Por fin iniciamos el segundo cuatrimestre y con ello me permito publicar aquí mi ensayo sobre la profesionalización del periodismo. Es largo, pero creo que vale la pena leerlo, igual que pienso que valió la pena el esfuerzo y tiempo dedicado a su redacción.
Introducción
Ante
la fuerte influencia del periodismo en la sociedad, muchos consideran que éste
debería actuar como cuarto poder, si bien la ambigüedad existente en torno a
esta labor ha propiciado que se conciba al periodismo como un contrapoder,
oficio, labor, ejercicio, hobby, servicio, creación, enseñanza e incluso
portavoz de poderes.
Igual
que debemos aceptar unas limitaciones éticas en sustitución de una verdad
sólida, es necesario establecer una serie de universales en torno al periodismo
para considerar éste como profesión y no como oficio.
En
la actualidad, las facultades de Comunicación Social se plantean como centros
de enseñanza integral, con el fin de hacer del periodismo una profesión
especializada. La demanda ha hecho que se cree un gran número de centros de
estudio donde se enseñan las bases prácticas del ejercicio además de un
trasfondo teórico que reflexiona sobre el rol de los medios de comunicación en
la sociedad contemporánea.
En
este sentido sería lógico afirmar que se trata de una profesión y que como tal
requiere una titulación y unos conocimientos específicos ¿perjudica entonces el
intrusismo en los medios? Según Judith de Brito, la presidenta de la Asociación
Nacional de Diarios, la obligación de haber pasado por la Facultad “impide que
talentos de otras áreas ejerzan la noble actividad de informar”.
Obviamente
no podemos comparar la ciencia médica con los estudios de periodismo, pero es
más que evidente que éste se ha convertido en uno de los pilares fundamentales
de la democracia, estableciendo con ella una relación de interdependencia. Así,
mientras la UNESCO lo identifica como disciplina del conocimiento, aún son
muchos quienes piensan como Judith de Brito.
Numerosos
factores hacen que una persona que no ha estudiado periodismo, de pronto, se
vea inmersa en este entorno: vocación tardía o títulos concedidos por empresas
con previo pago, por ejemplo.
¿Prevalece, entonces aún el oficio
periodístico o debemos evolucionar hacia el periodismo como disciplina del
conocimiento?
La
cuestión que se plantea este ensayo ya la emprendió la FNPI (Fundación Nuevo
Periodismo Iberoamericano) vía Twitter ¿Es
necesario estudiar en una universidad para ser buen periodista? La pregunta
fue planteada por el profesor Víctor
Núñez utilizando la etiqueta #SinUniMalPeriodismo y
al igual que éste cree que “tenemos derecho a ser informados por
profesionales”, trataremos de argumentar los principios por los que necesitamos
profesionalizar el tratamiento de información hoy día, independientemente de lo
que estudiase Carlos Herrera.
Origen del debate
Este
debate viene a propósito de un pronunciamiento público de varias instituciones
académicas de comunicación y de algunos gremios profesionales de periodismo. El
comunicado al que aludimos señala que el “periodismo es una profesión” y,
por lo tanto, su ejercicio sólo debería estar reservado para aquellos
periodistas que acrediten su título académico como establecen algunas
normativas.
Si
bien no cabe, bajo ningún precepto, castigar a los “periodistas empíricos” por
ejercer, debemos entender que en la realidad de nuestros días no es sostenible
el periodismo como oficio.
Probablemente
Gabriel García Márquez no se equivocase al afirmar que se trata de “el mejor oficio del mundo”, pero si seguimos
dando rienda suelta al relativismo y la simplificación, El Pensamiento Power Point se convertirá en la realidad de nuestras
vidas.
La
misma práctica del oficio, decía García Márquez, imponía la necesidad de
formarse una base cultural. “La lectura era un vicio profesional”.
Recuerdo,
en relación a esta cita, que cuando llegué a la facultad, apenas nadie leía
prensa, ni mucho menos se planteaba dedicar los ratos de ocio a embeberse en
alguna trama a través de las páginas de una novela. Ni que decir tiene que la
poesía, a veces tan cercana a la realidad del periodista, no era más que un
cero a la izquierda de las diapositivas que copiábamos sin leer.
No
dudo de la base cultural de los grandes genios que, como en el caso de Miguel
Hernández, se hacen a sí mismos, pero el grueso de la tropa, aquí en España,
cuenta con unos índices de lectura muy por debajo de la media europea, que es
del 19% frente a tan solo el 9% en nuestro país.
De
otro lado está la confusión que esto genera a la ciudadanía ¿quién es
periodista? ¿Qué es periodismo?
La
ausencia de una ética afianzada sobre los géneros de información y de opinión
en este ámbito lleva a considerar
cualquier medio de informar como periodismo, dejando a un lado la veracidad o
el interés público. Los medios
audiovisuales, además, nos condicionan a la percepción rápida y llamativa de
estímulos que nos apartan del análisis receptivo de la realidad. El resultado
es que acabamos creyendo que informarse es fácil y que basta con dejar que las
imágenes del telediario recorran nuestro sistema nervioso en busca de provocar
algún estímulo. Informarse no es tarea fácil. Requiere pararse a comparar.
Pensar. Reflexionar. Y, sobre todo, leer con la visión crítica que ofrece el
conocimiento de teorías desarrolladas hasta hoy.
Razones históricas
Aunque
más reciente que otras disciplinas del conocimiento como la medicina, el
periodismo también tiene sus raíces históricas como práctica empírica y hoy
alcanza su mayor conocimiento en las aulas universitarias. Ello es un indicador
de avance y evolución de la cultura de una sociedad.
La
necesidad de comunicación social es inherente en el ser humano definido como
ser social por Aristóteles ya en el siglo V a.C:
El
ser humano es un ser social por naturaleza, y el insocial por naturaleza y no
por azar o es mal humano o más que humano (…) La sociedad es por naturaleza y
anterior al individuo (…) el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada
por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un
dios. Aristóteles. Política
Para
nuestro ensayo, en cambio, tomaremos como referencia el siglo XIX, fecha de la cual datan los primeros estudios
históricos de prensa. A finales del mismo afloran las escuelas o centros de
formación para periodista y se formaliza la historia del periodismo como
disciplina académica.
Es
clave entonces la fundación a principio del siglo XX de la escuela de
Periodismo de Columbia en Nueva York por Pulitzer, hoy todo un referente para
los amantes de la prensa. Considerado como un representante de esta escuela, el
profesor Carey, se muestra actualmente incómodo con la etiqueta reduccionista
que se aplica a esta práctica y se presenta más como un analista crítico de la comunicación
que apela a la necesidad de acercar la investigación en comunicación con los
estudios culturales.
Entre
1883 y 1895, durante el desarrollo de la prensa de masas aparece el “new
jouralism” en EEUU y se establece éste como referente de una profesión que,
como indicábamos en nuestra introducción, requiere de una serie de
infraestructuras y libertades que solo algunos países han podido permitirse a
lo largo de su historia.
En
España es asombroso, sobre todo, el resurgir del periodismo tras los años de
oscura dictadura y cómo los medios buscan su espacio, su servicio y su público
haciendo uso de los miles de recursos que la literatura ofrece a la profesión.
Paradójicamente, es entonces, una vez superada la alianza tácita entre
políticos y periodistas en busca de una transición pacífica, cuando se hace
mejor periodismo. Digo paradójicamente, porque hasta 1971 no se constituye en
nuestro país la carrera de periodismo como tal.
Sin
embargo, los fundadores y analistas de diarios en esta época no provenían de
Gran Hermano, como sucede hoy día en muchos programas : Juan Luis Cebrián,
fundador de El País, se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo en España y
con solo 19 años ya trabajaba como redactor jefe en Pueblo, Juan Tomás de
Salas, creador del Grupo 16, cursó Derecho en Madrid y se doctoró en Historia
Económica en París, Pedro J. Ramírez
estudió Derecho y Periodismo en la Universidad de Navarra, y así con la mayoría
de periodistas, muchos de los cuales ejercen actualmente como tal en medios de
renombre.
A
día de hoy el sector de la comunicación en España afronta el reto de recuperar
tal prestigio y reivindicar su profesionalización y capacidad de influencia,
según puede desprenderse de informes como el wellcomm que cada año anuncia el descenso del salario medio en este sector.
Y
es en el momento en que el periodismo se convierte en una finalidad
empresarial, cuando podemos despedirnos de nuestro mes de abril en España. La
democratización de los contenidos pasa a significar, entonces, la banalización
de éstos lo que, a su vez, propicia el tratamiento del individuo como masa y,
si antes las clases bajas de la sociedad pasaban inadvertidas, ahora
convergen con el resto para sustituir al
vocalista por un coro homogéneo de voces mediocres.
No
obstante, sigue en plena vigencia lo que Beneyto, cofundador de El País, dijo
hace más de medio siglo: “si una civilización puede penetrar en las masas, solo
podrá hacerlo por obra de la Prensa; pero si esta Prensa no queda vinculada a
la Universidad, el esfuerzo es inútil, porque lo que se trasvasa en la masa
habrá dejado, al pasar, degradado y desvanecido, solera y color”.
No
hace falta ser un genio para darse cuenta de que hoy los medios de comunicación
están concebidos como un negocio más. Los anunciantes encuentran entonces un
nuevo mercado por explorar y, poca a poco, tratan de desenvolver su público y
clasificarlo en pequeños grupos temáticos, cronológicos, o de género.
Actualmente,
cobra importancia la fragmentación de las audiencias y, aunque las tecnologías
por definición tienden a unificar labores y a significar despidos, también es
cierto que en esta ocasión requiere de un nuevo grado de especialización
enfocado a un público cada vez más dividido.
Hay
un hecho, por tanto, que para bien o para mal es el más importante en la vida
pública de la Europa contemporánea. Este hecho parte del momento en que los
editores descubren el componente mercantil de la información y explotan éste
hasta tal punto que ha sido necesario desarrollar una disciplina específica:
“empresa informativa”. Pero no se puede
considerar a la información como una mercancía más. Con ella hemos de
satisfacer un derecho fundamental y básico de la sociedad democrática: el
derecho a recibir información y a estar informados.
Decía
Danton Jobin que “es importante, sin duda, para la comunidad que haya centros
de enseñanza que preparen profesionales que no sean solamente buenos
especialistas, sino que hayan sido convenientemente educados para soportar las
grandes responsabilidades que se le atribuyen a todos los que usan aquel
poderoso instrumento de acción social”,
el periodismo.
Esta
responsabilidad profesional está en declive, en parte también por la actitud
del público ya adaptado al formato de las soft news.
En
este ensayo se sostiene, por consiguiente, la necesidad de una sólida formación
universitaria para corregir los productos periodísticos que hay en el mercado.
Sobre
la amplitud en el grado de libertad en relación con el modelo empresarial,
existen históricamente teorías de la prensa, adaptables a la totalidad de los
medios. La teoría de la responsabilidad social de Siebert, Peterson y Schramm,
bastaría como argumento para considerar la importancia del periodismo mucho más
allá del oficio de escribir historias.
Es
evidente que la tendencia se orienta inevitablemente hacia el modelo liberal,
pasando por alto los valores del sistema democrático corporativo o pluralista
polarizado. La falta de referencias sólidas deja en manos del mercado la
información y los códigos éticos de los medios resultan una solución estéril
ante la garra del libre comercio.
La
solución pasaría por profesionalizar la comunicación y profundizar en un corpus científico que dotase de sentido
a los medios. Responsabilizar de la información al profesional libre y no a la
empresa, ya que la libertad es un atributo personal.
El
profesor González Ballesteros en
un artículo periodístico concluía que “la información en cuanto tal, por ser un
derecho de todos, no puede ser objeto de tráfico mercantil, y mucho menos a
priori”. Es preciso y urgente reconocer una profesionalidad a todos los niveles
en materia de información. La profesora García Sanz dice en la introducción de su libro que el periodista, en cuanto autor, tiene
el mismo derecho sobre su creación intelectual que cualquier otro autor no
profesional de la información.
La
profesionalización debería comenzar por reconocer la importancia en el mercado
de la información de un trabajo que exige una percepción cada vez más aguda de
la realidad que permita al receptor distinguir entre lo relevante de lo
superfluo.
Razones sociales
En
sus debates polémicos sobre el “provincianismo” y “elitismo” de la tradición
crítica, Habermas nos descubre el lenguaje y la comunicación como base de un
pacto social. Una filosofía para la transformación social que se apoya en la
comunicación a través de la filosofía del lenguaje. La comprensión de la
realidad es sobre la cual se constituye el eje de la consciencia
transformadora, de la innovación social. En el lenguaje, afirma Habermas, está
la base de la democracia, porque permite una comunicación e interacción eficaz,
equilibrada y libre.
¿Es
posible una comunicación eficaz, equilibrada y libre sin profesionales que se
encarguen de asegurar este derecho?
Podría
adelantar la respuesta dando a ver que donde están los medios, está el poder:
en las agencias de noticias occidentales y norteamericanas. El presidente de
Zimbabwe, Robert Mugabe, en el poder desde 1980, no empieza a existir en los
medios hasta que las expropiaciones afectan a nuestro continente.
El
papel de las grandes agencias de noticias como filtro, determina en gran medida
lo que es noticia en el caso de la información internacional. Pero, en última
instancia, la labor del corresponsal es la que hace posible imaginar la
realidad lejos de nuestra rutina. Sin una visión humana del conflicto, la
audiencia, las personas, seríamos incapaces de empatizar con nuestro entorno.
Para
conocer las dimensiones de un conflicto creemos suficientes con una imagen, lo
que no sabemos es que no vale cualquier imagen. ¿Cuántas veces se han sentido
engañados al pedir el menú de la foto en un bar? Si trasladamos esa impresión
al ámbito de la comunicación social, nos encontramos con un sinfín de
posibilidades detrás de cada foto: planos, enfoques, tonos… y todo ello sin
contar con la manipulación que permiten hoy día programas informáticos como
photoshop.
¿Cómo
si no, de manos de un profesional, vamos a empezar a creer lo que vemos?
Podríamos aplicar la duda metódica como recurso
en nuestro día a día, pero a buen seguro acabaríamos cayendo: los seres humanos
funcionan por emociones. Como diría Elsa Punset, autora de Una mochila para el universo, nos pasamos “dos terceras partes de
nuestra vida cotilleando”, de ahí que los programas del corazón tengan tanto
éxito, pero, ¿por qué lo hacemos?
La
razón más primitiva la encontramos en nuestra familia ancestral, en nuestro
instinto como animales. Es un mecanismo de supervivencia el de estar
informados. Una necesidad tan básica como el comer o estar sanos.
La
realidad está compuesta de miles de hechos no aislados. Un emisor escoge, en
base a unos criterios de noticiabilidad, un material cambiante y lo mediatiza
para convertirlo en un hecho de actualidad. Esta distorsión será menor en función
del grado de profesionalización del emisor y su conocimiento teórico-práctico
de los factores que convierten un hecho cualquiera en noticia.
Por
último, el artículo 20 de la CE exige la veracidad en el caso de la
información, lo cual se ha interpretado como necesidad de veracidad subjetiva,
es decir, que el informante haya actuado con profesionalidad y diligencia, haya
contrastado la información adecuadamente con al menos tres fuentes, que haya
correspondido a su deber y a su público como cualquier otro profesional en su
ámbito.
¿Qué le falta al periodismo para
profesionalizarse desde el ámbito académico?
Evidentemente
son muchos y muy variados los factores que influyen en la profesionalización
del periodismo. A mi parecer, todo parte de una falta de consenso entre
comunidades para tratar este trabajo como algo práctico o más bien teórico.
En
las universidades de referencia mundial situadas en EEUU, parece que se da la
razón a García Márquez cuando afirma que “el oficio se aprendía en las salas de
redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente o en las
parrandas de los viernes”.
Es
sin embargo, motivo de estudio el modelo francés, donde los postulados teóricos
asientan las bases de la formación en el servicio de informar.
España
es, según mi experiencia, un intento de conciliación entre ambas concepciones,
y digo intento, porque el modelo, “aún en pañales”, parece lleno de
contradicciones.
En
segundo de carrera, cursábamos una asignatura, técnicas del mensaje en prensa,
repartida en torno al 60% teoría y 40% práctica. Desde el primer día de clase,
nos hablaron de la importancia de comunicar bien por encima de comunicar antes.
Debatimos sobre la necesidad de comunicar en tiempo real y su repercusión sobre
el acontecimiento, siempre a favor de la calidad en detrimento de la cantidad.
Sin embargo, nada más bajar a los laboratorios a realizar las prácticas nos
exigían, recuerdo, “escribir bien y rápido”.
A
menudo las fuentes no eran más que tristes notas de prensa policiales con las que
jugábamos a alterar de orden las palabras y colocar comas donde la teoría nos
lo exigía.
En
investigación, nos enseñaban la importancia de las técnicas cualitativas,
mientras que en sociología puntuaban con más nota a quienes más porcentajes y
gráficos incluían en su presentación.
Los
profesores parecían tener una idea completamente distinta de la materia que les
tocaba impartir. El tiempo no les permitía investigar y convertía nuestros
trabajos grupales en una competición a contrarreloj entre nosotros mismos.
Cierto
que adquirimos conocimientos sobre materia audiovisual. Pero el tiempo no
permite más que tocar un instrumento a cada uno. Esto es, a mí me tocó la
cámara. No me senté a presentar, a
introducir vídeos o a controlar el sonido, igual que muchos no tuvieron la
oportunidad si quiera de acercarse a la cámara.
En
las clases teóricas nunca se ha dejado de incidir en la importancia de
especializarse a día de hoy, pero la realidad, confiesan muchos, es que los
recortes en plantilla obligan al periodista a hacerlo todo. ¿Especialización en
todo? Parece bastante contradictorio.
Para
hacer del periodismo una profesión hay
que dedicarle el tiempo que requiere e igual que en medicina no reducen
los años de estudio, tampoco deberían ampliarlos o reducirlos en este caso. No
es necesario reiterar determinados contenidos y sí profundizar en otros muchos.
Así,
resultan alumnos muy bien formados en algunos aspectos y absolutamente
ignorantes en otros. Y esto en el ingenuo supuesto de que quede claro cuál es
el contenido esencial de la materia.
Por
supuesto, es inconcebible el grado sin conocimiento de idiomas, área víctima de
la mayoría de los recortes que se han venido aplicando desde que comenzase la
crisis en 2008.
Conclusión
James
Reston, del New York Times, ha escrito que “el futuro de la información depende
de comunicar inteligentemente lo que está ocurriendo en el mundo. El mundo cada
vez es más complicado. No se puede comunicar meramente la verdad literal. Hay
que explicarla”.
Parece
indiscutible la formación para interpretar los acontecimientos del día a día y
es por ello que debe preocuparnos la actitud de muchos estudiantes que solo
buscan un título para engrosar el currículo. El motivo, hemos visto, es la
brecha entre Universidad y realidad práctica, con unos planes de estudio
irracionales.
Una
vez se logre la conciencia sobre la importancia de los estudios universitarios
en periodismo, podrán promoverse auténticas asociaciones de profesionales que
no estén vinculadas a movimientos ideológicos y políticos.
Gonzalo
Fausto, periodista al que entrevisté a inicios de la carrera, me enseñó la
fuerza capaz de alcanzar un arma tan potente como es nuestro alfabeto. Si para
hablar se deben cumplir una serie de premisas físicas, biológicas,
educacionales, funcionales y psíquicas, para “decir algo” hay que conocer en
profundidad el instrumento del que hacemos uso.
Para
acomodar el mensaje, como decía Aristóteles “a los hábitos de los oyentes”, hay
que conocer el significado de cada palabra de la proposición de que se trate.
Decía
Martin Cohen, en El escarabajo de
Wittgenstein, que “las personas creen que hablan de las mismas cosas cuando
pueden estar discutiendo sobre temas muy diferentes, y lo que es más, puede que
lo estén haciendo de maneras totalmente diferentes”. Ni siquiera la mejor
formación garantizaría una comunicación sin posibilidad de malinterpretaciones,
¿sabe alguien que ni siquiera ha debatido sobre esto la responsabilidad que
implica?
Nuestras
limitaciones serán mayores, conforme menos conozcamos ¿o no es acaso, como
afirmaba Wittgenstein, que los limites de nuestro mundo los constituye nuestro
lenguaje?
Un
profesional se distingue de otros por su conocimiento en materias que no están
a disposición de todo el mundo. Copiar notas de prensa del gabinete de la policía puede hacerlo cualquiera con
acceso a dichos datos, pero contextualizar los hechos con suficiente criterio
en base a una serie de conocimientos práctico-teóricos ya es cosa de
profesionales.
Teresa Velasco Castillo