respondió que trataría de encontrar un momento. No lo hizo. Dos días
más tarde, Beth Ann se sentó en la cama... no sola, sino con la ayuda de Dorothy
Simon. Charlie, demasiado débil para echarle una mano, la veía sufrir. Era espantoso.
Siempre hubo algo en Beth Ann que nadie podía captar, y ese aspecto etéreo había
aumentado con la evolución de la dieta. Ni siquiera Charlie se sentía ya en completo
contacto con ella. Pero ahora miraba el rostro de su mujer y abrigaba dudas sobre
lo que veía: horror, horror ante la constatación de la propia debilidad y ante
el torrente de voluntad que sería preciso para superarla. Luego el horror dejó
paso a la resignación, y la premonición de Charlie se hizo sentir otra vez.
Durante los cinco días sucesivos su temperatura osciló entre los 39 y 40
grados.
La mañana del 6 de noviembre Charlie se despertó a las seis con fiebre
alta. Al otro lado de la habitación, los señores Simon se hallaban sentados
junto a Beth Ann. No consiguió enterarse de si algo iba mal, y se volvió a
dormir. Cuando se despertó otra vez, sus padres se habían marchado, pero Beth
le dijo lo que según ella iba mal: se había envenenado con un exceso de sal.
Pese a la repugnancia de Irma Paule a tratar el tema, casi todos los adictos a
la macrobiótica habían oído hablar de la historia del joven de 24 años de
Boston que murió de una sobredosis de sal, que se trataba de contrarrestar
haciéndole beber zumo de zanahoria. Charlie telefoneó a Paul Klein, y luego
preparó unas cuantas zanahorias para su mujer. Llegó Paul. Decidieron que había
que requerir a Irma. Paul volvió a Nueva York en busca de Irma. Charlie se
sentó a la cabecera de la cama de su mujer. En el correo de aquella mañana había
llegado otra carta de Ohsawa en la que
explicaba a Beth Ann que su interpretación de la dieta era completamente
errónea y que tenía que volver a empezar desde el principio. Le recomendaba muy
especialmente que evitase la sal. Pero ahora Charlie no podía hacer otra cosa
que darle el zumo de zanahoria. Le levantó la cabeza y le hizo tragar una
cucharada. Una gota de color naranja quedó en la comisura de los labios de Beth
Ann. —Es bueno —murmuró. Luego su cabeza dio la vuelta en las manos de Charlie.
Sus ojos se pusieron muy sanpaku, y expiró. Charlie seguía administrándole
respiración boca a boca cuando la policía llegó media hora después.
COMENTARIO DE TEXTO
1.- Fuentes
·
Documentales:
®
Fuente.
Libro: Libro Macrobiótica Zen, escrito por el
filósofo-científico Georges Ohsawa.
®
Fuente. Texto: Otras obras en inglés de
Ohsawa.
®
Zen y Taoísmo (doctrinas. Atribución indirecta).
·
Personales:
ATRIBUCIÓN DIRECTA.
®
Fuente
personal privada. Pasiva abierta: Charlie
Simon; marido de Beth Ann.
®
Fuente
personal privada. Experto: Georges
Ohsawa; filósofo-científico.
®
Fuente
personal privada. Pasiva abierta: Sess Wiener; el padre de Beth Ann. Abogado de Paterson.
®
Fuente personal privada. “Experto”: Irma
Paule; directora de la Fundación Ohsawa en la Segunda Avenida.
®
Fuente
personal privada: Wendy; hermana de Beth Ann
®
Fuente
personal privada: Paul Klein; Cuñado de Beth Ann.
®
Fuente
personal privada: Min Wiener; madre de Beth Ann.
®
Oki; monje Zen.
ATRIBUCIÓN RESERVADA.
®
Padres de Charlie Simon.
®
Policía.
®
Amigos de Charlie Simon y Beth Ann (… los amigos
se referían invariablemente a ellos como una unidad).
®
Artistas en funciones del círculo de los Simon.
®
Especialistas en alimentación.
2.- Estructura interna del reportaje
·
Titular. “Beth Ann y la Macrobiótica” es un
titular, a mi juicio, apelativo. Haciendo hincapié en lo más resaltado del
hecho pretende captar la atención del lector. Sin embargo, no llega a aportar
una información completa por sí mismo del sujeto, la acción y sus circunstancias
al modo en que lo haría un titular informativo.
·
Entradilla. El primer párrafo del reportaje se
centra en el “quién” de la noticia, haciendo una breve pero exhaustiva descripción de los personajes
al modo en que se haría en una narración literaria.
·
Cuerpo de la noticia/ reportaje. Este texto se
organiza a modo de narración literaria.
®
El inicio
describe a los personajes y sus
circunstancias. En él aparece Charlie
Simon como fuente principal.
®
De esa reseña se pasa a la situación primordial del hecho:
la Dieta Macrobiótica Zen nº7.
Puede considerarse el inicio de este fragmento a partir de dos hitos:
ü
Cuarto párrafo: introduce el problema de
adicción psíquica que dará lugar a la
acción.
ü
Sexto párrafo de la estructura externa Aparece la Dieta
Macrobiótica Zen nº 7 como solución a la depresión y jaqueca de los Simon.
Durante el comienzo del desarrollo el autor ya se adelanta a algunos
hechos, asemejándose así a un texto más
periodístico (“Para Beth Ann, fue el principio de muchísimo más”). Es aquí
donde aparecen la mayor parte de las fuentes, incluida la mencionada
anteriormente. Asimismo se responde a las preguntas cómo y por qué, ya
esbozadas con menor profundidad en la introducción.
®
Por último, tras haber asistido a una progresiva
degradación física de la protagonista, se finaliza con la muerte de Beth.
·
El lugar de la acción no es un factor esencial
en este suceso, que se desarrolla en distintos lugares aparecidos a lo largo
del relato.
·
El texto se estructura en párrafos de entre tres
y cinco oraciones en su mayoría simples y unidas por yuxtaposición. Esto es, no
hay gran número de subordinadas. Si se aprecia, en cambio, una presencia
considerable de proposiciones coordinadas.
3.- Lenguaje y estilo del texto.
El reportaje es un género interpretativo. En el lenguaje de
este texto aparecen adjetivos, expresiones y, en conclusión, un amplio
vocabulario cosecha del mismo periodista que narra la historia.
Ej. Y así,
inevitablemente, en aquel hermoso día de Washington Square, un dardo doloroso
cauterizaba la cabeza de Charlie Simon. (Christgau, R., 1965)
Sin embargo, lo primero que podemos observar es la similitud
de esta narración con el género literario. Se da sobre todo una notable presencia de adjetivos
descriptivos no tan comunes en periodismo y sí más en literatura.
Se aprecian recursos literarios tales como:
-
Preguntas retóricas.
Ej. ¿Y por qué no? Se sentían como nunca se
habían sentido en su vida.
-
Comparación o símil.
Ej. Cara
aceitunada
-
Paralelismo.
Ej. Beth y Charlie estaban volados. Lo estaban por el tiempo, que era claro y tibio. También lo estaban por la marihuana, lo cual no era nada nuevo.
-
Enumeración. Se aplica para describir la causa
que hacían del matrimonio una pareja característica.
Ej. (…) también habían estado volados gracias al
hashis, la cocaína, la heroína, las anfetaminas, el LSD (…).
-
Algún diálogo.
Ej. –Beth Ann, vas a morir –exclamó Sess –.
¿Quieres morir?
También hay, en cambio, rasgos propios de un texto publicado
en prensa. De estos, a mi juicio, destacan las citas a distintas fuentes a lo
largo del texto, la aparición de datos de carácter estadísticos u objetivos y
una narración en tercera persona, que si bien permite la identificación con los
personajes de la historia, nos mantiene alejados de una plana más subjetiva.
En el vocabulario localizamos algunas palabras extranjeras propias de la
filosofía que se vincula a la dieta macrobiótica (sanpaku).
El estilo pasa por ser una hibridación entre lo informativo,
interpretativo y literario. La acción se muestra de forma directa, en tanto que
el autor consigue penetrar en los hechos concentrando lo esencial (como indica
Wolfe al inicio) sobre la imagen final. Sin embargo, entre las limitaciones,
son los diálogos (que generalmente permiten revivir la acción) los que brillan
por su ausencia.
Encontramos a su vez características que nos hacen pensar en
esa recreación de hechos a partir de la información que las fuentes aportan y
por tanto que resulta más indirecta.
En cualquier caso, lenguaje y estilo, en consonancia
permiten una amplia divulgación del reportaje, sin que por ello deje de tener
una notable calidad literaria.
4.- Orden de la acción
La acción se inicia “una tarde del pasado mes de febrero” y
los hechos se van desencadenando hasta la “mañana del 6 de noviembre” en la que
Beth muere por sobredosis de sal. Si bien los hechos se van desenlazando en
cierto orden cronológico, no toda la acción transcurre de igual modo.
Una vez los protagonistas son descritos y empiezan a tomar
medidas contra su problema, el tiempo de la acción pasa de días (Ej. El tercer día significó para Charlie…)
a meses (Ej. Durante los meses sucesivos,
los Simon estudiaron…/ La tarde del 13 de octubre, Sess y Min Wiener fueron a visitar…). Sin embargo cuando los efectos de la dieta se
manifiestan de forma considerable el tiempo vuelve a reducirse a días (Ej. Dos días más tarde…). Esto proporciona mayor interés y realismo en
la historia, pues se percibe como la situación va tomando gravedad.
Teresa Velasco Castillo 2º Periodismo