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martes, 8 de septiembre de 2020

36 Subida al Pico del Veleta

 Decía Goethe que el talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad. Posiblemente desconocía de la hazaña que supone escapar a la tormenta. Experimentar ambas y no cuestionarse por qué, es, precisamente, seguir tu Dharma.

Pueden escribirse muchas crónicas sobre el Veleta. Esta es la mía. Cómo lo viví. Cómo lo siento aún en mi rostro deslucido por más kilómetros que años.

No sé aún por qué tomé parte de esta prueba. Realmente no tengo respuesta a ningún porqué, pero nunca he estado tan convencida de que este es el camino correcto.

Cuando comenzó el confinamiento, mi pequeño mundo se derrumbó como las horas de sol en septiembre. Estar en casa es agotador. La convivencia es agotadora. Y estar solo, con uno mismo, para mi es aterrador. Necesitaba ruido para no escucharme. Necesitaba la verborrea de una cinta con su altavoz detrás para acoplar los pasos. Eso hice. Una rutina tan férrea que me ha devuelto a la nueva normalidad con más fondo que antes.Luego fue el caos. La fase cero. Había que huir y agotarse y no dormir y así prescindir del altavoz y la cinta.

Ahora que por fin hemos salido de la caverna, volvemos a ser niños haciendo preguntas incómodas a un gobierno huérfano de reyes. Mahat se ha vuelto manifiesto en todas las cosas presentes. Pero el VELETA, con mayúsculas, es correr la cortina de la tempestad.

Son tres paisajes tan distintos que oscilan desde la noche más oscura, hasta la brisa cortante de la cima. Es tanta la belleza y el dolor junto que el tiempo y el espacio se desvanecen.

No puedo evitar identificarme con Forest Gump. Mi segundo papá dice que no me fíe de él. Que el cine nació para engañarnos. Pero yo pienso que la vida es experiencia y poco más. Las cosas que vienen y salen de la buena voluntad no tienen nombre. Samadhi. Nirvana. Moska. Qué más da. La cuestión es correr más allá de la tormenta.



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