El malditismo paródico
y tardío de Trump ha sabido aprovechar la oportunidad para insertarse en
la coyuntura de la reproducción mediática sin mediación, de un espectáculo que
vacila entre el pecado de ayer y la tristeza de hoy.
Es lo que se llama sociedad del espectáculo, caracterizada
por su cualidad sensorial, abarcante y de inmersión, así como por facilitar el
sedentarismo ya no solo a nivel físico, sino a nivel psíquico, intelectual y
emocional. Un cúmulo de circunstancias demográficas que descansan sobre la cama
del sensacionalismo y la política del populismo nauseabundo.
¿Quieren análisis?, ¿quieren conocer la prospección futura
de sus decisiones? Lean. No dejen que el capital transforme la realidad en
tragicomedia barata y sabrán ubicar con precisión la radical inutilidad de todo
en todas las esferas de una sociedad siempre al borde del colapso.
Dejen de dar las cosas por sentadas, como si éstas no
tuvieran un referente. Dejen de asentir ante el sujeto omitido y completen su
análisis sintáctico saliendo a la calle. Dejen que el tiempo haga su trabajo y
no le culpen por sus cicatrices: usted se provocó la úlcera, no los años. El
tiempo no borra las formas, ni avanza más deprisa que hace un siglo ¿o va a
tener Internet la culpa de que usted vote al más “simpático” de los candidatos?
Es lo que en su día ilustra el propio Baudelaire con una
anécdota; una prostituta, de las que cobran cinco francos, le acompañó al museo
del Louvre, pero delante de las estatuas desnudas, se tapaba los ojos
escandalizándose con rubor. Al final, incluso, hubo un tal Steinkerke que se dedicó a cubrir las desnudeces con hojas de
parra. Nosotros lo hacemos ahora con eufemismos y planos contrapicados.
Ha cundido, como el pánico, la estupidez del momento. El
arte de provocación Trumpiano logra su efectividad porque enfrenta con
hipérbole misógina a la sociedad rural contra los condados que albergan las
tres grandes universidades estadounidenses.
Que cada uno asuma la culpa de su voto y su silencio y
dejen de poner hojas de parra a los errores cometidos y de soñar con lo siempre
imaginario: despertar será más agonizante aún si se revisa la “realidad”
anhelada. Ya lo decía Arthur Gordon Pym, el héroe de Poe, el fin de todo no es un momento doloroso que hay que sufrir, sino un
estado permanente, al menos hasta las próximas elecciones.
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