De todos los hombres de mi vida -y en ellos cabe también
Miguel Hernández, Baudelaire, Richard Bach o Rafael Alberti- , solo la
prolongación eterna de los padres lleva a la vehemencia expresiva de mis pasos.
Zurich Maratón de Sevilla 2017 no habría sido posible sin la
admiración que en mi despierta un poeta tan barroco como Góngora o Quevedo, tan
puro como Jaime Sabines, tan desenfrenadamente
inconstante y tozudo como el gran Salvador Velasco y su inconsciencia poética.
Y hablo de inconsciencia porque, como Neruda, tiene el vicio capital de los
poetas, ese vicio romántico que esconde en respuestas cortas.
Y hay que ser, como decía Emil Cioran, de un temple
excepcional para dejarse devorar por el dolor… en silencio. Ese es mi padre.
Para el que no lo conozca él es el Blue Ray de los príncipes azules, la sangre
en el camino de los pobres, sol en el verso, soneto en los gestos del alba que
asoma por el décimo kilómetro de mi alma.
Mi padre fue mi manager. Un hombre hacia dentro, enmudecido.
Él mismo a solas con aquello que sea que sucede dentro de su ser. Y, en medio
de todo ello, una voz que incita a seguir luchando en este espantoso
espectáculo bélico que es la vida.
Él me empuja a golpes de calor cuando mis manos están frías
y las suyas aún conservan algo de humano. Me tira con guitas y cuerdas
invisibles cuando ni siquiera puede verme. Me clava en la garganta anzuelos y
me oprime contra la nada cuando en sus brazos no consigo el consuelo de niña
mimada que fui.
Él me altera la lengua y me pone los pies en el origen. Una
pena suya pesa más que todas las desdichas que me quepan ¿no veis acaso su
alegría en mi impaciencia, su lunar en el lunar de mi costado? ¿No parecen sus
ojos mis párpados, su angustia mi carne
desgarrada?
Hay y habrá muchos hombres en mi vida. Como un castigo
infinito, como lluviosas penas, como parte irrevocable del camino que lleva al
kilómetro 42. Solo él será epitafio de mi piel ya vieja. Verdaderamente serio y
eterno por dentro. Heredé la fortuna de no contar mis problemas.
PD. No creo que pueda compensar nunca lo que te debo
Teresa Velasco Castillo
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