No sería la primera vez que hago un intento de poema bajo la estructura de nuestra querida muerte. Y más ahora, que tantos días, "a todas horas" siento su aliento tan cercano a mi. Otros, por el contrario, vuelvo a ser yo con veinte años y unas tremendas ganas de vivir que no me dejan llevar mi vida tranquila. En fin, cada cual está en el derecho de sacar su propia conclusión sobre el poema, sobre la muerte: dónde se encuentra, qué significa, qué busca cuando viene a buscarnos...
Morimos cada vez que nos miramos,
Cuando el mundo se acomoda en un vistazo,
Como cada mañana en que cerramos
nuestra última
esperanza de un portazo
Mano a mano, paso a paso, nos matamos,
A golpes de silencio nos morimos,
Morimos de fe del desamparo y nunca lo bastante convencidos.
Morimos cada vez que respiramos,
Al instante justo de haber nacido
En este enigma sin sentido que es la vida
Nunca llegamos, tan solo morimos
Poco queda después en el camino
Nada suma, gratifica, sacia, siente
Nada importa una vez que se hizo tarde.
La vida, por extensa que parezca, nunca nos parece
suficiente y
morimos de inocentes,
de culpables, ora fuerte, ora débil y cobarde.
Morimos de lluvias de febrero,
Y creemos cima la luz que acaso presta.
Muero amedrentada entre tus labios,
Como cruzando en plena vía de esta vida nuestra.
A merced del ánimo cansado
Muero, simplemente, como muere
la gente normal,
pobres, ilusos, y lectores,
empapados de sudores cotidianos.
Cada vez que hacemos
pausa en la lectura,
Morimos a renglón seguido,
de un sol en que jamás nos deparamos.
Morimos diariamente, a todas horas,
En la espuma del cigarro que no cesa,
atemperada compañía del aroma,
de las olas seductoras del café.
Morimos en conjunto, de las claves
Con que cada uno
cifra su experiencia.
Partimos obviando en el
aire inerte,
el hecho de tener una
existencia,
En el pulso permanente con la suerte,
Que la muerte, a fin
de cuentas, no es tan grave.
Teresa Velasco Castillo Málaga a 6 de
Enero de 2014
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