Para analizar el conglomerado de factores que confluyen en
la generación de sentimientos sobre la lengua regional, basta respirar las
diferentes variedades hispanohablantes que en cualquier conversación de tetería
podemos aprobar. Desde los discursos independentistas, hasta la aproximación
más transparente al castellano inscriben
su identificación dialectal en una tensión.
Pero, ¿hasta qué punto trasciende el orgullo por una
palabra? ¿no es acaso el silencio el mejor de los universales para el
entendimiento? O tal vez esa hiedra trepadora que quisiera alcanzar tu lengua
común es el mejor ejemplo de comunicación que puedo darte.
Digamos que la actividad del habla estriba en construir un
producto diferenciado, mientras que el idioma constituye la marca originaria
del elemento en sí. Una suerte de pasillos de supermercado donde el catalán
ocuparía los estantes mejor pagados y el andaluz vendría a ser el homólogo de
la Cola Hacendado.
Yo hablo andaluz. Tengo la suerte o la desgracia de llevar
el cabello tintado por los colores blanco y verde, aunque en mi raíz soy una
ilicitana canosa con bajo rendimiento en inglés. Menos nada. Nada menos.
Aprendí el valenciano, lo olvidé. Trabajé como una hormiga obrera, no muy
convencida del más acá. Las palabras más bien se borran en lo que fui y van
convirtiéndose fascinantemente en huella los aburridos sermones que un día creí
muertos.
Aprendí definitivamente a hablar el día en que te conocí. Y no
fui ya menos niña por ello, ni sentí rencor o vergüenza por ser lo que hablo.
Pongo amor en cada beso, como en cada parpadeo cuando no comprendo lo que
dices. Me invento lo que no sé. Porque la creación es un dialecto que me
fascina, no sé muy bien aún por qué. Lleno cada día de memoria la brecha
inexorable entre Norte y Sur. La temible diferencia de costumbres que nos lleva
desnudos desde el frío invierno hasta el oasis del verano.
Y soy presente. Aquí y ahora y tan consciente de que el
lenguaje no puede ser unívoco que me siento a pensar en todo y solo pienso en
ti y en tu risa: lo que se niega a concurrir en un sistema gramatical propio.
Teresa Velasco Castillo
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