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sábado, 14 de mayo de 2016

Discurso de presentación




Como consecuencia de las felicitaciones de todos los que estuvisteis ayer en la presentación de mi primer libro, y de aquellos que por uno u otro motivo no pudieron asistir, adjunto a continuación el discurso con el que di paso a este proyecto, que como ya dije, es de todos. 



Buenas tardes. En primer lugar agradecer el enorme esfuerzo de todos los presentes, familiares, amigos y más amigos, especialmente a Paco y a Jorge por tan magnífica presentación.
Como puedo observar la mayoría sabéis de qué va esto de escribir, pero para los que aún no lo tienen muy claro, me dispongo a hacer públicos los ingredientes, hasta ahora secretos, de el poema.
No hará falta que tomen nota, porque posiblemente esta receta no sirva ni siquiera para mi misma una vez que salga de esta sala. La literatura, como la vida, no está hecha de fórmulas matemáticas como me hubiese gustado de pequeña. No, lo más cercano a la vida es la poesía y, si me apuras, el atletismo: una carrera de fondo con obstáculos arbitrarios que cada uno salva según su circunstancia y sus posiblidades.
El primer ingrediente que tienen que asegurarse de comprar es la intención. Llamémosle ganas, interés, constancia e incluso cabezonería. Yo diría que en mi caso obsesión por  metas tan inalcanzables como las de hoy.
No voy a mentir y a contar la historia del niño que soñaba que escribía, porque no es así. Solo una profesora, y no está aquí, es consciente de lo que digo: mi agenda estaba llena de sus firmas cuando cursaba primaria. Mi pasión eran, como dije antes, las matemáticas. Exactas y concisas. Pero pronto, descubrí los renglones torcidos de Dios y me di cuenta de que aquello tenía de todo menos sentido.
El desencadenante de  aquella metamorfósis fue una cinta de Sabina, aparecida un sábado de limpieza general. En seguida me enamoré de su voz ronca, sus canciones, sus letras, su persona y su personaje y, como dije antes, lo llevé a la misma obsesión.
No tenía ni 12 años, no me gustaba leer y, de pronto, me encantaba. Deboré todas las biografías habidas y por haber antes de que a mi padre le diese tiempo de leer el prólogo de un libro, que compró para él. Y, por supuesto, como buena periodista me documenté a fondo de todas las influencias de este autor, leyendo uno por uno todos los libros que recomendaba, escuchando las canciones a las que aludía en sus canciones, los autores con cualquier tipo de relación…
Y hasta ahí el primer ingrediente. El segundo yo diría que poca gente lo tiene. Son unos padres como los míos. Ellos han aguantado mis dudas antes de que existiera wikipedia, ellos se han sacado dos veces primaria, dos veces secundaria, dos veces bachiller,dos veces el First de Cambriadge,  una carrera de periodismo, un primero de TAFAD y, en este momento, están repitiendo 3º y 5º de primaria con mis hermanos.
Es más, ellos han aguantado el más duro de los ingredientes para estos poemas: el desequilibrio.
Todo iba de maravilla hasta que llegó Baudelaire y sus poemas malditos y las influencias negativas del mundo del periodismo.
Empecé copiando a toda prisa los rótulos de cada noticia, madrugando para leer el twitter, y aprovechando cada minuto para poder entrenar duro por las tardes y lograr mi otro gran objetivo: las olimpiadas. Sí, soy experta en objetivos inalcanzables y este es uno de ellos.
Pronto dejé de comer, de relacionarme, y, en definitiva, de vivir. Y todo ello lo soportaron mis padres, en primera persona del singular y del plural.
Llegado ese punto, algo me decía que necesitaba escribir y así hice. De esa época tengo poemas como el espejo que no creo que pueda escribir ahora ni nunca. La muerte como un hecho anecdótico, más o menos presente a lo largo de muchos poemas. La muerte es algo con lo que toca convivir y da miedo, pero no por ello hay que achantarse, por eso escribí, más recientemente, este poema a mi abuelo, porque nunca he aceptado los eufemismos con los que se anuncia la muerte a un niño.
Pero no nos centremos en lo malo, la inspiración, también es cierto, llega trabajando. Y trabajar es, como decía Balzac, plantar el culo en la silla y escribir y leer y volver a leer y escribir hasta que salga algo que entredientes pueda aprobar pasajeramente. En eso sí se asemeja la ciencia a la literatura: ningún poema es definitivo, siempre es suceptible de ser refutado.
Para ello, se sobre entiende, hace falta unos padres que te mantengan económica y literalmente. También vale una pareja como la que tenía Vargas Llosa hasta hace poco.
Y ya, la última pizca de sal la ponen el conjunto de capullos que salieron conmigo y, en algún momento, destrozaron mi vida para que yo pudiera construirla con versos.
No solo ellos hacen los poemas de amor. También la imaginación, mucha imaginación y amores platónicos como el del poema Amor Secreto

Con esta última intervención me despido y animo a todos y todas los jóvenes y no tan jóvenes a escribir. Pero, por favor, no sazonen en exceso sus poemas, recuerden que la claridad, como dijo Ortega y Gasset, es la cortesía del filósofo. 



Teresa Velasco Castillo. 

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