No puedo esperar a recomendar el thriller de Paula Hawkins
que anoche me tuvo en vela hasta las cuatro de la mañana.
La Chica del tren no deja indiferente a nadie, no solo por
su argumento, sino por la profundidad psicológica con que es tratado cada personaje.
Seguramente a ello se deban tan buenas críticas por los principales diarios
internacionales, así como su gran número de ventas.
Lo recomiendo encarecidamente a viejos lectores y lectores
noveles que empiezan sus andanzas en el mundo de la literatura, pues a
diferencia de otros libros de misterio, este resulta fácil de leer. Que no os
engañen sus cerca de 500 páginas, porque vuelan casi tan alto como la
imaginación de Rachel, nuestra protagonista.
La narración entrelaza a los tres personajes femeninos
principales: Anna, Rachel y Megan, que relatan en primera persona y a modo de
diario sus impresiones sobre una misma situación.
Rachel será quien desvele la trama desde su pobre vida. Los
problemas con el alcohol y la frustración por su ruptura matrimonial años atrás
acompañarán la aventura de esta mujer acostumbrada a dar todo por perdido. Es
de destacar cómo se estructura casi a la perfección la imagen de una mujer
desvaída y de bajo autoestima que lucha por salir de su situación a la par que
se entrega a su adicción.
Anna hace el papel menos complejo a nivel psicológico y, no
alejado de la realidad social de nuestro siglo. La actual mujer de Tom,
exmarido de Rachel, solo se fija en su imagen, su familia y, en definitiva, su
ombligo. Es una persona fatua y egocentrista que pondrá trabas a la “investigación”
de Rachel durante toda la novela.
Por último, Megan será la víctima alrededor de la cual gire
toda la trama y cuyos diálogos están enmarcados en un pasado del que se viene y
va sin demasiadas complicaciones para la comprensión de la obra.
Los personajes masculinos, actúan como sospechosos del
crimen, pero siempre en un segundo plano, lo que me recuerda a las novelas del
realismo y naturalismo, donde las mujeres se hacían con el mando de la obra
como consecuencia de la profundidad psicológica atribuida a las mismas.
Recuerdo, asimismo, sobre las pautas para una correcta
correlación de hechos en un texto, que los sueños y las descripciones
pormenorizadas debían limitarse, que los detalles debían tener siempre un porqué y que los incidentes
deben sucederse al ritmo que demanda el lector y no uno tras otro sin orden ni
fijación. Todas estas cualidades se encuentran en esta novela. Yo diría que es
el relato perfecto: la dosis exacta de sueño, el número preciso de personajes,
la descripción justa y necesaria y, un vocabulario asequible, pero también rico
en recursos.
Desde luego, hacía tiempo que un libro no me quitaba el
sueño, concretamente desde la lectura del Psicoanalista de Jhon Katzenback por
la que pasé más de una noche en vela. En cierto modo, esta obra se asemeja en
cuanto al ritmo se refiere, en cómo los detalles se van dejando caer hasta que
todo encaja y entonces ya no hay vuelta atrás. No les desvelo más, descúbranlo por
ustedes mismos.
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