Después de un mes de estudio frenético, anorexia afectiva
y sublime resaca de lo físico y teórico
de la física humana, puedo decir con orgullo que acabé un trimestre. Y como
dicen los “Fitos y Fitipaldis” en sus acordes: todo empieza cerca del final. Pero también tengo que dar hoy la
razón a los locos de la escuela nietzscheana en que el eterno retorno está ahí,
aquí, con nosotros, terrenales, pero extraordinarios. Capaces de lo mejor y lo
peor por algo que ni siquiera existe, ¿o acaso la Semana Santa no es un acto
exquisitamente vano? Esos tronos de estética dieciochesca que rescatan centurias
pasadas provocan en mí un sentimiento cercano al infarto. Yo que ni soy
creyente, ni creo que le debamos nada a la religión.
Efectivamente la Semana Santa está a siete días de ser el
centro de nuestras conversaciones. Diálogos que se repiten desde que España es
España y todo sirve de excusa para un debate polarizado. Pero no vengo a
prorrogar mi discurso ateo de todos los años. Vengo a probar que todo vuelve. Incluso
uno a veces se deja caer en los lugares donde fue feliz y acierta. ¿O va a
tener Sabina siempre razón?
No tengo palabras en mi pequeña biblioteca para describir
cómo me siento después de la 38 edición de la Carrera del Bastón. Hace ocho años
mis compañeros de clase me gastaban bromas (propias de la edad) por participar
en un evento cuyo título iba precedido de tres “X”. Hace cinco que lo pasé mal
por no poder participar, pero ahí estaba animando. Cuatro años han pasado de la
edición en que lloré, un día por fuera y muchos por dentro. Dos años tratando
de recuperar lo perdido. Y hoy puedo decir que mi proyecto de retorno al pasado
empieza a dar sus frutos.
Me vuelve a quedar la esperanza de dejarme seducir por los
calendarios de cross y las crónicas del fin de semana. De volver a sentir mis
gemelos estimulando los vasos linfáticos y sanguíneos de un corazón que creía
muerto en su latido.
Qué triste la condición humana, conforme con ser conscientes
de su contracción muscular, cuando todo lo que hacemos no es más que un
paréntesis vacío y en vano con el que rellenar de preguntas nuestro tiempo
hasta alcanzar la muerte. Pero ahí estoy
yo. Otra vez. En un eterno retorno, que para bien o para mal se hace
imprescindible en mi inventario.
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