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domingo, 24 de noviembre de 2013

El lugar más feliz del mundo

Cuelgo esta vez un reportaje de hace ya algunas semanas sobre el corresponsal  David Jiménez y su reciente obra "El lugar más feliz del mundo" que recomiendo con hincapié. 

Cuando Kim Jong-Hun, político, militar y máximo mandatario de la región norcoreana se alza sobre una población homogénea para anunciar su discurso, aquí, en occidente, nos reímos conscientes de la paradoja: El lugar más feliz del mundo. Así denomina el cuarto y último hijo de Kim Jong-il a su país y así se titula la nueva obra de David Jiménez, todo un acopio de reportajes “directos al corazón” que hacen posible la conexión con el mundo oriental.
Todo empezó hace un par de décadas, cuando aún quedaban  minas cargadas de memoria por explotar en oriente medio. Entonces, David Jiménez, escritor, periodista y viceversa, se presenta solo en el despacho de Pedro J. Ramírez  y le propone dar voz a todo un continente abandonado y sujeto a los clichés de la industria cultural. El Mundo, por aquellos días no contaba con reporteros en Asia, de modo que David pudo aprovechar la coyuntura para fundar lo que sería la primera corresponsalía del diario en la zona asiática.  



Pasaron los años, y el joven corresponsal fue madurando, haciéndose consciente del peligro. Consecuentemente, fue cargando su mochila de experiencias sin olvidar a quienes esperan su regreso a casa. En 2004 cubrió el   “Sumatra-Andamán”, un terremoto submarino con epicentro en la costa del oeste de Indonesia que desató toda una serie de tsunamis devastadores a lo largo de las costas del océano Índico. “Los desastres naturales son muy difíciles de enfrentar”, declara en una conferencia a los alumnos de la UMA. Y es que cuando no queda un edificio en pie, ni una persona con suficiente aliento para vivir, el trabajo pasa a un segundo plano. En consecuencia, fotógrafos, traductores y periodistas han de ser ante todo personas: “buenas personas”, según afirma David Jiménez, y, respetando el oficio, prestar ayuda al entorno.

El periodismo  debe ofrecer la oportunidad de mejorar las cosas, con independencia, pero dando voz y otorgando  los medios a esas personas que necesitan hacer público su relato. Es por ello que El lugar más feliz del mundo se construye con reportajes breves, como si se tratase  de pinceladas aleatorias que se unen para constituir el cuadro.

Hay así, colores alegres que no por su condición pierden derecho a un espacio en ese marco, pero, por desgracia, la escala de grises mancha esos paraísos que nos empeñamos en destruir. “Quizás la guerra sea lo más duro, porque se trata de personas haciendo daño a otras personas”, admite con razón el autor de la obra.

Una vez constituida la base y establecidos esos colores, llegan los detalles: esos límites que  muchas veces ni el propio pintor sabe donde trazar. Contar la verdad conlleva perjuicios. Ser honesto está mal pagado hoy día y, a veces, no queda más remedio que morderse la lengua para evitar que se la corten a tu traductor.

A pesar de todo, David Jiménez cuenta con coraje y vocación más que de sobra para seleccionar aquellas informaciones que apuestan por la calidad y  no dejan de “contarnos a nosotros mismos con nuestros errores y virtudes”.

En Hiroshima tuvo la oportunidad de recoger los testimonios de las personas que fueron víctima de los ataques nucleares ordenados por Harry Truman, y, aunque no llevase el logo de la BBC en su chaqueta, accedió a los lugares más recónditos de la leyenda ignorando los “prohibido el paso” de muchas parcelas. Muchos comparan este aspecto con Kappuscinski, testigo de mil batallas en quien pocos no se han inspirado, pero, David Jiménez va más allá y regresa a ese lugar donde ha sido feliz, como Juan Rulfo en Pedro Páramo. Esta vez con un final más justo.

Estaba en quinto de carrera cuando ya trabajaba. Tal vez el mercado de la comunicación se vea hoy amenazado en lo que a su modelo de negocio se refiere, pero, si las nuevas generaciones hacen caso a la experiencia del maestro, no se dejarán aplastar por aquellos medios que aprovechan la famosa crisis para contratar esclavos en lugar de trabajadores.

En este sentido, España tiene mucho que aprender de medios como el New York Times que, en vez de recortar su plantilla, apuestan por profundizar en la redacción de los acontecimientos. Porque noticias las hay de muchos colores, pero ninguna  pasa del blanco al negro sin un contexto que las hile. Se recomienda, por tanto, no solo la lectura de reportajes como éstos, sino la lectura en términos generales, como pilar del buen periodismo.

Es importante que sea el propio periodista quien de importancia a su trabajo si se pretende un futuro para la profesión. David Jiménez confía en que los estudiantes  lo hagan porque las condiciones son distintas, no peores.

Actualmente, gracias a Internet  o por culpa de él, se dispone de una herramienta de gran poder que da la capacidad para hacer y deshacer un periódico al  antojo del usuario, comunicar con áreas opuestas o crear una ventana de ilusiones con pulsar un solo botón. De lo contrario la esencia no se pierde ¿qué ha cambiado realmente? Quienes de verdad tengan vocación saldrán adelante  porque al final los lugares remotos están más cerca de lo que se piensa y ese carácter único de la prensa no es más que uno y sus ganas de contar las historias.

El lugar más feliz del mundo no es un lugar, sino las miles de ciudades que caben en una sola ciudad, un homenaje a cada una de las personas que dan pie a la evolución del joven aprendiz de pintor que, con el tiempo, ha llenado nuestros museos de hermosos cuadros.

Existen, sin duda, amenazas, pero no hay nada que temer mientras queden artistas como David Jiménez y tiempo suficiente para volver. 



Teresa Velasco Castillo Málaga a 24 de noviembre 2013

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