No hay azar en las contusiones en torno al yo simbólico de
mi texto. Si a pesar de mi empeño por ser metáfora y no símbolo precario del
poema, mis palabras se quedan en lo estético, hipócritamente expuesto como
objeto de arte, no habré cumplido mi fin.
No se trata de ofrecer pomada a la escara fatal que recoge
los ensayos de mi corazón, ni de señalar La
puerta del infierno que me acoge los días de lluvia. Por doquier hemos
visto, que los golpes intensos se escriben con permanente en los pergaminos del
alma.
Es probable, por tanto, que tenga más años de los que
ustedes se piensan, y que las imágenes relativas a la luz de mis párrafos
distingan el final del ciclo de Sol del verano. Queda un invierno largo y lleno
de incertidumbre, no necesariamente frío, solo resquebrajado en verificación de
impotencia de no saber qué hacer para tenerte cerca.
Y he aquí el motivo de mi fatal desencuentro con el
diccionario. Luce el astro siniestro con desprendimiento de sueños prematuros,
heridas contusas de borde irregular y vísceras del día después. Tres síntomas
se localizan al margen de los órganos lesionados:
- Sigues ignorando lo que mi declaración suicidada ejerce sobre el desorden de tu vida resuelta. La “divina pelea” que decía Pemán va camino de resolverse en la indiferencia depresiva, en el umbral de la decepción, en la hemorragia babeante y obscura de un atardecer en otoño.
- Factor individual de sensibilidad que no he dejado de intentar advertir con mi desacertado uso de la diéresis, sinéresis y pausa interna de los miembros afectados por tu descuidado encanto.
- Velocidad de producción de la herida relativa a la admiración que te siento aunque suene fanático.
A día de hoy, las células dañadas producen la fibrina de mis
versos y siento escalofríos por no añadir más correcciones a mi intención única
de sentar cabeza. Mis arrebatos han coagulado para proteger el original Volupté por el que sigue valiendo la
pena esperar a la noche del sábado y aunque no te deguste sin intermediarios,
lo hago en otros labios mediante mis propias técnicas de recodificación y
delectación de excesos silábicos.
Estoy aprendiendo que esta forma de enloquecimiento sin
ilusión es la mejor forma de vivir y dejarse morir lentamente. La realidad no
son sino sublimaciones de todo lo anterior anexo al dolor con que Dios pone el
precio de su paraíso terrenal.
Teresa Velasco Castillo
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