Bienvenida

La vida es irónica:
Se necesita TRISTEZA para conocer la FELICIDAD, RUIDO para apreciar el SILENCIO y AUSENCIA para valorar la presencia

Etiquetas

Arte (1) Concursos (1) Entrevistas (8) Eventos (17) Libros (15) Periodismo (44) Poemas (111) Reflexiones (77) Relatos (5)

viernes, 11 de enero de 2019

21 gramos


Cuando en 2003 Alejandro González Iñárritu estrenó 21 gramos, yo apenas había cumplido los nueve años. Recuerdo insistir cada vez que pisaba el videoclub con mi padre por conocer dicha historia. Las historias del alma, desde que tengo uso de conciencia, son las que más atraen mi curiosidad. Quizás por ser una consideración ligada a la limitación de nuestro conocimiento o tal vez por el anhelo de una identidad con la que sentirme yo.
En cualquier caso, no ha sido hasta hoy que he podido disfrutar la película y, tal como vaticiné en su momento, se trata de un conjunto de lecciones que dejan huella.  Pero, antes de explicar el porqué, toca repasar su sinopsis:

La película comienza con una serie de flash back dónde se intercalan tres historias que al final convergen en una sola.
Sean Penn aparece como Paul Rivers, un profesor universitario que, enfermo, espera un trasplante de corazón. Su pareja, Mary (Charlotte Gainsbourg) quiere a toda costa un hijo, pero sus problemas de fertilidad a causa de un anterior aborto hacen casi imposible sus deseos e insiste en aplicar la inseminación artificial para el caso.
Paralelamente, Naomi Watts  encarna el papel de Christine, una ex toxicómana que ahora lleva una vida feliz junto a su esposo Michael (Danny Huston) y sus dos hijas.
La tercera y última de las relaciones que se muestran es la protagonizada por Benicio del Toro, un ex convicto que, desde su reinserción en la sociedad, ha adoptado las doctrinas de la religión cristiana como los pasos de su salvación.

Estructura

La narración cinematográfica de 21 gramos  se presenta como un auténtico rompecabezas o, como la mayoría de los críticos afirman, un puzzle cuya coherencia no se adquiere hasta bien avanzada la historia.
Las primeras imágenes se corresponden con el final, esto es, con la reflexión de Paul (Sean Penn) en su lecho de muerte. Desde ahí, empiezan a encadenarse los hechos dando inicialmente más espacio al personaje del profesor.
Una vez se conoce el accidente en el que Jack Jordan (Benicio del Toro) atropella al marido y las hijas de Christine, la trayectoria de la narración da un giro y, si observamos los tiempos, las escenas tienden a ser más prolongadas y menos aisladas entre sí.
Es en este punto que podemos ver la escisión dentro del personaje de Jack, que, pese a haber cambiado su comportamiento según lo dictado por las creencias religiosas, parece no poder escapar al pasado.  Esta vez, sin embargo, sale exento de cargos por falta de pruebas y, será entonces, cuando su conciencia ejerzca el mayor castigo de todos.
Paul, por su parte, insiste en averiguar quién fue su donante y, a través de un detective privado, llega hasta Christine. La conexión es casi inmediata y Paul pronto abandona a Mary y emprende una nueva vida. Cuando las cosas parecen funcionar, sin embargo, la salud del profesor comienza a deteriorarse.
Sin nada que perder, Paul se hace con un arma y decide vengar la muerte del marido y las hijas de Christine, pero, a la hora de disparar no puede más que amenazar a Jack pidiendo su huida. Jack, en lugar de marcharse, sigue a Paul hasta la habitación del hostal donde se hospeda con  Christine y comienza un forcejeo con ambos. En el revuelo, Paul se dispara a sí mismo en el pecho. La escena finaliza en el hospital, con la reflexión que citamos al inicio.

Conclusiones

¿En qué consiste mi identidad?, ¿Qué constituye el carácter respectivo de cada uno, el “yo soy”?
Son muchas las ideas que podemos extraer de la película, pero si me dan a elegir, me declino por el problema de la identidad personal y el peso de la conciencia, si es que ésta se da.
Cada personaje de la historia se define por sus acciones, por su pasado e intención futura, por su interpretación de sí mismo para los demás y también por la que los demás hacen de él. Es más, en el caso de Jack, son los “otros” quienes empujan al ex convicto hacia su anterior identidad.
Por eso no se trata de un simple cruce de almas. No estamos ante un telefilm de sobremesa, sino ante un mapamundi que aguarda en su seno al barco de Teseo, el caso Brownson y hasta las vísceras de un determinismo humano radical.
Para los que crean en la existencia de un alma, la historia de cada vida está condenada a repetirse hasta el desgarro. Para  los que somos escépticos, que no fríos, existe una vía de escape al “yo fui”: “yo soy”. Una cierta y remota cicatriz no es nuestra identidad. No tiene el mismo impacto un recuerdo que la impresión vigente de nuestra imagen.
Yo soy este edificio de derrumbamientos en permanente construcción. Mi identidad como tal está sujeta al cambio continuo al que me obliga el mundo, los acontecimientos, la muerte.
Aquí, en 21 gramos, la muerte es el motor del cambio de tres vidas. En sus manos, luego, está si volver a su caligrafía primitiva o retomar el texto en limpio y con buena letra.

Comentario por: Teresa Velasco Castillo. 

jueves, 3 de enero de 2019

Donde pongo mis labios soy tu beso


Comencé este poema a raíz de Ángel González y uno de esos sonetos que, pienso, ponen en cuestión a cualquiera que ostente reducir al hombre a estados físicos del cerebro. Comencé el poema una noche en la que, efectivamente, ese beso debía ser para otros labios. 
Empecé a escribir y, como siempre, cuando más sola estaba apareció Platón con su "carro alado" y Einstein hizo lo propio con su teoría del espacio que fácilmente se relaciona con los cuerpos. Estaba sola y vino Sartre a darme ese empujón que una necesita para arrojarse del todo y, en fin, día a día se construye el yo-autobiográfico. Día a día camina Rambo por enreversadas sendas, casi tan rebuscadas como algunos de mis versos. Espero que no tanto como la filosofía. Gracias a todos los que me leeis por ser también parte de este poema. 

Donde pongo mis labios soy tu beso
reducida a su carne en boca ajena,
la que inclina al auriga hacia su tierra
y aprieta el alma en  fatigosa prueba

Pongo mis alas a la espalda del cielo,
me juego el verso al espacio de tu cuerpo,
donde dejo mi fe, soy arrojada
a lo absurdo de existir en dicho beso

A fuego lento mantengo la postura
día a día llamo eterno a lo presente
ir, volver y del camino desasirse

Donde acaban tus labios, libre angustia
agoto mi vida en la teoría
de ver tus labios en otras consumirse.

Teresa Velasco Castillo