Estoy parada y mi mirada hiperactiva como una metamorfosis
de aguas enrojecidas al fuego de la noche.
Es San Juan y las hogueras tiñen de sangre la mar helada,
fustigando las olas que se arrastran suplicando a los pies. Algunas señoras
dejan caer el peso de sus cruces sobre un escabel y esperan con los ojos en
ningún sitio a que la luna corte la piel entre sus dedos.
Luego de la esquina formada por dos toallas superpuestas
para rozarse, una muchacha extiende su latifundio como un colchón de vida sobre
la humedad de la tierra muerta. Yo voy descalza y con la pena de tu ausencia
por mi mano abierta, pensando que tal vez de esto se pueda hacer poema.
Tal vez haya rigor entre todo este puñado de arena, pero hoy
mi cuerpo está insoportable sin tus besos. Parece mentira que en un rincón de
mi alma quepa tanta imaginación. Parece mentira que ni siquiera sepa si esto es
un adiós.
La vida es un principio sin alma y no un alma principio de
vida, después de todo parece mentira que este cielo no sea de imitación y la
nube en mi cabeza plastilina. Es más, si uno mira con detenimiento puede quedar
ciego por exceso de ilusión óptica.
Y pienso, ¿no es el momento perfecto para desmitificar tu
imagen divina?
Llanura de la
melancolía, caleta de la esperanza, cante de cómo y dónde, por qué te has ido.
Demás está decir que de este olvido queda una plaza para ti vacante.
El sol se asoma a mis puntos cardenales: secante y coseno.
Congela el valor del ángulo como un florero abandonado en un vértice del cielo.
Te echo de menos en cualquier parte. Tus ojos verdes como la madreselva siempre
sorprenden mi caparazón de roca.
Fuimos llama en el fuego de la noche donde mis pies como
reclusos han quedado enterrados. Queda un arrollo de cenizas y la mar, al
rescate de los sueños inconclusos.
Teresa Velasco Castillo
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