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martes, 1 de mayo de 2012

Cien años de soledad

Esta mañana perdí mis gafas. Parece que nunca como ahora he estado tan ocupada, y sin embargo, no hago más que dar vueltas de la cama al salón y viceversa.  En mis reducidos itinerarios por los pasillos, a veces, hago una parada por el aseo a fin de intentar inútilmente encontrarme en el espejo.
“Lo esencial es no perder la orientación” me decía recordando  al primer José Arcadio, en la obra de García Márquez (Gabo para casi todos),  poco antes de dar con un enorme galeón español.  Pero sin querer, harta de esquinas insidiosas que aguardan a los pies descalzos, volvía una y otra vez al mismo sitio, como si el tiempo no pasara, sino que diese vueltas en redondo. Ya Úrsula lo advirtió poco antes de rendirse a la muerte.
Luego, tras pasar por enésima vez delante de la cómoda y siguiendo en vano con este paralelismo,  pienso en una buena excusa por la que autoenclaustrarme en mi habitación a entregarme a tareas poco o nada productivas. El coronel Aureliano lo hacía con sus pescaditos de oro y yo, en una suerte de círculos viciosos, manías y costumbres perniciosas,  gasto mi escaso tiempo en la  búsqueda insaciable  de esa excusa: tengo que encontrar mis gafas.
Tal vez ya las haya mirado sin verlas, como también sucede en esta historia memorable y cada vez más en nuestra realidad. O tal vez necesite estar ciega para ver, como Úrsula Iguarán negándose a asumir el desgaste de los años.
No lo sé. En cualquier caso, este libro es distinto. Los quinientos mil ejemplares vendidos en los tres primeros años y los dieciocho contratos de traducción firmados a los pocos meses de su salida no son más que otro indicador de la magia y la verdad que esconden sus páginas. Sus comparaciones con La Biblia o el Quijote dan mucho que pensar, aun después de haber releído la obra.
 Llego cuarenta y cinco años tarde, ni uno más (la primera edición se publicó en mayo de 1967, que gran mes mayo).

Tal vez sea cierto que al final las cosas aparecen en lugar y en el momento en que nos salimos de la rutina.
 Al acostarme encontré mis gafas. Estaban junto a la almohada.

(Teresa Velasco a 1 de mayo 2012)

2 comentarios:

  1. Magnífica entrada. Tuve el gusto de leer "Cien años de soledad", por primera vez, cuando tenía 16 o 17 años, y aún me dura la fuerte y placentera impresión que me causó. Desde entonces me leí todas las obras de García Márquez que se fueron editando, disfrutando de cada una de ellas. Es un lujo descubrir esta obra a tu edad.
    Que sigas disfrutando del placer de la lectura.

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  2. Sí, la verdad es que en el fondo me alegro de haber descubierto esta obra ahora y no antes... cada cosa tiene su tiempo, aunque volveré a leerla cuando pasen los años por si algo ha cambiado en Macondo...

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