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domingo, 12 de junio de 2016

Suicida en tu mar

Ojalá estos días durasen para siempre. A ratos soy feliz y a ratos escribo y, en muy pocas ocasiones, la realidad me golpea con su forma de ser tan particular. Prometo escribir relatos y reseñas, pero de mientras la poesía no deja de llamar a mi puerta. 

El mar alcanzó tu vista y cristalizó para siempre en mi mundo,
en mi laguna mental de lapsos desprendidos.
Vivo en la ilusión acerada con la luz de tu mar incandescente.

Muero asida al Ser polimórficamente aburrido de la ciudad
que estalla  cuando tus labios se curvan ascendentes.
Tu azul envilece mis colores, tu aroma es licor de sueño
en el que me gusta ahogarme durante horas.

Desde que te veo he mejorado mi aptitud como suicida:
me gusta hacerme daño con tu cuerpo,
dormirme en tu recuerdo y no despertar.

Me gusta el tiempo muerto, disuelto en tu forma de vida.
Suicida, unida a la causa de quien estima el amor.

No tengo otro propósito que seguir muriendo en tu sonrisa,
láminas de hielo que cortan como cuchillos,
homicidios a la razón precipitados a mí como el hastío.

Cada párrafo es un lugar paradisíaco donde los escritores
y poetas hacen con nosotros su estribillo.

Nadie sabe del desorden de mi mar en tu mundo cristalizado,
las altisonancias musicales de un filón inagotable de luz sola
poesía abstracta, mas despojada de anécdota,
Belleza mayor de lo eterno franqueando la cresta de las olas.

El mar solo y su extraña forma de violencia.
En ti mi poema va encontrando su carne
y no es posible obviar la incongruencia
de estas  vampíricas frases
 adelgazando mis venas de sangre.

Solo hay una forma de zafarse de todas las palabras y los versos:
dejarse llevar por la intriga, caer en tu principio de antigravedad,
y que todo lo que perseguí se escape entre las rocas rasgando mi piel.

Imaginaré tus besos en otras bocas,
alargándome en tan cruel y equilibrada batalla,
por aire, tierra, agua y fuego, ciega estaba.

La muerte son las alas del tiempo
que a cada segundo funden tu nombre,
la eterna dualidad en el alma del hombre,
desde que te hiciste mar en mi mundo.


Teresa Velasco Castillo


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