A menudo me cuestiono si este exquisito compendio de relatos
que es la vida lleva algún camino grabado o si se trata más bien de estrenar
los pasos una vez aprendemos a correr. No cabe duda de que los retos con que
sueño me intimidan, pero de no ser así no serían retos.
Nuestros pulmones
necesitan del aire nuevo, de las nuevas palabras de esta boca que es mía, donde
se paladea agridulce la primavera de las hojas caídas. Necesito los cuentos de
veteranos que iluminan, sin intermediarios, mis anhelos. El deseo y el dolor de
un héroe que tiembla a la orilla del arco de salida.
No tengo más causas que las fronteras trazadas por mi propio
cuerpo y tal vez esos ojos saltones en
la luna cuando correr no es compatible con tareas matinales. Se trata más que
de un amor en vilo, de un amor en vuelo que cada día descubre algo nuevo en la
rutina. Un segundo más, un segundo menos.
No sabemos si son más los que hoy corren o corren más los
que ya eran corredores, pero jamás vi tan hermoso el paseo como ahora: niños,
padres, ancianos, mujeres, jóvenes y trabajadores y algún que otro trabajador
joven. Con sus zancadas menudas acarician el suelo y trazan su senda
aprovechando los regueros de la arena.
Lo más curioso de todo es que aún no recuerdo qué iba a
hacer cuando encendí el ordenador. No es que sienta la necesidad de difundir
esta doctrina, pero después de acumular tantos recuerdos quise verter lo visto
en palabras. En la sangre están mis memorias para lo bueno y lo malo y sean
quizás las zancadas quienes pongan en libertad a mis piernas, siempre luchando
por el alivio de restarle importancia a la vida.
Teresa Velasco Castillo
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