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sábado, 7 de diciembre de 2013

Un día más con vida

Cuando la profesora de géneros dio la grata tarea de degustar una novela de no ficción clásica del "nuevo periodismo", supe de inmediato que Un día más con vida era mi libro. Todavía hoy, si me preguntan o me ven, rara vez ya por la calle, respondo al tópico "¿Qué tal?" con un "aquí estamos que no es poco" y, no hay día en que no me quede pensando en lo extraño de seguir con vida...



No son pocos los expertos, competentes en materia, que auguran el final del periodismo. Algunos arguyen a la extinción del papel, otros al modelo de negocio, al descenso de la calidad o lo entendido como “buen reporterismo”.

Probablemente no hayan sabido leer entre las líneas de Ryszard Kapuscinski, a quien poco debió preocuparle el formato de sus cuartillas allá  donde la escuela es sinónimo de utopía. Maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, profesional  en el arte de enhebrar información y lenguaje. No se queja.
Estamos en Angola, mitad del siglo XX. Presente histórico. Un excepcional testigo se instala  en Luanda, en el Hotel Tívoli. Tres meses antes de la  descolonización portuguesa aún viven un par de ancianos avaros, una joven pareja y Doña Cartagena, una camarera capaz de sacar  agua del desierto.
Kapuscinski no huye de la metáfora y describe, en una de las consideradas entre sus mejores obras, cómo la ciudad en que se aloja es convertida en un puñado de cajas primero  para luego hacerse piedra. Después vendrá un largo viaje desde un lugar desconocido hacia otro que tampoco conocemos. Un tránsito en el cual hace acopio de perífrasis  y pleonasmos que ralentizan la acción del texto sin caer en la redundancia.

Así,  estas digresiones transforman Un día más con vida en imágenes tan reales que hacen que uno acabe asfixiado por el hedor a gato. O tal vez perdido entre “nubes de moscas negras” si transcurren ante sí  más hojas de las que el sueño aguanta. Quién sabe. Nada es seguro en el sin fin de escenas con que el protagonista describe su entorno. Escenas plagadas de detalles sin los cuales costaría creer que estamos ante una obra de no ficción.

Todo lo que en síntesis podría pasar por una guerra civil entre el MPLA, la UNITA y el FNLA es desarrollado como merece a través  de los ojos de Kapuscinski. Lugares como Balombo, “una pequeña ciudad que no para de cambiar de manos”,  Benguela y sus palacios vacíos; “un lujo indescriptible para cualquier plan municipal de vivienda” o Lubango “ese gran jardín de todos los colores del arco iris” dejan un sabor agridulce a lo largo del camino que lleva a Sudáfrica.

Niños que matan por pintar en un mundo donde el arte no tiene cabida, barrios de  nube de polvo y ceniza semejantes a “los decorados semiderruidos que se construían en las afueras de Hollywood”, puestos de control que se salvan con el humo del tabaco. Todo ello es el núcleo del realismo con el que Kapuscinski cuenta su experiencia al atravesar junto tres desconocidos toda una selva de territorio enemigo.
Sin embargo, la obra que este autor presenta va mucho más allá de dicha experiencia. No solo se conforma, pues, con un mapa de fotografías repartidas en capítulos como piezas aisladas que acaban por unirse para formar un todo, sino que entre los recursos expuestos anteriormente de forma superficial, son dignos de mención la mayoría de sus arranques. Llegando a Humbe, por ejemplo, el lector puede hacerse con la imagen nítida de lo que significa transitar entre destacamentos que se aferran a un espacio marcado por fuentes de agua. Poco antes, en la frontera con Namibia, el uso de elementos ortográficos marca la diferencia entre un reportaje al uso y la autenticidad de una obra de no ficción como la analizada:

La superficie cubierta por círculos corresponde a la selva. La de puntos, al desierto. La superficie azul significa Atlántico. Las letras PN, parque nacional: leones, elefantes, antílopes…Un 5 en rojo: han caído cinco de los nuestros. Un 7 en negro: han caído siete de los otros. A continuación más cifras en rojo y en negro, formando dos filas descendentes, sin la raya del total, porque la cuenta de la muerte, su suma y sigue, continúa abierta.

Si bien la enumeración constituye el pilar del párrafo, no quedan de menos el empleo del punto y seguido, así como los dos puntos. Ni que decir tiene el uso de la repetición en los números para otorgar al texto una musicalidad propia del género de la poesía.

Pero no todo son halagos para un escritor que, antes que escritor es persona y, como tal, conserva equívocos en sus historias. Tal como enuncian los proverbios, sentencias y dichos latinos traducidos en portada, “no todos lo podemos todo” y el  léxico de este autor se detecta con facilidad conforme uno va acumulando pasajes: sol, calor, seco, agua, sed, árida… palabras que derivan del mismo campo semántico y no dejan de hacer su aparición como parásitos a lo largo del relato.

 Poco más cabe añadir a la lista de erratas de la obra. Tal vez si es cierto que el modo en que se estructura pueda causar confusiones, en tanto que éstas no quedan del todo conexas a pesar de tratarse de una historia constituida como unidad. O que al menos así lo pretende. Esta necesidad de una unidad narrativa se ve, en cambio, compensada en la carta con que Kapuscinski pone cierre al calificado por J. Estefanía como “diario íntimo”. En ésta da reconocimiento del resultado final de una guerra que se prolonga “ad infinitum” debido a la explotación de diamantes y petróleo, así como hace recuento de los principales personajes que sirven de guía a lo largo del viaje: Diógenes, Farrusco, Ndozi,..., así hasta llegar a Cartagena, la camarera del Hotel Tívoli. Es decir, se trata de un cierre en círculo propio del reportaje interpretativo que nos recuerda cómo hemos llegado hasta allí.




Ahora, por desgracia, la batalla sigue. Nuevos frentes se abren bajo el mismo motivo que es ninguno, pues nada justifica el saldo de un millón de vidas. Vidas que cobran voz de la mano de corresponsales que, inspirados en Kapuscinski, apuestan por el periodismo honesto, por conceder prácticamente gratis Un día más con vida a nuestra profesión.

Teresa Velasco Castillo Málaga a 7 de diciembre del 2013.

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