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viernes, 6 de octubre de 2017

La condición indispensable del saber

Si algo puedo sacar en claro del “Procés” catalán es que el saber no es condición indispensable para lanzarse a opinar en redes dejando seco el tintero de las emociones. Pero, ya lo decía Samuel Johnson, “que la gente vulgar exprese sus ideas con claridad está lejos de ser cierto” y con ello no llamo a la censura, si no a la cordura de los medios, supuestamente el cuarto de los poderes desaparecidos.

Hay, en todo este conflicto, un lenguaje que rezuma hipocresía y patriotismo y lo que más me preocupa es su propagación entre las masas, así como se reproducen hasta los términos de un estanque las ondas provocadas por la caída de una piedra.

Que Pep Guardiola o Gerard Piqué no puedan defender su causa sin recibir insultos, me preocupa.  Que los hijos de guardia civiles vayan a la escuela con la cabeza gacha, más que preocuparme, me asusta.

Porque en un pueblo ansioso de compromiso, cada término venido desde arriba  se perpetúa y consagra sin la comprensión y contextualización que debiera acompañarle.

Se habla de aplicar el artículo 155 de la Constitución cuando el Senado anda de vacaciones y más dividido aún que la sociedad catalana. Las autoridades independentistas han atropellado las leyes de forma inaceptable, sin Reconquista ni “historicismo” que valga. Y nosotros seguimos mandando chistes por WhatsApp.

La sociedad se encuentra dividida, vaga, ansiosa, perdida y disgustada de su estado actual y el anterior en que vivía como una joven que sale de la adolescencia rompiendo con los juguetes que conformaron su infancia. El problema, es que esta niña no encuentra un referente paternal que la guíe y, en su lugar, los representantes continúan anclados en la indigencia política y el no diálogo.

La derecha histérica no puede admitir que tarde o temprano se consulte a los catalanes sobre aquello que todos nos preguntamos “¿cuántos verdaderamente quieren la independencia?” Y la izquierda, más y menos moderada, no va a hacer la excepción de asociarse con nadie y perder votos.

El Rey, en su discurso, se muestra autoritario e intransigente, pero, ¿qué esperan de alguien cuya función está encasillada y obsoleta? Si España no se considera suficientemente adulta como para no depender de esta forma de Estado, no pidan encima un rey republicano, que ya bastante incoherencia es tener dos reyes y que no trabaje ninguno.

En resumen, la palabra independencia se ha convertido en un síntoma de ignominia tanto para los que son partidarios de la misma como para los que prefieren la unidad. Se ha simplificado todo al sí o no, pasando por alto la reforma institucional como elemento indispensable para crecer y aceptarnos sin quebrar el permiso paterno.

El Govern catalán ha despreciado cualquier alternativa con la esperanza de un  convite incierto que espera que paguemos los españoles. La respuesta no es matarlos de hambre, sino comprender el carácter de cada ingrediente del conflicto con el auxilio de una reflexión sólida.

Teresa Velasco Castillo


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