Seguramente, si has tratado con alguien mayor que tú, habrás
oído aquello de que antes no existían tantas enfermedades, pero ¿existen
realmente? Y, de ser así ¿cuál es su causa u origen?, ¿se debe el incremento de
patologías únicamente a la mutación de microorganismos?
Desde el origen de la medicina con Hipócrates, son muchos
los elementos que se han ido introduciendo en el ámbito farmacológico y de la
salud, si bien, lo que más debería llamar la atención de los medios es la
insondable tergiversión del célebre juramento hipocrático que sentó las bases
para una práctica consecuente de la disciplina.
Ya en la República de Platón vimos cómo la sociedad enferma
surgía de un conflicto de intereses entre nuestra posición como mercenarios y
artesanos ante un mismo escenario. A día de hoy, la brecha entre el negocio de
la enfermedad y el enfermo es tal, que preferimos cronificarnos y asumir los
gastos en lugar de afrontar el abismo.
¿Dónde queda el valor humano por tomar parte de la sociedad que nos
rodea?
Asumimos que los gastos en investigación para sacar un nuevo
fármaco a la luz son enormes. Casi tanto como lo que gana un futbolista. Pero
basta leer la letra pequeña del prospecto para conocer los efectos secundarios.
En 2012, un artículo del British Medical Journal señalaba
que, frente a los 1.300 millones de dólares que se cree, cuesta esta inversión,
el coste medio de un nuevo medicamento se sitúa en torno a los 60 millones, de
los que un 84% es financiado entre el Gobierno y el consumidor. Esto es, la
empresa farmacéutica alcanza tasas de ganancia del 20%, superando ampliamente el
15,8% de los bancos comerciales a los que tanto nos cuesta rescatar.
Esto debería bastar para motivar al sector hacia el avance y
descubrimiento de productos cuya función final es la de salvar vidas. Sin
embargo, el círculo del 99 extiende su mancha también hacia la salud y, con la
idea de prolongar el negocio, en lugar de curar enfermedades nos convierten
sistemáticamente en pacientes. Las enfermedades llevan a las medicinas que
llevan a más enfermedades y, así, el crecimiento pasa a ser exponencial.
Existen, no solo estudios, sino artículos y reportajes que
deberían abrirnos los ojos al respecto, si bien los medios de masa,
principalmente el telediario, no ayudan demasiado.
Si definimos a la farmacéutica como un sector empresarial
que pretende la ampliación de su beneficio con el mínimo de costes, no debemos
entender el sector de la comunicación como algo muy distinto. Cuando en el
mercado se introduce un nuevo producto, éste será noticiable por el factor
novedoso y, por consiguiente, se destacarán sus propiedades haciendo hincapié
en el gran avance que supone para la humanidad. Nada que ver con la realidad.
Los países conceden patentes por 15 años a las empresas
farmacéuticas que comercializan su producto como marca registrada durante este
tiempo. Una vez la patente expira, el producto se convierte en genérico y su
explotación se extiende a todo el público. Es entonces cuando la industria “invierte”
en lo que se conoce como medicamentos “yo-también”; una gama de fármacos que
suplen las mismas funciones que el anterior con un pequeño diferencial.
Según datos de la FDA estadounidense (el organismo que autoriza
a la venta de estos fármacos) solo un 20% de la inversión se destina a
productos que aportan una mejora terapéutica notable. El resto serían
medicamentos “yo-también”.
Mientras tanto, siguen aumentando las cifras de fallecidos
por las conocidas como enfermedades “olvidadas”, en su mayoría enfermedades
tropicales que no interesan al negocio.
En 2001, el grupo
Médico Sin Fronteras publicó un informe titulado Desequilibrio fatal donde se
concluye que las patologías que afectan principalmente a sectores deprimidos de
la población mundial no tienen demasiadas opciones terapéuticas disponibles y
no se pretende su investigación.
El 90% de los recursos sanitarios se dedica a la investigación
de enfermedades que afectan solo a un 10% de la población, localizada,
obviamente, en países desarrollados.
Al final, cuesta más camuflar todo este esquema de negocio
que una práctica consecuente y profesional en el ámbito de la salud y conseguir
un organismo verdaderamente independiente que regule el sector. Pero harán
falta muchos lectores de letra pequeña para cambiar la forma gráfica del
prospecto.
Teresa Velasco Castillo
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